Todos hemos disfrutado alguna vez de la
soledad. Es difícil aceptarla en nuestra vida, hacerle hueco y dejar
que se instale como compañera de habitación. A veces son piedras
muy pesadas en nuestra maleta cuando la arrastramos por el andén de
estación en estación. Se convierte en un símbolo de derrota o
sufrimiento demasiadas veces. Pero yo hablo de ir a verla y
preguntarle si quiere quedarse un rato a tu lado. De esa soledad. La
soledad que buscamos desesperadamente cuando sentimos que la sociedad
nos impone demasiadas metas, creencias, palabras y sentimientos que
ni siquiera han sido cercanos a nuestros ideales. Esa presión logra
que muchos decidamos emprender un viaje fuera.
Quería recordar quien era. Necesitaba
encontrarme con el joven que fui y preguntarle cuantos sueños
seguían en el cajón del olvido. Ansiaba querer saber si por
fortuna, o por desgracia, seguía ahí. Deseaba hallar el lugar en el
mundo que la inmortalidad me había arrebatado. El foco de la
victoria se encendió demasiado rápido y emprendí una trayectoria
directo a las estrellas. Así, directamente. Me despegué y
desvinculé de quien era para ser otro, lo cual fue un error.
Fui fuerte por mi madre, por Nicolas,
por la verdad que estaba más allá de las simples y cautivadoras
palabras de Armand, después por Marius mismo para ponerme a prueba y
por todos los que vinieron después. Pero sobre todo fui fuerte por
Louis. Amo demasiado a Louis. Él es todo lo que una vez ansié en
aquel pequeño pueblo francés. Era el hijo de un marqués arruinado
y que no vería ni una pequeña porción de la herencia. El tercero
de tres hermanos que habían sobrevivido a siete partos. Realmente
era un superviviente. Había sobrevivido a tantas tragedias que
decidí que tenía que fortalecerme continuamente. Él no. Él podía
ser débil. Él tenía permiso de echarse al piso y llorar hasta que
el corazón se derrumbaba tras cada latido.
En los últimos años decidí ser otro.
Quise disfrutar del anonimato. Salía cada noche a descubrir un
pedazo de mundo. Ya no sólo perseguía a mis víctimas, sino también
espectáculos a los que jamás hubiese asistido. No hablo de obras
intensas en teatros convertidos en palacios de las artes. Hablo de
lluvia de estrellas, tormentas marinas, amaneceres en las montañas o
simplemente escuchar el ulular de los búhos mientras me oculto entre
la tierra removida de algún bosque. Quería recordar que era ser
auténticamente salvaje.
Durante casi diez años viví solo.
Quise desprenderme de todo, pero no lo logré. Louis estaba ahí de
forma recurrente, igual que todos los que amaba. Aún así pude
pensar en ellos sin sentir la presión de sus deseos. No tenía que
cubrir esas necesidades.
Aprendí que quiero estar con ellos,
formar un lazo intenso con cada uno, pero también con el hombre que
sigo siendo. El hombre humano y joven que mira los viñedos de su
padre y se dice a sí mismo: ¿Ves, maldito imbécil? Podían
recuperarse. He recuperado las tierras.
Sí, he vuelto a Auvernia. No me
arrepiento. Tal vez este lugar fue una cárcel para mi madre, pero es
el lugar donde nací dos veces. La primera del vientre materno y la
segunda de entre las fauces de unos lobos que sólo querían
sobrevivir, así como yo quería hacer lo mismo.
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