Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 29 de junio de 2017

Celos

—¿Has pensado alguna vez lo que deseas realmente? Más allá de tus estúpidos impulsos—comentó inesperadamente dejando el libro a un lado.

Nos hallábamos en una de las bibliotecas de Armand. Concretamente mi favorita. Amaba ese edificio en una de las avenidas más importantes de Nueva York. Podía tener a pocos pasos los teatros más fastuosos, los locales nocturnos más exclusivos y también una vida urbana intensa. Sí, intensa. Tan intensa como la mirada de Louis en esos momentos. Era como contemplar un gato agazapado esperando saltar sobre su víctima.

—Sí—respondí.

—Oh, perfecto—contestó aguardando alguna respuesta más allá de algo tan simple como un “sí”.

—¿Quieres saber lo que deseo?—pregunté con una sonrisa socarrona.

—Me tienes expectante, mon coeur—respondió incorporándose para acercarse a mí.

Estaba al otro extremo de la sala, apoyado en una de las tantas baldas de las enormes estanterías. Me encontraba allí buscando un libro de Dickens. Se me había antojado leer algo de ese autor, lo que fuese en realidad, pero él me detuvo con esa pregunta que para mí lo significaba todo.

—A ti—dije provocando que se detuviese.

—No empieces.

Rápidamente frunció el ceño. Tenía una de esas miradas contrariadas. Parecía no creerme para nada. Realmente quería una respuesta distinta. Esperaba poder hurgar dentro de mi alma para saber qué aventura tenía planteada o a punto de emprender la chispa en mis estúpidas decisiones.

—Louis, no empiezo—chisté.

—Es cierto, nunca terminas—dijo echando hacia atrás sus largos cabellos negros. Odiaba que se los cortara y él lo sabía. Había dejado esa melena larga, ondulada y oscura rozando sus omóplatos.

—¡Por favor! ¡Sólo quiero decirte algo que suene romántico y para nada clásico!—dijo algo furioso.

Tal vez creía que sacaba esas frases idílicas de los libros que leía. ¡Y lo admito! A veces lo hacía. Cualquier hombre enamorado, devorador de libros, toma alguna para ofrecerla, como hermoso tributo, a quien ama. Debería sentirse halagado porque le dedicase unas frases inmortales, tan célebres como intensas, y no cualquier estúpida palabrería barata robada de uno de esos shows televisivos que a veces resultaban aburridos, hirientes para el estúpido y tan vacíos como la sociedad que estaba generando.

—¿Has pensado alguna vez que me gustan las cosas clásicas y simples?—preguntó contrariándose.

¿Qué había más clásico que una frase romántica sacada de alguno de los libros que tanto amaba? ¿Qué había más simple que un “a ti”? Nunca estaba contento. Honestamente me cansaba. Buscaba pelear por pelear, como si eso fuese todo.

—¿Por eso hueles a alcanfor?—dije furioso.

De inmediato agarró uno de los libros de la mesa, sin siquiera pensar que era uno de los suyos o de la colección de nuestro buen amigo, y me lo lanzó. Afortunadamente lo agarré con mis manos evitando que se estampara contra mi cara o contra el suelo. No le pasó nada.

—Está bien. ¡No ha sido mi mejor respuesta!

—¿Y cuándo lo son?—interrogó.

—¡Louis! ¡Te amo!—exclamé desesperado al borde del llanto.

—Llevo mucho tiempo escuchando esas palabras, pero jamás las he visto materializadas.

—Demonios...—mascullé.

No podía ser. Otra vez discutiendo por todo y nada. De nuevo estaba molesto porque no le había ofrecido a tiempo una palabra amable y un arrebato de pasión. Yo sólo quería contemplarlo como a un dios y adorarlo como tal.

—Me iré—anunció.

—¿Adónde irás? ¡Está lloviendo a cántaros!—dije acercándome a él, dejando el libro en la mesa y agarrándolo por los brazos. Tenía las manos justo encima de sus codos y él parecía renuente. Quería apartarme, pero tampoco deseaba golpearme. Ya se le había pasado parte de la furia.

—A darme una ducha relajante... —susurró.

—¿Eso ha sido un comentario mordaz?—pregunté.

—No tanto como tus dientes contra la puta esa que gemía entre tus brazos hace unas horas.

Abrí grande los ojos y me quedé paralizado. Ella sólo había sido una cena rápida, pero él lo había tomado de nuevo como una aproximación al sexo contrario. Me dio un empellón y se fue. No lo volví a ver en toda la noche. Debí ir tras él, pero me parecía absurdo. Sí, era absurdo. Tan absurdo como sus puñeteros celos.


Lestat de Lioncourt 


No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt