Hace unos días fue el cumpleaños de Merrick. Con atraso, aunque siempre llega, el regalo que estaba esperando por parte de Aaron.
Lestat de Lioncourt
Me hallaba de pie frente al camino
serpenteante entre los viejos robles de la finca. A lo lejos la
mansión se veía como antaño, aunque algo desmejorada por el
huracán de hacía unos meses y la escasa reconstrucción tras este.
Había quedado afectado el techo y al poner otro nuevo, sólo en
algunas partes, quedó algo extraño. Aún así lucía tan bella y
firme como hacía unas décadas. El porche se veía tranquilo y
dentro no había nadie. Era como una ilusión que se desvanecía ante
mis ojos. Quise llorar, pero no lo consentí.
Apoyé mejor mi mano en el bastón y
erguí mi porte de distinguido caballero británico. Mis ojos
bordearon cada pequeño escalón y pude ver de soslayo, aunque no sé
si sólo fue mi imaginación, sus pies oscuros subiendo
apresuradamente hasta la vivienda. Había sentido su aroma, su
cercanía, pero no estaba del todo seguro. Nunca estoy seguro. Con
los espíritus y fantasmas uno no puede estar seguro jamás.
No obstante me aventuré a seguir por
el sendero a paso firme y entré en la vivienda tras escuchar como
crujían los escalones bajo mis pies. No soy un hombre muy
corpulento, lo advierto. Si bien, quería ver si ella estaba allí.
Merrick aseguraba que sí. Que su abuela se hallaba en la vivienda.
Decía que venía a visitarla para explicarle que yo corría un gran
peligro.
Al entrar la vi sentada en la mesa. Se
veía mucho más joven, delgada y serena que la última vez. No era
esa mujer moribunda que yacía en la cama explicándome que
necesitaba que me hiciese cargo de su nieta. Era una mujer negra de
piel lozana y ojos intensos, su sonrisa era dulce pero inquietante, y
al verme hizo aparecer un puro que se llevó a la boca mientras me
regalaba una mirada muy intensa. No sentí miedo. Era como mirar a la
muerte a la cara, pero a la vez sabía que era amiga y no enemiga.
—Si sigues cerca de los Mayfair
terminarás muerto—esa frase ya la había escuchado alguna vez.
Mucho antes que me concediera la potestad de Merrick lo había
hecho—. Lo sabes.
—Moriré sabiendo—respondí.
—Como el gato—dijo estallando en
carcajadas.
Esa mujer de ébano podía ser
peligrosa, pero a mí me resultaba entrañable. Sus ojos me
recordaban a los de Merrick, aunque los suyos eran verdes esmeralda.
La hermosa mulata que yo había educado como a una hija, dándole mi
amor y mis preocupaciones, simplemente me hizo una encerrona para que
su abuela me hiciese desistir. Malditas brujas. Sabían demasiado.
—Mira, negra—dije con acento propio
de Nueva Orleans—. No juguemos a juegos. Dime lo que ocurre y luego
si quieres bailamos sobre mi propia tumba.
—Ocurre que dejarás sola a mi niña
y el único que podía controlarla ahora tiene colmillos—me
sorprendió que supiera que David Talbot, mi viejo amigo, ahora era
un vampiro. Si bien, los espíritus son inteligentes y pueden tener
información gracias a lo que ven y oyen tras los muros de las casas.
Tal vez por eso David siempre dijo que las paredes oyen, ven y saben
más de lo que podemos siquiera imaginar—. Ocurre que ese idiota de
bragueta floja y palabras dulces le ha roto el corazón y tú, como
buen padre, tendrías que quedarte a su lado ayudándola a seguir
adelante. Debe ser una bruja poderosa. Pero si tú te vas y la dejas
sola es capaz de hacer alguna locura.
—Tontería, negra—respondí.
—No me hagas caso. En menos de unos
meses vas a morir. Veo la calavera en tu rostro—susurró antes de
desaparecer volcando la silla y la mesa donde había estado.
Me quedé allí de pie apoyado con
ambas manos sobre el bastón y sentí que el mundo entero se caía
sobre mis hombros. Tenía miedo. No miedo a la muerte, pero sí miedo
a lo que Merrick pudiese vivir. Era mi pequeña. Jamás se lo había
dicho con palabras, aunque sabía que ella como Yuri comprendían que
para mí eran mis hijos.
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