Este momento se deja entrever en los libros, pero nada más.
Lestat de Lioncourt
—No deberías hacer esa fiesta—dije.
Mi voz sonó gruesa, muy varonil, pero
extremadamente débil. Tenía los ojos fijos en ella y no podía
apartar la mirada. Era como ver una magnífica ilusión de una sirena
recién salida de las aguas. Estaba desnuda mostrando su cuerpo de
forma indecente, paseándose por la habitación, intentando
concentrarse en qué vestido usaría. Había decenas en la cama.
Tenían todos cortes provocadores y extremadamente seductores.
Sentí que me ahogaba, aunque eso era
imposible. Yo sólo era un espectro sin cuerpo intentando acapararla.
Una congoja extraña subía en mi garganta recordando la discusión
de Carlotta con Lionel. No podía dejar de imaginar o siquiera pensar
que ambos estaban tramando algo extraño. No obstante no pude
escuchar demasiado porque ella giró su rostro, me miró y encendió
la radio. Maldita radio.
—Eres un absurdo—contestó—.
¿Acaso no te gusta la dichosa música?—preguntó girándose hacia
mí.
Su madre había muerto hacía algún
tiempo, también Julien. Las personas que amaba me abandonaban. Su
pequeña hija, Antha, estaba sentada en el pasillo jugando con una
muñeca de trapo. Ella la hacía bailar tomándola de sus pequeños
brazos y entretanto Evelyn suspiraba cansada. La hija que había
tenido con Julien estaba en su mansión a cargo de una niñera,
aunque ya tenía edad suficiente para defenderse sola. Sabía que
venía a la fiesta arrastrada por Stella, por el amor y la confianza
que ambas se tenían. Ambas brujas estaban enamoradas y deseosas de
volar libres, pero a la vez sentían la fría y fuerte losa de la
familia.
—Me gusta, pero tengo un mal
presentimiento—aclaré.
—Tú eres el mal presentimiento,
Impulsor—me reclamó frunciendo el ceño.
—Creí que me admirabas y querías...
—dije con la voz temblorosa.
—Creíste mal—dijo enérgica—. Ya
estoy cansada de luchar con la familia y de intentar sobrevivir en
este mundo de gente absurda y cínica. Por favor, déjame en paz.
¡Necesito despejarme en esa fiesta!—acabó gritando provocando que
Evelyn diese un respingo al otro lado de la puerta.
—Stella...—mi voz sonó igual que
la de Julien cuando se moría. Era idéntica.
Aún usaba su aspecto cuando me
aparecía para caminar por las avenidas. Ese garbo jamás lo tuve yo
ni vivo ni muerto. Sus ojos eran dos zafiros azules, como los de
Stella, y su sonrisa la de un diablo encantador. Pero mi apariencia
en ese instante era el del hombre que fue quemado en la hoguera.
Aunque, ¿alguna vez fui un hombre? Siempre fui un monstruo.
—Esfúmate por ahora, Impulsor.
No debí hacerle caso. Una hora más
tarde murió. Lionel disparó a su pequeño cráneo y ella cayó
desplomada en el suelo. La música sonaba logrando que no pudiese
asistirla. Cayó frente a mis ojos, pero también frente al hombre de
Talamasca que fue a visitarla, su propio hermano que la disparó y
todos los restantes familiares y amigos. Aquello fue demasiado
terrible. La pequeña Antha también asistió a esa muerte y quedó
por siempre marcada.
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