Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 9 de abril de 2017

No abras. Parte III




No sabía si era muy atrevido empezar por las frases típicas, pues él no era el típico visitante ni el típico amigo. Sólo decía ser el rey de un nuevo imperio creado por Dios para él, o más bien cedido, para que diese justicia a las pecaminosas almas que allí se daban cita. Aún así hice un ademán para que entendiese que entrase y tomase asiento en el sillón frente al mío. Era el sillón de Louis y se me haría extraño ver a otro ocupando su lugar. Amel estaba en completo silencio.

El sonido de los pasos de las botas de Memnoch sobre las baldosas era pesado. Parecía estar cansado de viajar. En realidad, parecía uno de esos motoristas que viajan kilómetros y kilómetros para las típicas concentraciones, donde ocupan un lugar destacado en la manada y hablan sobre Dios como un compañero más de viaje. Echó hacia atrás algunos mechones incómodos en su rostro y se sentó al mismo tiempo que yo lo hacía.

Comprobé entonces que llevaba una camiseta de mangas cortas negra, un chaleco de cuero sin mangas también del mismo color y unos pantalones algo entubados que cubrían sus largas piernas. Realmente parecía uno de esos macarras amantes de la libertad, los cuales eran muy afines a mí en muchos aspectos. Sus brazos estaban cubiertos de tatuajes que mostraban distintos rostros, hechos históricos y monstruos bíblicos. Sonrió cuando se percató que estaba perdido en algunos de esos magníficos dibujos de tinta.

—Dios tiene iglesias, yo tengo mi cuerpo—expresó.

—¿A qué has venido? Ya te dije que no pienso irme contigo ni hacer lo que me propones—respondí de inmediato como si un resorte me hubiese impulsado a hacerlo.

—Te enseñé el cielo y el infierno para que lo narraras, también te seguí molestando porque conocía la verdad que ya conoces. Esa verdad que murmura en tu mente y comparte sus emociones, sentimientos y conocimientos—dijo apoyando bien su espalda en el respaldo y apoyando los codos en los brazos del asiento—. Y digo conocimientos porque pueden ser ciertos, falsos o tener sus luces y sombras. No lo sabemos hasta que los ponemos en práctica, algo a lo que estás muy acostumbrado—rió bajo y negó suave con la cabeza provocando que viese en él a un joven más que a un ser tan antiguo como decía ser—. Me gusta el título del libro, pero no soy el diablo. Dije que se me considera, pero no lo soy. Sigo siendo un caído, aunque no del todo. Ya sabes que Dios no me tiñó las alas de negro... ¡Oh! Bueno, no he venido a hablar de mí o de ti. Tampoco he venido a hablar de Amel—dijo inclinándose hacia delante mirándome a los ojos y provocando que sintiera un escalofrío por toda la columna vertebral.

—Dime—susurré.

—He venido para que me ayudes a decirle al hombre que pare. Ya está bien. Necesito que alguien les diga la verdad sin divagaciones ni metáforas que no van a ninguna parte. Estoy muy cansado de ver tanto odio y violencia engendrada en cada uno de sus actos—masculló lo último echándose de nuevo hacia atrás para llevarse las manos al rostro y frotarlas. Aprecié entonces que llevaba las uñas pintadas de negro y eso me hizo sonreír de lado. Realmente estaba usando un disfraz, ¿cierto? Me preguntaba cuál sería su verdadero rostro.

—¿Crees que yo puedo hacerlo?—pregunté con una sonrisa socarrona.


—No conozco a nadie más que pueda hacerlo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt