Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 18 de julio de 2017

Indecencia

Marius acaba de jugarle al verga con Daniel. Un minuto de silencio.

Lestat de Lioncourt 


Me hallaba sentado en mitad de la biblioteca absorbido por la lectura. Tenía el codo diestro apoyado sobre la mesa del pesado escritorio y el dorso de la mano sostenía mi cabeza. Mis largos cabellos estaban atados con un trozo de cuerda de una manera muy simple, la cual a veces usaba para leer sin que me lo impidieran los mechones cercanos a mi frente. Ante cualquiera parecía un hombre de mediana edad, con el rostro serio y perfilado por la soledad del momento, pero ante un igual era Marius el Romano.

Había decidido acudir a una de esas reuniones que se prolongan varias noches y que aglutina a distintos vampiros de distintas edades, nacionalidades y creencias. Lestat había elegido a personalidades entre los nuestros para que le ayudaran a sostener el poder sin ser un regente todopoderoso y endiosado, sino usar algo similar a la democracia para que nuestro pueblo, conformado por vampiros, humanos y diversas entes, pudiesen sentirse representados. Incluso había criaturas que no habían aún aceptado la inmortalidad o ni siquiera poseían cuerpo.

Al otro lado de la robusta puerta, la cual era en sí una hermosa obra de artesanía por las figuras que se encontraban talladas, estaba Pandora y ya había sentido su mirada cargada de desafío y rencores. Estaba buscando la más mínima oportunidad para recriminarme cualquier acto del pasado, el cual ya no tenía sentido y carecía de interés para mí. Tal vez por eso había huido a ese pequeño paraíso y tomado uno de los tantos libros que allí se acumulaban.

Estaba tan absorto en mi lectura que no me percaté que la puerta se hallaba entreabierta y que alguien decidió hacerme compañía. Sin embargo, su perfume logró captar mi atención y girarme hacia donde se hallaba. Su perfume y su fuerza.

Ante mí estaba él con sus hermosos rizos dorados rozando su frente, con esos rasgos griegos tan característicos y esos ojos claros, pero nada gélidos como los míos, que parecían atravesar mi alma. Vestía una camiseta de color blanca muy simple, sin mangas y algo holgada, y unos pantalones grises de tela vaquera de perneras rectas. En sus pies había unas sandalias similares a las mías. Nosotros no dejábamos de usar ese calzado porque era cómodo y nos retrotraía a nuestra antigua vida.

—¿Te manda tu dueña como recadero?

Es cierto que dije aquello con gesto apático y voz severa, dejando a un lado “Grandes Esperanzas”, y centrándome en su boca carnosa que parecía tener una sonrisa algo pérfida. No obstante, no estaba molesto con él. Ella era quien estaba causando estragos en mi alma al ver como seguía el juego a Arjun, logrando que me sintiera ignorado y sentido en muchos aspectos.

—En absoluto—respondió—. He venido porque así lo he querido. Ansiaba volver a verte a solas.

—¿Cuál es el motivo de ese deseo?

—Hemos tenido nuestras diferencias, pero siempre he pensado que eras un hombre culto y honesto. Aunque tienes tus defectos opino que son más las virtudes que acumulas, por eso no de puedo odiar—dijo caminando hacia la mesa para apoyarse a un costado, muy cerca de donde me hallaba.

—¿Eres consciente que te hubiese destruido?—pregunté.

—Ah, destruirme... Según todos eres un hombre recto de importantes normas, pero todos sabemos en el fondo que no cumples ni una. No lo hubieses hecho porque me faltase una pierna y ahora que tengo ambas, gracias a Faared, no tienes siquiera un motivo minúsculo para desear verme muerto—sus manos eran delicadas y se notaba que pese a haber sido un esclavo jamás las usó en oficios duros y crueles. Él era un esclavo culto y elocuente, lo cual lo hacía perfecto.

—Tienes razón—dije con una sonrisa burlona más propia de un gato que de un hombre.

—¿Puedo ser honesto?

Me lanzó una mirada que no supe como leerla en ese momento. Quedé con mis ojos clavados en los suyos atento a lo que iba a decirme. El silencio fue una invitación que poco a poco se convirtió en ruego. Fueron tan sólo dos segundos en los que mantuvimos este, pero lo sentí como una eternidad. Podía parecer paciente, pero la realidad es y será siempre muy distinta.

—Pandora me adquirió para que fuera su consuelo, pero jamás pude serlo. Honestamente, me alegro por ello. Sabía que el amor que sentía hacia ti era demasiado profundo y hubiese sido una tremenda estupidez adentrarme en aguas pantanosas—su sinceridad me abrumó, pero también molestó. Ya lo sabía porque ella misma lo había dicho en sus memorias; sin embargo, fue doloroso volverlo a escuchar de ese modo. Aún así le permití que continuara. No podía pedirle que se callara porque sentía que había algo más en esa confesión—. Además soy abiertamente homosexual.

—¿Para que me aclaras esto? ¿Qué gano yo?

La respuesta a mi pregunta no tardó en llegar. Dejó de estar recargado en la mesa para llevar su mano derecha a mi entrepierna. Rápidamente comenzó a acariciar la tela de la levita que suelo llevar. Aclaro que cuando viajo puedo usar esa horrible ropa bárbara que consiste en pantalones y chaqueta, pero una vez dentro de las viviendas me cambio porque no hay nada como sentirse libre lejos de unas prendas tan ajustadas; por lo tanto para él fue fácil tirar de la tela hacia arriba y observar mi miembro desnudo, pues ni siquiera uso ropa interior.

—¿Sabes qué estás haciendo?—dije dejando ambas manos sobre los regazos de la silla.

—Algo que llevo deseando hacer desde hace algunos años. Ahora es posible y ni siquiera necesito inyectables. Faared ha logrado otros milagros para nosotros y yo, como bien sabes, me aprovecho de ellos en primera persona—sonrió lascivo arrodillándose frente a mí y colándose bajo el mueble.

Siempre me he considerado alguien respetuoso y con algo de pudor, pero definitivamente no iba a dejar pasar esta oportunidad. Permití que su boca rozara mi miembro jugando con el prepucio, el cual se llevó a sus dientes tirando suavemente de este. Su mirada no se despegó de la mía y mis manos fueron rápidamente a su cabeza. Mis dedos se enredaron en sus rizos y mis piernas se abrieron algo más para permitirle mejor acceso. Podía sentir como su aliento golpeaba cada pedazo de mi masculinidad, así como su lengua terminaba por jugar con el meato antes de deleitarse con toda su longitud. Aún estaba algo flácido, así que por ello lo sostenía con una mano mientras la otra manipulaba mis testículos.

Su lengua se enroscaba tirando de la piel mientras sus labios apretaban con ansiedad. En ningún momento bajó la mirada. Sabía que quería ver mi rostro convulso mientras jadeaba, gruñía algunos gemidos y murmuraba alguna que otra palabra en nuestro viejo idioma. Tal vez porque su mirada me encendía demasiado acabé incorporándome, quitándome la cinta de mis cabellos y usándola para atar sus manos. Aquella cinta estaba hecha con mis propios cabellos, del mismo modo que Maharet había hecho las sogas que contuvieron a Lestat, así que era lo suficientemente resistente para inmovilizarlo.

No pareció sorprenderle, pues sólo volvió a su rutina con mayor énfasis. Pero yo no quería sólo unas succiones rápidas, también las quería profundas. Por eso agarré su cabeza con ambas manos, cerca de las sienes, y comencé envestir urgido. El sonido del chupeteo y absorciones cambió al brusco de los testículos golpeando contra su mandíbula. Aunque también me aburrí de algo tan típico, por eso lo levanté y desnudé.

Aclaro que no me pasé un rato con cuidado quitando sus pantalones, sino que prácticamente arranqué la correa y tiré de sus prendas hasta que acabé despedazando todas. En esos momentos no importaba que alguien más nos viese, escuchase o pudiese tener alguna ligera idea de lo que había ocurrido en la biblioteca.

Antes de entrar me miró girando la cabeza hacia el lado derecho y lo hizo por encima de su hombro, con la boca roja e hinchada, mientras que yo acercaba mi glande a su orificio. Cuando entré él echó la cabeza hacia atrás alargando su cuello, sus rizos estaban pegados sobre su frente perlada y el gemido fue absolutamente tentador. Él no podía dejar manos se aferraron al borde de la mesa, ya que seguían atadas, y esta se desplazó con la primera penetrada. El libro acabó cayendo al suelo.

—Siénteme—dije con un rugido de placer.

Cada penetrada era más profunda y rápida que la anterior. Su torso rozaba la mesa y sus glúteos parecían querer contener mi miembro, henchido y pletórico, con sus contracciones. Mi diestra estaba sobre su cabeza, con los dedos revueltos entre sus rizos, y la zurda lo agarraba del miembro que pronto empezó a expulsar gotas de semen.

No tardamos demasiado. Ambos estábamos cargados de lujuria. Así que él eyaculó contra el suelo bajo la mesa y yo dentro. Al final me salí lentamente sofocado y casi sin respiración, con la mente aturdida por la lujuria y el desenfreno, para terminar cayendo en el asiento que antes ocupaba. Él quedó sobre la mesa completamente expuesto hasta que recobró el aliento y me exigió que lo soltara de las muñecas. Después intentó recoger lo que quedaba de prendas y buscó una salida digna para no ser observado como mi puta de una noche. Le fue imposible. Sólo había una puerta y daba al salón. Así que optó por salir con la cabeza gacha ante la mirada de todos los presentes.


Desde aquella noche Armand no me dirige la palabra y si Pandora, Bianca o Daniel lo hace es para reprocharme lo que he hecho. Sobre todo Daniel que es mi pareja y al único que debo explicar que sólo fui víctima del deseo, la necesidad y mi poco juicio.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt