Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 8 de diciembre de 2016

La mujer que no supe amar.

Yo también me hubiese ido.

Lestat de Lioncourt


Radiante como un sol al amanecer, hermosa y perfumada como las flores de un jardín en primavera, delicada igual que las caricias que ofrecía a sus amantes y fuerte... eso era Bianca. Una mujer dura y desafiante. Si bien ella sabía hacer negocios mejor que cualquier otra dama de la sociedad. Aquella época en la cual la mujer era meramente un objeto decorativo, un florero hermoso para deslumbrar a las visitas, ella hacía tratos con la nobleza y artistas indeterminados que acababan siendo codiciados. Era la musa de poetas, pintores, escritores y filósofos. Mujer de miles, pero sólo abierta de par en par para unos pocos. Se dejaba amar, adorar y halagar; pero ella no era fémina que vendiera barato su corazón ni el yacer entre sus sedosas sábanas.

La amé a mi modo. Aunque mis modos son siempre egoístas. Adoraba ir a su palacio, recorrer sus salones, conversa con otros hombres, degustar las conversaciones poéticas y las de simple política. Escuchaba historias sobre naufragios, pero también sobre asaltos en los caminos y grandes eventos que iban ocurriendo a lo largo y ancho de Italia. Estaba en casa, pero a la vez me hallaba fuera de tiempo. Mientras me movía entre los hombres con aquellos trajes tan estrafalarios, con pelucas empolvadas y zapatos de tacón echaba en falta mis túnicas simples, mis sandalias de cuero cómodas y el hablar de guerra. Ya nadie hablaba de Alejandro Magno, pero sí de rutas de comercio.

Fui cruel. Admito que la usé. Usé a la mujer que me salvó de aquel monstruoso incendio, la que rezó día y noche por la salud de nuestro Amadeo, esa que se desvivía en atenciones y que me besó cientos de veces los labios llamándome maestro. Hice su cuerpo mi templo, de sus muslos surgieron los mejores versos y entre sus pechos recordé como olía una mujer. Su piel pálida, como la nieve o las azucenas, me recobró la esperanza y a la vez fue lienzo de caricias indecentes. Sus ojos, que eran hermosas gemas, se clavaban profundamente en mi corazón hablándome sugestiva y excitante. Fue un revulsivo. Durante algunos años me apoyé tanto en ella, en la mujer a la que le di la oscuridad e hice hija mía, que se convirtió en mi lazarillo. Se lo pagué mal. No le dije el motivo por el cual buscábamos a Pandora y ella se sintió herida. Realmente me amaba. Me amó tanto como Amadeo, como Pandora y como yo mismo me mamo. Mi ego, mi orgullo insano y mis mentiras me hicieron volver a estar solo.


A veces me pregunto qué fue de ella, pero no se deja buscar. Tampoco me he puesto a remover los cielos y la tierra. Se fue porque me odiaba, porque no soportaba lo que yo era realmente, ya que se vio desencantada. Si no quería quedarse, ¿para qué buscarla? ¿Con qué fin? Con ninguno. Por eso guardé silencio y rogué a este que me perdonara.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt