Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 21 de mayo de 2017

Extraño

Sí, supongo que la palabra "Extraño" podríamos abarcar todo lo sucedido aquí.

Lestat de Lioncourt 



—Vine a ver a Mona.

Estaba en el jardín cortando leña. Ya no iba a hacer falta que cortara más durante unos cuantos meses, pero me gustaba tenerla preparada para cuando llegase nuevamente el otoño. Prácticamente estábamos en verano y la humedad era cada vez más pegajosa. Sentía como la camiseta se pegaba a mi torso y mi rostro se empapaba en sudor.

Él había llegado bajándose de un deportivo. Era uno de esos coches que tenían más de veinte años pero seguían funcionando. No soy muy fanático del motor, pero tenía unas líneas sinuosas y un color muy llamativo. Vestía uno de esos elegantes trajes de firma y una de esas camisas de algodón bien almidonadas en el cuello. Llevaba entre sus manos un magnífico ramo de rosas. Sabía que eran para ella porque todos los días decidía que tenía que insistir. Llevaba así una semana y esperaba que se cansara pronto de preguntar por una muchacha enfermiza a la cual teníamos que cuidar. No podía tener una relación con ella pues la mataría, pues si terminaban teniendo relaciones sin precaución el hijo que tendría sería un monstruo llamado Taltos.

—No está—respondí.

—Ya veo...—murmuró.

—Decidió salir de compras con Rowan—mentí.

Mi mentira era piadosa. Sí se había marchado con mi mujer, pero iban a realizar nuevas pruebas para mejorar su calidad de vida. Tras el parto de Morrigan tuvo varios abortos fruto del incesto con algunos primos. Ella quería repetir el hecho y poder tener un hijo que la condujera hacia su primogénita, la cual era la verdadera heredera de los Mayfair según su testamento en vida.

—Deseo volver a verla, pero vosotros parecéis demasiado herméticos. Parece como si me negaseis poder estar con ella—dijo mirándome a los ojos e intentando averiguar si estaba en lo cierto.

—Es posible—dije dejando el hacha a un lado—. Hay cosas que no comprenderías.

—Entiendo...

—¿Alguna vez has trabajado con tus manos?—pregunté tomando un pañuelo de tela que llevaba enganchado en el cinto y me sequé el sudor del rostro, el cuello y las manos.

Él me miró duditativo, frunció el ceño y negó suavemente. Sus brazos cayeron a ambos lados de su cuerpo de tal forma que sentía que se iban a caer las flores al pasto recién cortado. Eran hermosas y lucían como si acabasen de ser recogidas. Suponía que las había adquirido en algunas de las floristerías cercanas a la mansión, pero eso era acertar demasiado.

—Se nota—dije tras una carcajada bastante profunda.

—A ti parece gustarte—respondió con una sonrisa gentil.

Sus ojos eran muy similares a los míos. Ambos habíamos descubierto recientemente que teníamos el mismo antepasado común: Julien Mayfair. Yo me parecía más al padre de este, pero Quinn era un calco milimétrico del único brujo que logró ejercer presión en una familia matriarcal.

—Es algo que libera mi mente—aseguré quitándome la camiseta empapada en sudor.

Desconocía a cuántos grados estábamos, pero al menos hacía treinta. El sol apretaba porque todavía no era ni medio día. Él me miró algo nervioso y giró su rostro hacia el lado opuesto del sendero.

—¿Realmente debería irme?—preguntó en un murmullo—. Sí, creo que...

—Sí, pero te invito a una limonada antes de marcharme. No acostumbro a ser descortés con quienes nos visitan—dije entretanto le quitaba las flores—. También hay que meterlas en agua o se morirán demasiado pronto.

Entré primero y le hice pasar. Ambos caminamos en silencio hacia la cocina y mientras servía la limonada él puso las flores en un jarrón en el salón. Ella las vería, por supuesto. Agradecería el detalle de inmediato, pero todavía debía estar alejada de ese joven con insuflas de caballero de otra época.

—Toma, la limonada—dije girándome sin pensar que él podría estar aguardando detrás con una sonrisa gentil y demasiado perfecta. Esa misma sonrisa que rápidamente borró cuando la bebida cayó sobre su cara chaqueta y un gesto de frustración cruzó su aniñado rostro.

Rápidamente ambos dejamos todo lo que hacíamos. Solté la jarra en la encimera junto al vaso y él decidió quitarse la chaqueta. Justo en ese momento nos quedamos mirándonos y riéndonos pensando que era una situación absurda. La música del victrola comenzó a sonar haciendo entender que Julien se hallaba jugueteando por la parte superior de la vivienda. Su fantasma seguía con nosotros y él había revelado la terrible verdad.

Tarquin Blackwood en realidad era un Mayfair y yo también lo era. Fui la descendencia de un acto demasiado común entre las monjas de cualquier época y un desdichado que disfrutaba con el sexo más de lo habitual. Una verdad que no nos había acercado demasiado salvo para comprender lo difícil que era saber los verdaderos orígenes.

Entonces ocurrió. La risa dio paso a besos tan intensos como el propio fuego. Ambos ardíamos. Mis manos acariciaban sus caderas y se deslizaban hasta sus glúteos, los cuales apreté con hambre. Él gimió cerca de mi boca y acabó pegándose a la encimera contraria. En pocos minutos estábamos desnudos mordisqueando nuestros cuellos, acariciando las facciones con nuestros labios y manos, entretanto sus piernas se abrían como flores nocturnas.

No era la primera vez que un hombre me ofrecía tal espectáculo, pero sí era la primera vez para él. Pude notar su nerviosismo exacerbado, sus manos torpes al colocarse sobre mis anchos hombros y sus ojos entrecerrados por el miedo, el placer y la necesidad. Mordí uno de sus pezones y lamí su vientre antes de atrapar su sexo. No dudé en succionar. Mi lengua se deslizaba desde la punta hasta la base de su miembro mientras este abría mejor sus piernas. Podía apreciar como temblequeaba y jadeaba hasta llegar a gemir desinhibido. Su pelvis se movía zarandeándose mientras su virilidad llenaba mi boca y se dejaba rozar por mi lengua. Mis labios apretaron la zona cercana sus testículos y él entonces clavó sus uñas. Ahí supe que debía girarlo y pegarlo a mí.

No era tiempo para pensar si estaba haciendo lo correcto o no, si era infiel o realmente estaba pagando el distanciamiento de Rowan en mi vida, y ni mucho menos si él me había atraído desde el primer momento. Sólo sé que bajé mi cremallera liberando mi miembro y rocé con mi glande, aún envuelto en mi prepucio, su entrada. Él dio un respingo y me miró por encima del hombro.

En ese preciso instante lo giré y lo coloqué de rodillas mientras me incorporaba. Él se abalanzó a mi hombría y no dudó en jugar con la fina capa de piel que recubría la punta de este, después mordisqueó el meato y escupió para comenzar a succionar como todo un profesional. Sus mejillas estaban arrobadas y sus labios se enrojecieron pronto. Tenía los ojos llenos de lágrimas por el placer y eso me hizo empujarlo hacia atrás, colocarlo de nuevo a cuatro y penetrarlo sin más juegos. Él gritó de dolor, pero cada embestida adormecía esa sensación para calmarlo ofreciéndole un placer demasiado intenso.

—Eres mío—susurré con la boca pegada a su nuca.

Sentía demasiada presión en mi miembro y mis manos viajaban por su cintura hasta sus costados, de sus costados a su cintura y de esta a sus glúteos para ofrecerle fuertes golpes que enrojecieron su piel. Cada vez iba más rápido con el paso de los minutos y en cierto momento no pude más. Me dejé llevar por la perversidad y lo marqué como mío. La música del victrola no dejó de sonar en ningún momento, aunque mis jadeos y gruñidos junto a sus gemidos lo acallaban momentáneamente.

Al final él también llegó con la última estocada. Sus piernas temblaron y sus brazos fallaron, quedando con el torso pegado a las baldosas del suelo. Por mi parte no me moví. Quedé quieto disfrutando de la sensación de su entrada apretada, pero él decidió apartarme e intentar incorporarse.


Minutos más tarde salía de la mansión con las piernas temblorosas y dejando atrás mi conciencia revuelta. Él todavía era un hombre libre, ¿pero y qué había de mí?

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt