Bueno... comprendo todo lo que aquí sucedió, pero yo no tuve la culpa.
Lestat de Lioncourt
—¿En qué piensas?—preguntó tras
un rato en silencio sentada a mi lado.
Ambos estábamos frente a la hoguera.
Habíamos encendido la chimenea aunque ya era primavera. Pronto
dejaríamos de hacerlo y el olor a leña quemada desaparecería del
ambiente hogareño. Sin embargo, vivíamos en las montañas y aún
hacía algo de frío en las noches.
Fuera el viento azotaba las copas de
los árboles y generaba un murmullo intenso. Podía verlos agitándose
como gigantes espantados por una fuerza invisible. Los colores ocres
del otoño, así como la desnudez del invierno, habían desaparecido.
Incluso los pinos parecían más fortalecidos y puntiagudos. La
tierra se había llenado de arbustos florecidos y el río ya corría
libre, pues las temperaturas habían aumentado y se había logrado
descongelar. La vida fluía, como quien dice.
Nosotros estábamos ahí detenidos.
Seguíamos siendo jóvenes eternos. Ella tenía miles de años, yo
algo más de dos mil. Su largo cabello rojizo rozaba su delgada
cintura y su rostro era blanco como la nieve. Esa noche no había
bajado a la ciudad para conseguir una víctima, así que estaba
ciega. No tenía ojos, por eso tenía puesta una venda ocultando sus
cuencas vacías. A mí esa visión no me afectaba, pues la amaba tal
y como era.
—No lo sé—respondí tras un largo
silencio.
—Algo carcome tu alma—comentó como
si pudiese ver más allá, como si su ceguera le hubiese dotado de
poderes sobrenaturales para ver el aura de quienes la rodean.
—Probablemente, pero no sabría
decirte en concreto qué es lo que sucede—susurré a media voz tras
un carraspeo—. Sólo es una sensación extraña que devora mi alma
y alimenta mis malos pensamientos.
—Mael, conmigo puedes contar—dijo
apoyando su cabeza en uno de mis hombros.
—Jesse está creciendo rápido—comenté
de improvisto—. Ha decidido un camino difícil. Temo que uno de
esos espíritus cruentos la atrape, la torture y... No deseo que la
historia se repita. También está expuesta a que sepa la verdad
acerca de nosotros.
Sí, todo era ella. Había perdido muy
joven a sus padres y Maharet se había propuesto cuidarla. Yo asumí
un papel paternal. La protegíamos, pero había dado un último
estirón. La adolescencia ya había quedado atrás. No podíamos
hacer nada. Detenerla sería un error, pues sería cortar sus alas.
—No cambiaría nada. No cree en
vampiros—dijo risueña.
—Una cosa es no creer sin ver, otra
cosa es ver y al fin comprender—aseguré.
—En eso tienes razón. Sin embargo,
aún es joven—confesó arrugando suavemente la nariz, para luego
incorporarse y dejarme un beso tímido en mi mejilla.
—Ayer vi algo extraordinario y
horrible a la vez—dije.
—¿Qué viste?—preguntó con gran
interés.
—Un libro—contesté con simpleza
para luego explicarme mejor—. Un libro llamado “Entrevista con el
vampiro”. Maharet, en ese libro aparecen datos que siento que son
reales. No es como esos libros de ficción barata.
—Esperemos que nadie haya roto el
silencio.
Pero lo rompieron. Louis de Pointe du
Lac rompió el silencio, aunque el grito mayor lo pegó Lestat en la
radio, televisión y por supuesto con sus memorias. Todo lo que nos
rodeaba, el misterio de nuestra existencia, quedó en manos de
cualquiera que quisiera un poco de diversión “sana” con un
compañero de papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario