Carta de Quinn...
Lestat de Lioncourt
Hace
tiempo que no me pongo en contacto con un folio en blanco y decido
escribir de la forma más natural posible. He usado demasiado la
tecnología y creo que es un medio demasiado frío. No puedo volcar
en una hoja de word las dudas existenciales que aún carcomen mi
alma. Son como termitas terribles que me dejan exhausto y sin
esperanzas.
Dicen
que tras la tormenta brilla el sol y hay una nueva esperanza, pues el
agua se filtra en la tierra y germinan las plantas a la llegada del
buen tiempo. Nuestras almas son un huerto, jardín o prado donde las
semillas aguardan que paremos de llorar para florecer nuevas
verdades. Aprendemos gracias a experiencias que hacen mella en
nosotros, pero no todas son válidas y no siempre aceptamos lo que
quieren enseñarnos. Sí, somos malos alumnos. Tal vez por eso hoy he
ido a una de esas pequeñas tiendas de materiales de oficina, justo
cuando estaban a punto de cerrar, y he pedido un cuaderno sencillo,
un bolígrafo barato y un sobre para enviar por correo ordinario esta
carta.
Sí,
es una carta. Si te ha llegado es porque al fin he tenido agallas.
Últimamente me faltan. Quizá debería buscarte y poder sentarnos
ante una taza de café, té o chocolate bien caliente. Qué más da
la bebida, ¿cierto? Somos dioses oscuros, seres inmortales, que no
requerimos de alimento alguno más allá que la propia sangre de
nuestras víctimas. ¡Pero sienta tan bien ese aroma! Al menos a mí
me transporta y el calor que desprende la bebida humeante me hace
sentir humano. Incluso un poco infantil. También recuerdo la
conversación aquella que tuve con Julien Mayfair, ¿recuerdas? Te la
conté.
En
fin, sólo quería decirte que he decidido volver a escribir. No
usaré el ordenador. No quiero algo tan frío en mis manos. Sé que
Mona siempre ha amado esos trastos y para mí han sido muy útiles,
pero para ti es más complicado. Eres un hombre chapado a la antigua.
Detestas que la tecnología se involucre demasiado contigo. Vives
libre de ella. A veces te envidio. Viviste una época donde realmente
se sufría, se amaba, se hacía el sexo y se bebía con pasión.
Incluso se discutía con vehemencia hasta llegar a los puños, los
duelos y el resentimiento eterno. Pero no se discutía por cualquier
estupidez que hubiésemos leído en un periódico sensacionalista -si
bien, ¿qué periódico hoy no lo es?- o escuchado de boca en boca.
Se discutía por filosofía, política o creencias religiosas en un
pequeño café o bistró parisino.
Hoy
suenan más que nunca ecos de guerra. Una guerra distinta a la vivida
hace unos años. Sí, sobrevivimos. No obstante, no estamos en las
mejores condiciones. Ni tú, ni yo y tampoco nadie. Aún así vamos a
observar como los humanos se masacran unos contra otros. Por eso hoy
me he sentado en el alfeizar de mi ventana, he visto las luces de la
ciudad que son las nuevas estrellas en mitad de la noche, y me he
preguntado si realmente la Segunda Guerra Mundial acabó o sólo tuvo
un pequeño momento de silencio en occidente, pues oriente siguió
padeciendo. Somos, o más bien fuimos afortunados, pero no lo
sabíamos hasta ahora.
Me
gustaría volver a ser humano para poder fundirme con la tierra, pero
a la vez deseo hacer tantas cosas... Es como una duda constante. A
veces me pregunto qué hubiese pasado de no ir tras el misterio de
aquella pequeña isla en mitad del pantano. ¿Qué hubiese pasado,
Lestat? Dime. ¿Habría conocido finalmente a Petronia o esta hubiese
desviado su mirada hacia otro lado? Posiblemente jamás hubiese
conocido a Mona, ni hubiese tenido relaciones sexuales con Jasmine, y
por lo tanto no habría conocido el amor de dos mujeres intensas y
deseables. Tampoco habría tenido el apoyo de Nash, ni habría
comprendido el porqué del odio de mi madre y del dolor de mi
hermano. Habría sido un ignorante. Si bien, deseé ir más allá de
lo conocido y posible.
Somos
motas de polvo en el universo, granos de arena perdidos en un reloj
que marca el cambio de tercio con la muerte de cada uno de nosotros o
quizá con nuestro nacimiento, pequeñas manchas sin forma que
terminamos teniendo conciencia por mera suerte y que aceptamos este
mundo porque creemos que nos pertenece. No nos pertenece nada. Ni
siquiera nuestro tiempo de vida. Todo es parte de un caos perfecto
donde se nos ha situado y deberíamos vivir el momento, vivir el
ahora, disfrutar de cada sensación y sólo nos dejamos llevar por la
ambición de acaparar más cosas de las que podemos usar.
Ya
no sé qué digo, Lestat. Tal vez sólo divago. Necesito divagar,
¿entiendes? Necesito poder contarte todo lo que llena mi cabeza y
golpetea como el corazón bajo la madera, como el cuervo picoteando
en el cristal, como el monstruo que sube por las escaleras sediento
de venganza y belleza juvenil... Como la enredadera que trepa por la
fachada de este caserón perdido en la nada, en una tierra cuyo
nombre no te confesaré. Sólo quiero decirte que quisiera verte,
pero a la vez creo que no es necesario. Sólo espero tener agallas
algún día para echar esto al correo y poderte decir que sigo
“vivo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario