Louis y yo deberíamos hablar más sobre esto.
Lestat de Lioncourt
—¿Qué miras con tanto
estupor?—pregunté.
Tenía el ceño fruncido y la boca
torcida. Era un gesto de brutal desagrado y preocupación. Podía
apreciar en sus rasgos una consternación inusual.
—Las cifras de abandono de animales
en las épocas vacacionales—murmuró sin levantar sus encantadores
ojos azul grisáceos con destellos violáceos.
—¿Por qué?—dije tomando asiento
al otro extremo de la mesa.
Estaba sentado en la gran mesa de
reuniones con las botas sobre el borde de esta. Armand lo iba a matar
si lo veía de ese modo, pero no estaba en la ciudad. Había decidido
viajar a San Francisco para un musical que iban a estrenar en uno de
los teatros que apoderaba.
—¿Has olvidado de dónde era
Mojo?—dijo cerrando el periódico para dejarlo a un lado.
—Un perro callajero—respondí.
—Exacto—dijo con una sonrisa
amarga.
—Mon coeur, ¿pero por qué te
disgustas leyendo semejantes datos?
—Porque pienso donar algo de dinero,
aunque esto sólo se soluciona con conciencia. Cuando los animales
dejen de ser objetos, usados como juguetes o seres sin
sentimientos... Cuando se les otorgue derechos y se les blinde,
entonces y sólo entonces, podremos decir que donar a protectoras de
animales tendrá algún sentido. Entretanto la cultura del abandono
proseguirá—decía aturdido.
Realmente se sentía horriblemente
abatido. Odiaba verlo de ese modo. Desde la muerte de Mojo buscaba
sus ojos en cada animal. Sentía el dolor que ellos sentía. Sabía
que jamás se perdonaría la muerte de aquellos lobos en la nieve,
aunque fue una proeza por pura supervivencia. Aún así ahora sentía
uno con la naturaleza. Solía y suele decir que vivimos en un jardín
salvaje y todos y cada uno somos flores extrañas, las cuales surgen
con un aroma distinto, y los animales, sean cuales sean, son iguales
y deberían tener una vida digna. Si bien, ni siquiera tienen vidas
dignas muchos niños y ancianos. Las calles cada vez se llenan de
mendigos más jóvenes, de ancianos rebuscando en la basura y no hace
falta que se vaya a países supuestamente en crisis alimentaria. Sólo
hay que salir al balcón de cualquier edificio y mirar hacia abajo.
El ser humano había olvidado la
humildad, el honor, el amor, la compasión y la humanidad. Realmente
había olvidado lo que es la humanidad. El cúmulo de creencias y
sentimientos habían quedado destruidos en pos del progreso. Algún
día tal vez se darán cuenta y entonces no quedarán animales, no
quedará nada.
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