Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 28 de abril de 2017

Experimentar es creer

Bueno... digamos que Julien quiso contar algo.

Lestat de Lioncourt 


Siempre he sido un ferviente defensor que nada es real hasta que se experimenta. Durante muchos años creí que el amor no existía más allá de las hermosas, a la par que extensas, descripciones de los libros, los cuales usualmente leía con avidez desde una edad muy temprana, que abarrotaban los baldes de mi biblioteca. Observaba los diversos tomos y me decía a mí mismo que debía ser maravilloso creer en el amor como se cree en Dios: ciegamente. Pero yo carecía de fe en uno y otro. Para mí Dios estaba tan muerto como el amor, pues jamás lo había tenido. Al menos, no el amor romántico. Por supuesto que conocía el amor familiar, a pesar que mi madre me veía como una carga, y la complicidad que se tiene con amigos que hacen juramentos de sangre y alma. No obstante, el amor de pareja era para mí una fachada bien maquillada de miedo a la soledad.

Como he dicho, soy defensor de creer a pies puntillas sólo lo que se experimenta. Las cosas vividas pueden ser contadas -ya sea con una descripción perfecta o más vacua- y las que no se viven son mera suposiciones o supercherías. No se puede dar por válido algo que se imagina. Y yo el amor lo imaginaba. Alguna vez creí tenerlo, pero se esfumó rápido. Una cosa es el deseo sexual y otra cosa el amor. Se pueden tener ambas cosas, una o ninguna. Incluso se puede confundir el amor con el cariño, respeto y necesidad de no verse solo. En mi caso era la absurda necesidad de tener un heredero, no estar solo y tener a una mujer que me recordara a diario lo maravilloso que podía ser como empresario de éxito, padre y esposo. Un amor, o más bien un cariño, muy egoísta.

Rebasaba los sesenta cuando conocí a un hombre. Había tenido fugaces escarceos con hombres de toda condición. Incluso con los esclavos que una vez sembraron mi algodón, pero eso es otro tema. También me revolqué con mujeres que no eran mi esposa y que ni siquiera recordaba, aunque eso era cosa del Impulsor. En mi familia había un fantasma que generación en generación se ocupaba de vincularnos unos con otros, creando una red perfecta de parentesco y unos vínculos perversos. Sin embargo, jamás conocí a un hombre como él. Se llamaba Richard.

La historia ya la conocen. Saben muchos detalles. Sin embargo, quiero contar algo que todavía no he dicho. Muchas veces se ha comentado sobre mis juegos sexuales, mi diversión y coquetería. No obstante pocas se ha dicho que él sabía como encenderme. A veces me hallaba en el despacho de abogados que fundé, trabajando hasta altas horas de la noche cuando ya nadie más rondaba el edificio, y aparecía enfundado en uno de sus elegantes trajes. Se sentaba frente a mí sonriendo con coquetería y me relataba algún hecho divertido, para de inmediato añadir que llevaba una fina lencería femenina bajo sus prendas masculinas.


Richard se convirtió en mi tormento, pero también en aquello a lo que aferrarme antes de perder las fuerzas. Era la esperanza en mitad de la tragedia y si no lo hubiese tenido me hubiese hundido en la más honda miseria.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt