Marius y Armand de nuevo... Estos breves detalles de sus conversaciones me dejan pensando siempre.
Lestat de Lioncourt
—He perdido la fe—dijo de
improviso.
Estaba sentado en uno de los divanes de
la sala. Parecía un muñeco de tarta de bodas, pero era demasiado
joven. Bien vestido con esos trajes oscuros tan elegantes que muchos
hombres ansían adquirir, posiblemente hecho a medida, con una
elegante pajarita azul celeste y una camisa blanca que parecía
realzar su palidez y el fuego de sus cabellos.
—¿En Dios?—respondí deteniendo
mis pasos por la sala.
Había entrado en esta buscando un
libro que me calmase. La situación había sido terrible. Lestat
permanecía arrojado en el suelo de aquella capilla y todos parecían
velarlo como si estuviese muerto. Pero en sí, la situación estaba
siendo absolutamente terrible. Sentía que el mundo entero se había
fracturado. La verdad con la cual él había aparecido, con un
aspecto desastroso, me llenó de dudas y miedos.
—En ti—confesó.
Sin embargo, esas palabras, tan simples
y sobrias, me llenaron de un miedo aún más atroz. Las dudas y las
viejas miserias se apoderaron de mi corazón. Me quedé de pie con
los brazos caídos hacia ambos lados y los ojos fijos en él. Unos
ojos llenos de dolor.
—Tal vez no he sido el hombre que
esperabas, pero recuerdo bien que jamás te mentí durante nuestra
relación—empecé a decir, pero no me permitió seguir demasiado.
—¿Cuál relación?
—Tuvimos un hermoso idilio en
Venecia—dije.
—Del cual me arrepiento en
ocasiones—sentenció destruyéndome—. Preferiría haber muerto en
aquel prostíbulo de Constantinopla.
—¿Cómo puedes decir eso?
Fruncí el ceño contrariado. No podía
creer que él dijese algo así. Era asombroso que hubiese preferido
morir a vivir estos años. Al menos había logrado cierto
conocimiento que le había permitido alzarse por encima de cualquier
hombre.
—¿Tienes una mínima idea de cuánto
he sufrido?—preguntó con voz queda.
No supe responder. Simplemente guardé
silencio y di dos pasos hacia atrás. Me hallaba demasiado perturbado
ante su breve discurso. Y, finalmente, de forma cobarde me fui.
Decidí marcharme y dejarlo allí. Poco después se inmolaría. Fui
un estúpido. Agradezco al destino haberlo hecho demasiado fuerte,
pues de haberlo perdido realmente gran parte de mí habría muerto
con él.
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