Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 4 de febrero de 2017

Determinación

Mi madre y Sevraine hacen buen equipo.

Lestat de Lioncourt 


—¿No crees que va siendo hora que Lestat aparezca de una buena vez?—preguntó sentada en aquella especie de trono de madera tallado con pan de oro ensalzando algunas figuras.

Parecía una elfa o una diosa venida de libros de Tolkien y otros autores de fantasía y épica medieval. Sus largos cabellos rubios contrastaban con la tez nívea que poseía. Su traje vaporoso realzaba sus curvas femeninas y también los rasgos dulces de su rostro. Tenía unos ojos fieros, pero sosegados. Era una mujer auténtica.

—Tal vez—susurré.

Me hallaba de pie al otro extremo de la mesa. No quería verla. Sabía que si me giraba para contemplarla caería en el influjo de su belleza y determinación. Quería que me movilizara para poner en peligro a lo único que amaba más que a mí misma: mi hijo.

—Eres la única que puede hacer que reaccione—contestó con tono comprensivo.

—Es fácil hacer que reaccione. Decidle que no puede, y lo hará—dije cerrando los ojos al mismo tiempo que cerraba los puños.

Seré sincera de una buena vez, la amaba y amo. Amo su forma de desenvolverse, la forma en la cual medita cada una de sus futuras acciones y la sabiduría que emerge de su alma. Me asfixia en su aroma femenino, en la forma maternal en la cual me envuelve con sus brazos, y la sensación pura que me ofrece cuando besa mis mejillas. Sin embargo, detesto que doblegue mi determinación con un par de mágicas palabras. Eso estaba logrando. Hablar con ella de estos asuntos traían estos problemas. Ella siempre vencía porque realmente tenía razón, pero yo quería esforzarme por pensar lo contrario. No era por llevar la contra porque sí, ni ir remando contra la corriente, sino porque quería encontrar por mí misma el camino adecuado.

Abrí los ojos y me giré apoyando mis manos sobre la lustrosa mesa de madera. Tenía unos dibujos hermosos, pero no tanto como la belleza que estaba al otro extremo esperando hacerme entender.

—Psicología inversa, sí—una mueca risueña cruzó sus labios y arrugó su nariz, para luego soltar una risa fresca y cantarina—. Con tu hijo todo funciona de ese modo, pues es tan testarudo como tú.

Estallé en carcajadas al escuchar sus últimas palabras. Sí, era tozuda como mula. Siempre lo fui. Mi padre decía que jamás encontraría a alguien que me soportase más de dos días seguidos, pero tras mi matrimonio algo en mí se quebró. Creo que dejé que pisotearan mi alma porque creía que era mi deber. No quería decepcionar a mi familia, mi apellido, mi linaje y finalmente me decepcioné a mí misma. Mi hijo fue quien me sacó del error y me dio la libertad perdida. Realmente él podía lograr cualquier cosa.

—¿Estás diciendo que soy una provocadora?—dije encarándola con una sonrisa.

—No, estoy diciendo que eres fuerte y firme—contestó levantándose para caminar lenta, aunque firme, hacia donde me encontraba. Una vez allí siguió hablando colocando sus manos en mi rostro, deslizando sus suaves dedos sobre mis mejillas y llegando a mi cuello. Su boca se colocó sobre la mía, ofreciéndome un tierno beso, para luego abrazarme rodeándome por encima de las caderas. Creí delirar como la vez primera, esa vez que la vi y creí que tenía la aparición de un ángel—. Consigues lo que te propones. Por favor...—suspiró.

—Sólo porque crees que es necesario—mis brazos temblaban cuando pronuncié esas palabras, e intentaban rodearla con aplomo.

—Haz que salve este mundo enfermo y asustado—susurró—. Necesitamos un líder fuerte que escuche a los demás y no se arrugue frente a los problemas.


—Iré a por él—dije aferrándome a ella. Iría. Lo haría.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt