Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 27 de abril de 2017

Sigo vivo

Carta de Quinn...

Lestat de Lioncourt 


Hace tiempo que no me pongo en contacto con un folio en blanco y decido escribir de la forma más natural posible. He usado demasiado la tecnología y creo que es un medio demasiado frío. No puedo volcar en una hoja de word las dudas existenciales que aún carcomen mi alma. Son como termitas terribles que me dejan exhausto y sin esperanzas.

Dicen que tras la tormenta brilla el sol y hay una nueva esperanza, pues el agua se filtra en la tierra y germinan las plantas a la llegada del buen tiempo. Nuestras almas son un huerto, jardín o prado donde las semillas aguardan que paremos de llorar para florecer nuevas verdades. Aprendemos gracias a experiencias que hacen mella en nosotros, pero no todas son válidas y no siempre aceptamos lo que quieren enseñarnos. Sí, somos malos alumnos. Tal vez por eso hoy he ido a una de esas pequeñas tiendas de materiales de oficina, justo cuando estaban a punto de cerrar, y he pedido un cuaderno sencillo, un bolígrafo barato y un sobre para enviar por correo ordinario esta carta.

Sí, es una carta. Si te ha llegado es porque al fin he tenido agallas. Últimamente me faltan. Quizá debería buscarte y poder sentarnos ante una taza de café, té o chocolate bien caliente. Qué más da la bebida, ¿cierto? Somos dioses oscuros, seres inmortales, que no requerimos de alimento alguno más allá que la propia sangre de nuestras víctimas. ¡Pero sienta tan bien ese aroma! Al menos a mí me transporta y el calor que desprende la bebida humeante me hace sentir humano. Incluso un poco infantil. También recuerdo la conversación aquella que tuve con Julien Mayfair, ¿recuerdas? Te la conté.

En fin, sólo quería decirte que he decidido volver a escribir. No usaré el ordenador. No quiero algo tan frío en mis manos. Sé que Mona siempre ha amado esos trastos y para mí han sido muy útiles, pero para ti es más complicado. Eres un hombre chapado a la antigua. Detestas que la tecnología se involucre demasiado contigo. Vives libre de ella. A veces te envidio. Viviste una época donde realmente se sufría, se amaba, se hacía el sexo y se bebía con pasión. Incluso se discutía con vehemencia hasta llegar a los puños, los duelos y el resentimiento eterno. Pero no se discutía por cualquier estupidez que hubiésemos leído en un periódico sensacionalista -si bien, ¿qué periódico hoy no lo es?- o escuchado de boca en boca. Se discutía por filosofía, política o creencias religiosas en un pequeño café o bistró parisino.

Hoy suenan más que nunca ecos de guerra. Una guerra distinta a la vivida hace unos años. Sí, sobrevivimos. No obstante, no estamos en las mejores condiciones. Ni tú, ni yo y tampoco nadie. Aún así vamos a observar como los humanos se masacran unos contra otros. Por eso hoy me he sentado en el alfeizar de mi ventana, he visto las luces de la ciudad que son las nuevas estrellas en mitad de la noche, y me he preguntado si realmente la Segunda Guerra Mundial acabó o sólo tuvo un pequeño momento de silencio en occidente, pues oriente siguió padeciendo. Somos, o más bien fuimos afortunados, pero no lo sabíamos hasta ahora.

Me gustaría volver a ser humano para poder fundirme con la tierra, pero a la vez deseo hacer tantas cosas... Es como una duda constante. A veces me pregunto qué hubiese pasado de no ir tras el misterio de aquella pequeña isla en mitad del pantano. ¿Qué hubiese pasado, Lestat? Dime. ¿Habría conocido finalmente a Petronia o esta hubiese desviado su mirada hacia otro lado? Posiblemente jamás hubiese conocido a Mona, ni hubiese tenido relaciones sexuales con Jasmine, y por lo tanto no habría conocido el amor de dos mujeres intensas y deseables. Tampoco habría tenido el apoyo de Nash, ni habría comprendido el porqué del odio de mi madre y del dolor de mi hermano. Habría sido un ignorante. Si bien, deseé ir más allá de lo conocido y posible.

Somos motas de polvo en el universo, granos de arena perdidos en un reloj que marca el cambio de tercio con la muerte de cada uno de nosotros o quizá con nuestro nacimiento, pequeñas manchas sin forma que terminamos teniendo conciencia por mera suerte y que aceptamos este mundo porque creemos que nos pertenece. No nos pertenece nada. Ni siquiera nuestro tiempo de vida. Todo es parte de un caos perfecto donde se nos ha situado y deberíamos vivir el momento, vivir el ahora, disfrutar de cada sensación y sólo nos dejamos llevar por la ambición de acaparar más cosas de las que podemos usar.


Ya no sé qué digo, Lestat. Tal vez sólo divago. Necesito divagar, ¿entiendes? Necesito poder contarte todo lo que llena mi cabeza y golpetea como el corazón bajo la madera, como el cuervo picoteando en el cristal, como el monstruo que sube por las escaleras sediento de venganza y belleza juvenil... Como la enredadera que trepa por la fachada de este caserón perdido en la nada, en una tierra cuyo nombre no te confesaré. Sólo quiero decirte que quisiera verte, pero a la vez creo que no es necesario. Sólo espero tener agallas algún día para echar esto al correo y poderte decir que sigo “vivo”.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt