Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 6 de diciembre de 2016

Marius

Avicus y Mael eran una pareja extra...

Lestat de Lioncourt 


Conocí a Marius a través de los relatos de mi criatura, el ser al que le insuflé esta vida eterna y logré salvar de su propio dolor. Mael me arrastró hacia el bosque. Decía que no merecíamos ser dioses ni vivir encerrados para satisfacer la curiosidad del hombre. Comprendió que lo divino iba más allá de la corteza de un árbol, más profundo que la brizna de hierba de los valles y por debajo de la superficie húmeda de las cascadas. Hablaba de una fuerza cósmica entre las estrellas, la naturaleza y el centro de este mundo. Decía que había algo más, pero que no éramos nosotros. Se volvió un hombre silencioso y pensativo. No obstante jamás se atrevió a llamar ignorantes a otros druidas y celtas que nos topábamos por los caminos.

Cruzamos océanos y mares, nos trasladamos a Italia y desde allí caminamos entre los bosques. El camino estaba siendo arduo. Él quería ver el mundo. Deseaba tener contacto con otros pueblos que no fuesen los romanos. Quería saborear en el ambiente los distintos léxicos, los sueños de los más pobres y de los opulentos. Era un hombre que ansiaba conocer ciudades sólo para maldecirlas. Tenía razón cuando decía que estos mares de gente, que la sociedad de las metrópolis, no valía nada comparado con un árbol centenario que da aire, sombra y vida.

Me había hablado de un romano, un hombre atlético y poco entrenado en la cultura celta, que despreció sus cuidados y aquellos conocimientos que él le entregó. Había desnudado su alma, su cultura, su religión y todo lo que era su pueblo ante un hombre que tenía la mitad de la sangre de una mujer de su pueblo. Pero la sangre que tenía Marius, como así se llamaba, no era lo suficientemente vinculante con las supersticiones y creencias que este le ofreció como un maravilloso regalo.

—Háblame más de ese tal Marius—dije una vez sentado frente a una hoguera que habíamos hecho con ramas secas. Estábamos en una gruta, la cual había sido deshabitada hacía demasiado tiempo.

—¿Para qué? Ya sabes todo. Era un idiota, una persona que no escucha a otros y un maldito bastardo que quiso comprar su libertad con vino y putas—dijo molesto.

Sus ojos azules brillaban como las llamas que danzaban sobre los pedazos de madera, su cabello parecía blanco en vez de rubio debido a los reflejos del fuego, y sus manos se acercaban afanosamente para retirarlas horrorizado. Quizá recordaba como echaron a la hoguera al vampiro que creó a Marius, pero también pensaba que podía pensar que algún día él podría arder del mismo modo.

—Tengo curiosidad...

—Maldita curiosidad la tuya—chistó—. Mejor háblame de ti, de tu cultura.

Sonreí cuando me dijo que hablase de mí, pero me quedé callado. Sólo podía decirle sobre mis guerras, el duro entrenamiento militar y el terrible dolor que sentía ahora cuando pensaba que había asesinado inocentes, hermanos, seres que simplemente resguardaban su grano y sus tierras ante el ejército de lejanas tierras. No. No me sentía orgulloso.


Por eso sólo me aferré a él, besé sus mejillas y me quedé observando el fuego toda la noche hasta el amanecer. Antes que el sol despuntara estábamos bajo varios metros de tierra, a los pies de la montaña donde habíamos pasado las últimas horas calentándonos.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt