La sociedad hace tiempo que dejó atrás
sus años de revolución y tumulto. Es como si hubiese sido
adoctrinada en la desesperanza y hubiesen asumido que no hay solución
alguna. Veo a los ojos a los jóvenes y no observo rabia alguna. Sólo
contemplo un gran vacío en un páramo destrozado, oscuro y cubierto
de una pátina de lágrimas que no son capaces de desbordarse. No
había sentido jamás tanto miedo como ahora.
Llevo algunos años viendo como la
esperanza se reduce en los corazones. Las manifestaciones cada vez
son menos multitudinarias. Y cuando suceden la represión es tan
brutal que el pueblo decide no hacerlo. Se crean leyes mordaza para
que los gritos sean solapados con denuncias y condenas en firme. Veo
a muchos activistas llorando siendo arrastrados por el suelo. No
importa si gritan por la destrucción de la naturaleza, por la
violencia contra la mujer, la igualdad sanitaria, el respeto a
personas que viven o sienten diferente e incluso si lo hacen en
contra de bombardeos. Este es le mayor acto terrorista que existe en
el mundo y es meter miedo en el pueblo.
Un pueblo que se sienta frente al
televisor y es testigo de guerras, disturbios, saqueos, asesinatos en
directo, ejecuciones y corrupción. Ven al mundo deshumanizado y
creen que esto es lo habitual, lo necesario, lo propio y que no hay
solución. Han visto tanta basura que asumen que no se puede
deslindar nuestro mundo de esta.
Recuerdo cuando el pueblo se alzó en
otras ocasiones. Gritó contra la explotación de reyes, esgrimió
consignas en un paro de días para que las fábricas asumieran que
eran hombres y no máquinas, lucharon por respeto y dignidad en
decenas de ocasiones y fueron fusilados aferrados a una bandera
constitucional de una república que ya no existe debido a
represiones fascistas. Muchos murieron si alcanzar su objetivo, pero
murieron libres. Ahora mueren muchos más creyéndose libres y
seguros, pero están viviendo como esclavos sin alma y sin respeto
hacia sí mismos.
Muchos tiemblan y tienen miedo a lo
diferente porque les han vendido que son distintos a ellos. Ven en
los rezos de otros fanatismo, pero no es lo mismo si lo hacen ellos
en las iglesias. Contemplan titulares sobre “integrismo islámico”,
pero nada se habla del judío o cristiano. Las víctimas parecen de
segunda categoría si son en países orientales y no en ciudades como
París, Madrid o Londres. Las armas son vendidas por los mismos
países que dicen haber sido heridos por quienes las empuñan. La
hipocresía, la falacia, el miedo, la falta de respeto en uno mismo y
la carencia de humanidad los aboca a ser esculturas en mitad de un
tablero de ajedrez.
He leído miles de libros donde esto se
narraba como algo a largo plazo. Ciudades que son controladas por
cámaras de televisión, por un equipo de seguridad que acata leyes
injustas impuestas por tiranos que roban llenando sus bolsillos con
los impuestos, sueños y necesidades del ciudadano, y que no hay
nadie, absolutamente nadie, que alce la voz.
Soy un vampiro. Vivo al margen de esta
oscuridad en otra muy distinta. Tengo mis propias leyes. Debería
gritarles que despierten, pero es difícil. Asumen que sólo soy un
personaje y carezco de razón. Ven esto como algo irreal.
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