Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 5 de mayo de 2017

Tú, yo y la verdad

Chico cabra vs Dios

Lestat de Lioncourt 

—¿Acaso ves justo el sufrimiento?—pregunté entrando en aquella iglesia.

Sabía que él estaba ahí. Había bajado de su omnipotente trono para contemplar las bellas flores que habían dejado muy cerca del púlpito. Él había jurado que destruiría a todos los que adoraran falsos dioses, estatuillas que lo representaran o glorificaran objetos cuando lo único que tenían que glorificar era su palabra. El mismo que echó a los mercaderes del templo a través de su hijo, al cual hizo humano para que sintiera la humillación de no ser escuchado. Ese mismo. Él estaba ahí.

—Deben asumir las consecuencias de sus pecados—dijo sin girarse.

Parecía un hombre anciano y bondadoso. Sus largos cabellos canos caían como cascadas de plata sobre su espalda. Sus cejas eran frondosas, igual que su barba, y tenía los ojos pequeños aunque de un azul intenso muy bello. Su piel no era blanca, pues tenía un tono ligeramente tostado. Los pliegues de sus arrugas se veían cincelados deliciosamente como si de verdad le afectara el tiempo. Podía tomar cualquier rostro, pero había decidido usar el de un hombre en la senectud.

—Diste libertad, pero no explicaste las condenas de sus malas decisiones—contesté algo furioso.

Mi aspecto era opuesto. Joven, algo robusto, de algo más de un metro noventa de estatura y que le rebasaba varias cabezas. Tenía esta vez el cabello casi albino, aunque normalmente usaba el castaño. Mis ojos eran similares a los suyos en aspecto y brillo. Él parecía mi abuelo y yo un maldito idiota que pataleaba sin remedio. Sí, un mocoso. No obstante, no lo era. No era un mocoso y él me trataba como tal.

Mis prendas eran las de cualquier muchacho que decide dar un paseo a media tarde: jeans, camiseta negra sin ningún símbolo aparente y unas sandalias cómodas debido a que ya estábamos en una primavera muy calurosa. Él llevaba una guayabera blanca, unos pantalones algo más formales y también sandalias. Luz y oscuridad, ¿no era así? Pero yo seguía siendo la luz en la oscuridad.

—No empecemos—dijo frotando su mano derecha por los pelos de su barba.

—¡Además! ¡Algunos sólo son niños! ¡Y allí también sufren humanos que desconocían tu existencia!—exclamé provocando que mi voz reverberara por todo el templo.

—¿Y? ¿Por ello tengo que asumir que se merecen una segunda oportunidad?—preguntó sin alzar ni un poco su voz.

—Samael es mucho más bondadoso que tú—dije sin piedad.

—No me compares con él—contestó frunciendo el ceño, pero el tono era el mismo.

Reí. No pude evitarlo. Me carcajeé deseando abrir mis alas aún blancas, tan blancas como cuando estaba en el cielo. Sin embargo, si alguien me veía las contemplaría oscuras como las de los tordos o cuervos. Observaría en ellas el pecado, el luto, la caída o la impronta de una marca de la cual no me libraría. Era obsceno pensar que jamás me contemplarían con los ojos de la verdad y la razón, sólo como me pintaban en los textos sagrados. ¡Incluso me confundían!

—Es tu opuesto, pero también es tu hermano—respondí.

Satanás. ¡Sí! ¡Satanás era el hermano de Dios! Dos criaturas opuestas e iguales. El mundo lo crearon entre ambos y sin embargo él se llevaba la gloria; el otro sólo los infiernos y el desprecio.

—¡Silencio!

Quería callarme, pero no lo lograría. No lograría nada. Aceptaría mis palabras y encajaría mis golpes. Yo estaba en mitad de la guerra siendo libre para opinar y confrontar.

—¡Dios, Padre todopoderoso, condena a la humanidad cuando ni siquiera él creó solo este mundo!

—¡Cállate te he dicho! ¡Lucifer, cállate!

Durante unos segundos lo logró. Me había llamado Lucifer. De nuevo, como antaño, había pronunciado ese nombre sin tapujos. Yo ahora me hacía llamar Memnoch, como también me podía llamar de cualquier otro modo. Yo era su hijo, yo era su creación, yo lo era todo y él para mí estaba siendo un niño caprichoso.

—Quieres silencio. Por eso los castigas. Deseas que se callen porque un día llegarán a la más profunda y angustiosa verdad, entonces serán ellos quienes te den la espalda. Incluso lo harán los más fanáticos. Todos se alejarán. Verán al déspota y no al genio.


Mis últimas palabras hicieron que se enfureciera tomando las flores y lanzándomelas al rostro. Después se marchó. Me dejó solo. No quería escuchar la verdad. Nunca quiso escucharla ni en el Cielo ni en la Tierra.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt