Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 26 de abril de 2017

Lucifer y Satanás

No, por favor. ¡Memnoch otra vez!

Lestat de Lioncourt

—¿Qué haces? ¿Acaso estás tan ocupado para no percatarte de mi presencia?—preguntó con marcada insolencia.

Hacía más de diez minutos que deambulaba por aquella cumbre escarpada. Me había subido a una de las montañas más peligrosas de este mundo para resguardarme de todos y todo. Sólo quería ver gran parte de la creación a mis pies sintiendo el frío helado mi cuerpo. El infierno no es cálido, sino frío. Es el purgatorio donde las almas se consumen en lava porque es parte de los volcanes activos, de este mundo de caos. Es una puerta tan sólo, una grieta, que atraviesa dos realidades. Si bien, el Infierno no está bajo nuestros pies sino en otro plano junto al Cielo.

—Intento ignorarte porque he pospuesto demasiado mis labores aquí—respondí con una sonrisa.

Intentaba molestarlo, pero también decirle una verdad incómoda. Nunca he sido bueno mintiendo. Si bien, es cierto que jamás me he propuesto mentir. Hay quienes tienen una habilidad pasmosa para ello, pero yo soy incapaz.

—¿Soy una distracción?—dijo tras una carcajada que hizo eco por todo el lugar. Después sentí sus brazos rodeándome mientras su pequeño pectoral se pegaba a mi espalda. Su aroma me envilecía y terminaba agitando cada uno de mis cimientos.

—Siempre lo has sido; aunque no me quejo—susurré con una sonrisa mordaz.

—Pues ahora esto suena a queja—contestó. Su tono de voz me hizo pensar que tenía el ceño fruncido y los labios apretados. Se había molestado. Podía apreciar como su alma vibraba como las cuerdas de una guitarra al ser tocada. Sí, así vibraba.

—Padre me necesita, Samael—suspiré pesadamente intentando girar mi rostro, pero temía ver esa mueca de profundo desagrado en sus hermosas facciones.

—Mi opuesto, mi hermano, mi idiota favorito... —murmuró apartándose de mí como si le quemase mi figura—. Anda, permite que la diversión siga—dijo antes de aparecer entre mis brazos. Era más menudo y pequeño que de costumbre. Él podía hacer el cuerpo que quisiera, pues incluso aparecía como mujer soberbia para encandilar a los más ilusos.

—¿Me estás tentando?—pregunté mirándolo a los ojos. Unos ojos oscuros, profundos como la noche misma, que rápidamente brillaron como si fueran gemas.

—Lucifer, soy un demonio ¿acaso no debo tentar?—dijo mi viejo nombre, ese que me impuso mi creador, para luego carcajearse.

—No eres un demonio, eres el padre de todos—respondí.

—Soy oscuridad, soy destrucción y creación, soy atracción y reacción... Soy...

—Eres quien me convence para que no busque almas para salvar de este calvario—intervine a su monólogo de Dios Oscuro, para luego escuchar como estallaba en carcajadas tomándome del rostro con sus manos suaves, frías y de dedos delgados.

—Rey del Purgatorio, Príncipe del Destierro y la Luz en la Oscuridad. ¿No entiendes?—murmuró acercando su rostro al mío, dejando que su aliento rozara mi boca y provocara un escalofrío—. Tú eres luz en mi oscuridad, en mis profundas oscuridades, donde aún sigo creando y destruyendo.

—Un día me destruirás a mí y a ti conmigo—sentencié.

—Deja que disfrute de ti...—contestó para besarme.


El atardecer rojo, como la sangre derramada por cientos de creyentes de las diversas religiones, parecía una llama intensa como la pasión que él liberaba. Una pasión que caldeó mi piel y la suya. La misma que hizo que desapareciéramos de ese idílico paraje para retozar por el prado más cercano. La creación no fue del todo obra de Dios, como tampoco soy el más perverso de sus hijos y el primer caído.



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Dedicado a mi Satanás    

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt