Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 3 de julio de 2017

Querubín infernal

Daniel tuvo un poco de su medicina o quizá todavía se puede solventar todo. ¡Yo qué sé!

Lestat de Lioncourt 


—Ya ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que tuve un momento de paz y libertad auténtica, es decir, de felicidad. Tal vez fue aquella noche en la playa tras el último día de vacaciones. Había dejado atrás mi vida estudiantil y ahora tenía que enfrentarme al mundo real, ese que me causaba nerviosismo y desvelos. Estaba emocionado y aterrado al mismo tiempo, pero sin duda alguna creo que fue el último día que fui auténticamente feliz. Encendí mi cigarrillo y dejé que la brisa de aquel agosto tardío me revolviera un poco el cabello—dije con la vista cansada y un terrible sentimiento de vacío. Era tan profundo que sentía como los dedos de una mano invisible aprisionaban mi corazón, lo estrujaban con fuerza y sonreían con una malicia propia de un gigante dispuesto a aplastar el mundo entero conocido.

Pensé en aquellos momentos que nada me impidió seguir soñando allí, como si no hubiese un amanecer a punto de eclipsar mi última noche de salvaje libertad universitaria.

Lentamente, él recogió el tazón que había colocado frente a mí y miró su contenido. Estaba vacío. Me había tomado aquel café con cereales como si fuese lo más habitual como cena tardía. Sus ojos chocaron con los míos y después suspiró largamente.

En ese momento pestañeé sorprendido, como si no me hubiese dado cuenta que él estaba allí. Sin embargo fue él quien me hizo perderme en el pasado y en mis sentimientos.

Aparentemente era un muchacho bajo, menudo, de cintura muy ajustada y caderas muy amplias para ser un hombre, sin sombra de barba, nariz recta, pómulos llenos, de carnosos labios rosáceos y mirada lacónica. Tenía un cabello rojizo muy alborotado y caía sobre sus estrechos hombros. No sé porqué pero lo deseé desnudo. Era como si me hubiese convertido en el peor de los demonios ansiando pecar con el más hermoso de los querubines de Dios.

Quedó quieto, miró a su alrededor, mientras sostenía con firmeza, entre sus manos delicadas y pequeñas, la pieza de cerámica de color azul marino que parecía querer estallar en mil pedazos. Finalmente dio dos pasos hacia atrás para darse media vuelta y dejar el tazón en el fregadero, junto al otro centenar de platos sucios acumulado desde hacía varias noches. Parecía respirar hondamente, con aire satisfecho. Sin embargo, sus ojos parecían intranquilos como las estrellas fugaces dibujadas en el cielo más despejado.

Instintivamente me incorporé y lo busqué. Fue un impulso sin mesura ni razón. Sólo lo hice. Era como si un resorte mecánico se hubiese activado. Él quedó quieto permitiendo que me aproximara. Mis manos cubrieron sus mejillas y mis labios se aferraron a los suyos. Él, abrazándome, parecía rogar que no me detuviese. Entonces, dejando que toda la adrenalina subiera decidí dar rienda suelta a mis deseos.

Su camiseta celeste se rasgó cayendo a jirones al suelo. Su blanco y pequeño torso deslumbró bajo el foco fluorescente de la cocina. Mis dedos parecían garras mientras que sus manos se extendían hacia mis hombros, intentando anclarse para no trastabillar y caer. El bombeo intenso de su corazón me hacía pensar que no estaba muerto, que nunca lo estuvo realmente y que el monstruo que tenía ante mí era un verdadero adolescente.

Cuando quise darme cuenta él estaba de rodillas con su rostro hundido en mi bragueta. Ni siquiera recuerdo los pasos previos. Su boca acaparaba mi virilidad mientras esta palpitaba en su interior húmedo, caliente y profundo como su garganta. Me miró con su mirada que me recordó al café recién hecho, pues me calentó y aceleró. Mis testículos chocaban con sus labios. El glande estaba descapullado y húmedo cuando salió de aquellas fauces que me devoraban.

Recuerdo todo como si hubiese sido ayer mismo, pero hace más de veinte años. Hoy ya no tenemos nada que nos vincule salvo dolor, miseria, recuerdos hundidos en la hecatombe y un extraño sentimiento de pertenencia que no logramos separar. He ido a buscarlo a una de las bibliotecas de este laberíntico edificio y lo he hallado.

Estaba colocado sobre la mesa de escritorio de la biblioteca francesa. Así llama a una de las bibliotecas que posee. La mesa es robusta y tiene las patas talladas de tal forma que parecen garras de una bestia sacada de libros de fantasía. Parecía un ángel puesto ante el altar para que Dios mismo lo contemplara como un milagro. Desnudo, perlado de sudor y con los ojos tan intenso como en aquella ocasión. Sin embargo, sus gemidos no me pertenecían. Sus piernas estaban abiertas y temblorosas, sus caderas se movían en círculos ayudando al impulso de la pelvis de su amante y sus manos rasguñaban la parte superior de la mesa.

Estuvo esperándole siglos y al fin pudo culminar su sueño. Quien estaba arrebatando su aliento, provocando disturbios y alarmas en su mente, era su amor eterno. El hombre que lo convirtió en el monstruo perfecto y decadente que es. Casi podría jurarse de un milagro tan tanto dolor ofrecido por parte de ambos. Él era Marius.

Había estado viviendo con ese imponente vampiro durante varios años. Me creía su nuevo discípulo y gran amor, pero no podía compararme con el tesoro que hallaba siempre entre sus tiernas y formidables piernas. Sus glúteos aceptaban el castigo de la distancia y el orgullo herido. Él me miraba, pero nuestro maestro ignoraba mi presencia.

Si habían logrado estar de ese modo era gracias a la ciencia moderna. Las inyecciones de hormonas avivaban el deseo carnal más allá de los pocos segundos que uno siente antes de enterar los colmillos, beber un par de tragos y separarse de inmediato. Aunque no importa como lo habían conseguido, sino que lo lograron.

En cierto momento un largo gemido de respiración agitada e incendiaria necesidad dio paso a un orgasmo, para luego echar un caliente chorro en su interior para que continuara el fuego en el perverso pelirrojo que desbordó de igual modo. Al llegar su miembro ya expulsaba gruesas gotitas de semen sobre su pequeño ombligo, pero en ese momento fue un chorro cálido y abundante contra su vientre plano y el abdomen marcado de su amante, padre, maestro y dueño eterno.


Me miró como si fuese una muñeca carente de vida, pero esos ojos reían a carcajadas. Había gozado de su venganza. Ni podía ser mío y ni permitiría que otro fuese para mí. Recuperó a su viejo amante, su honor, su orgullo y también la felicidad que yo le había arrebatado. Porque esa noche fui feliz y en esos momentos me convertí en el hombre más desgraciado, odiando ese pequeño recuerdo y desafiándome a mí mismo para poder olvidarlo.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt