Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 9 de junio de 2017

Mujer fatal

De encuentros eróticos va la cosa.

Lestat de Lioncourt 


El sonido de sus tacones repiqueteaban como campanas llamando a misa. Mi pluma se detuvo sobre el talonario y mis ojos se alzaron en dirección a la puerta que daba al pasillo central. Tras el cristal de la puerta se dibujaba un escenario tentador. Su figura envuelta en algún elegante vestido, el perfume francés más caro embriagando su delicada piel y un cigarrillo manchado de carmín en dirección a sus labios intentando calmar sus nervios. Pude ver su sombra proyectándose contra el cristal rugoso y opaco donde podía leerse “Director Julien Mayfair”.

Era el director de mi propia empresa. Había fundado “Mayfair and Mayfair” con el sólo propósito de gestionar nuestro patrimonio y conseguir hacer lo mismo con el de convecinos. Nuestra experiencia en inversiones, influencia entre jueces y políticos, así como el prestigio de ser una familia arraigada en la ciudad les hacía venir con asiduidad. Justamente terminaba un cheque que tenía numerosos ceros y era sobre los beneficios que habían obtenido uno de nuestros clientes. Justo lo hacía cuando la tentación llegaba a la hora del cierre.

Todos mis empleados se habían marchado. La mayoría eran familia. Estaban mis hijos mayores, sus primos y un par de familiares lejanos que apenas tenían vínculos habituales con los que vivíamos en First Street. Lo sabía, estaba seguro, así como tenía conocimiento de mi vicio más común y peligroso: el trabajo.

Abrió de forma enérgica la puerta. No necesitaba decir que estaba allí. Entró mientras me acomodaba tomando mi pipa y daba una calada sintiéndome el hombre más afortunado. Ante mí tenía una preciosa imagen cargada de erotismo. Una gabardina gris plomo cubría sus curvas y unos elegantes tacones de aguja, bastante altos para cualquiera, envolvían sus delicados pies. Tenía un rojo carmín muy llamativo dibujando su bonita y perversa sonrisa. Tiró la colilla al suelo y la apagó con su pie derecho. Sus ojos oscuros se clavaron como dagas en los míos y colocó sus manos en el cinturón que ataba su abrigo.

—Vine porque no eres capaz de venir tú. Ya te faltan agallas, ¿o tal vez ganas?—preguntó con un tono de voz indecente antes de abrir de par en par su gabardina y mostrarme una lencería fina traída de París.

Era un corsé púrpura con encajes y bordados de rosas en tono negro perla, medias de red, delicadas bragas y liguero a juego con el corsé. Por supuesto, sentí como una tremenda erección empezaba a despertar bajo el pantalón de mi traje gris humo. Me incorporé como si tuviese un resorte en la silla, apagué la pipa y me acerqué.

Rápidamente mi boca bebía de la suya. Mi lengua empezó a paladear su labial y mis manos recorrían su cintura, viajaban por la espalda y agarraban sus glúteos. Podía sentir al hombre cerca observándolo todo. No me importaba. Él podía ver lo que realmente codiciaba. No me gustaban las putas y fulanas que él rondaba, tampoco mis primas o sobrinas. Sólo lo quería a él.

—Richard...—susurré entre jadeos mientras él intentaba deshacerse de mi chaqueta, corbata y camisa. Cuando lo logró enterró sus uñas largas contra mi piel algo más pálida que la suya, pero más gruesa.

Mis cabellos ya estaban teñidos de canas, pero mis ojos eran bravos como los de un hombre mucho más joven. Él reía bajo entretanto colaba su mano dentro de mi pantalón, pues había bajado la bragueta. Cuando menos lo esperaba lo tenía contra la mesa, por supuesto de espaldas, mordisqueando sus hombros y bajándome el pantalón.

—Cariño, déjate probar primero—dijo antes de gemir sobresaltado por un par de azotes contra sus glúteos.

Entonces lo giré y lo miré. Sus ojos eran hermosos pozos de poder. Sí, poder. Podía conmigo y con cualquiera. Podía volver loco al más cuerdo. Su mano derecha comenzó a manipular mis testículos mientras hacía una caída de ojos demasiado erótica. Volví a besarlo, pero esta vez lo agarré del cuello con la diestra y deslicé mis dedos hasta la parte inferior de su mandíbula. Cuando paré el beso escupí en su boca y luego mordí, tirando con cierta violencia, de su labio inferior. Di un par de bofetadas bien fuertes, las cuales hubiesen tumbado a cualquiera, mientras lo agarraba bien por el brazo con la otra mano. Por último metí mis dedos en su boca y presioné su lengua. Él no dudó en cerrar sus labios y comenzar a succionar como si fuese mi miembro. Hacía aquello en el mismo momento que sus dedos apretaban con deseo la base de mis testículos.

—Saborea entonces—dije empujándolo hacia el suelo.

Quedó de rodillas con su boca pegada a mi glande, el mismo que lamió mirándome lascivamente. De nuevo una caída de ojos hizo que mi miembro palpitara aún más. La erección era casi absoluta. Su lengua humedecía desde la base hasta la punta y de la punta a la base. Incluso dejó un par de besos en mi vientre y muslos antes de iniciar una garganta profunda. Mis dedos se enredaron sus largos cabellos ondulados y mi cadera se volvió loca. Perdí la cabeza y la noción del lugar donde nos hallábamos.

El fantasma seguía mirándonos desde uno de los rincones. Reía encantado ante el espectáculo que le ofrecíamos. Era sin duda alguna algo que cualquiera disfrutaría.

El sonido del chupeteo se convirtió en la mejor melodía y la acompañaba con el eco de mis gruñidos. Sólo lo incorporé porque quería bajar un poco su ropa interior. Al hacerlo lo senté en la mesa y eché a un lado sus braguitas, sacando por el lateral derecho su miembro erguido. Por supuesto, retiré la piel sobrante de su glande y jugué con ella. Por último succioné un par de veces logrando que sus piernas se abrieran.

—Julien, Julien, Julien... amor mío...—decía recostándose en la mesa entretanto me empujaba. Ya estaba harto de juegos y dispuesto a todo. Ni siquiera había acomodado su entrada, pero eso no importaba. Sabía que él había estado jugando en el coche que había decidido traerlo hasta mi despacho de abogados e inversionistas.

Abrí bien sus piernas, tomé el abre cartas y rompí la lencería para envolverme con sus muslos. Finalmente me introduje en su interior y bombeé con rabia, destreza y deseo. Él buscó agarrarse de cualquier forma, pero la única que halló fue incorporarse ligeramente y colocar sus manos en mis brazos, justo por debajo de mis hombros, mientras yo me aferraba a su encorsetada cintura.

—Zorra, di lo que eres—dije en medio del éxtasis.

—Soy tu puta, tu muñeca, tu zorra... Soy todo tuyo—balbuceó echando la cabeza hacia atrás, dejando los ojos en blanco y finalmente cerrando estos mientras todo su cuerpo se tensaba. Elevó la cadera, apretó su trasero estrangulando mi sexo, mientras sus uñas se enterraban en mis brazos. Eyaculó. Yo hice lo mismo.

Fue la primera vez, aunque no la última, que lo hicimos en mi despacho. El descaro fue en aumento. Todos sabían que el joven que a veces me acompañaba a ciertos recados por la noche, cuando ya gran parte de la ciudad dormía, se travestía para cumplir mis fantasías eróticas más pronunciadas.


No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt