Marius acaba de jugarle al verga con Daniel. Un minuto de silencio.
Lestat de Lioncourt
Me hallaba sentado en mitad de la
biblioteca absorbido por la lectura. Tenía el codo diestro apoyado
sobre la mesa del pesado escritorio y el dorso de la mano sostenía
mi cabeza. Mis largos cabellos estaban atados con un trozo de cuerda
de una manera muy simple, la cual a veces usaba para leer sin que me
lo impidieran los mechones cercanos a mi frente. Ante cualquiera
parecía un hombre de mediana edad, con el rostro serio y perfilado
por la soledad del momento, pero ante un igual era Marius el Romano.
Había decidido acudir a una de esas
reuniones que se prolongan varias noches y que aglutina a distintos
vampiros de distintas edades, nacionalidades y creencias. Lestat
había elegido a personalidades entre los nuestros para que le
ayudaran a sostener el poder sin ser un regente todopoderoso y
endiosado, sino usar algo similar a la democracia para que nuestro
pueblo, conformado por vampiros, humanos y diversas entes, pudiesen
sentirse representados. Incluso había criaturas que no habían aún
aceptado la inmortalidad o ni siquiera poseían cuerpo.
Al otro lado de la robusta puerta, la
cual era en sí una hermosa obra de artesanía por las figuras que se
encontraban talladas, estaba Pandora y ya había sentido su mirada
cargada de desafío y rencores. Estaba buscando la más mínima
oportunidad para recriminarme cualquier acto del pasado, el cual ya
no tenía sentido y carecía de interés para mí. Tal vez por eso
había huido a ese pequeño paraíso y tomado uno de los tantos
libros que allí se acumulaban.
Estaba tan absorto en mi lectura que no
me percaté que la puerta se hallaba entreabierta y que alguien
decidió hacerme compañía. Sin embargo, su perfume logró captar mi
atención y girarme hacia donde se hallaba. Su perfume y su fuerza.
Ante mí estaba él con sus hermosos
rizos dorados rozando su frente, con esos rasgos griegos tan
característicos y esos ojos claros, pero nada gélidos como los
míos, que parecían atravesar mi alma. Vestía una camiseta de color
blanca muy simple, sin mangas y algo holgada, y unos pantalones
grises de tela vaquera de perneras rectas. En sus pies había unas
sandalias similares a las mías. Nosotros no dejábamos de usar ese
calzado porque era cómodo y nos retrotraía a nuestra antigua vida.
—¿Te manda tu dueña como recadero?
Es cierto que dije aquello con gesto
apático y voz severa, dejando a un lado “Grandes Esperanzas”, y
centrándome en su boca carnosa que parecía tener una sonrisa algo
pérfida. No obstante, no estaba molesto con él. Ella era quien
estaba causando estragos en mi alma al ver como seguía el juego a
Arjun, logrando que me sintiera ignorado y sentido en muchos
aspectos.
—En absoluto—respondió—. He
venido porque así lo he querido. Ansiaba volver a verte a solas.
—¿Cuál es el motivo de ese deseo?
—Hemos tenido nuestras diferencias,
pero siempre he pensado que eras un hombre culto y honesto. Aunque
tienes tus defectos opino que son más las virtudes que acumulas, por
eso no de puedo odiar—dijo caminando hacia la mesa para apoyarse a
un costado, muy cerca de donde me hallaba.
—¿Eres consciente que te hubiese
destruido?—pregunté.
—Ah, destruirme... Según todos eres
un hombre recto de importantes normas, pero todos sabemos en el fondo
que no cumples ni una. No lo hubieses hecho porque me faltase una
pierna y ahora que tengo ambas, gracias a Faared, no tienes siquiera
un motivo minúsculo para desear verme muerto—sus manos eran
delicadas y se notaba que pese a haber sido un esclavo jamás las usó
en oficios duros y crueles. Él era un esclavo culto y elocuente, lo
cual lo hacía perfecto.
—Tienes razón—dije con una sonrisa
burlona más propia de un gato que de un hombre.
—¿Puedo ser honesto?
Me lanzó una mirada que no supe como
leerla en ese momento. Quedé con mis ojos clavados en los suyos
atento a lo que iba a decirme. El silencio fue una invitación que
poco a poco se convirtió en ruego. Fueron tan sólo dos segundos en
los que mantuvimos este, pero lo sentí como una eternidad. Podía
parecer paciente, pero la realidad es y será siempre muy distinta.
—Pandora me adquirió para que fuera
su consuelo, pero jamás pude serlo. Honestamente, me alegro por
ello. Sabía que el amor que sentía hacia ti era demasiado profundo
y hubiese sido una tremenda estupidez adentrarme en aguas
pantanosas—su sinceridad me abrumó, pero también molestó. Ya lo
sabía porque ella misma lo había dicho en sus memorias; sin
embargo, fue doloroso volverlo a escuchar de ese modo. Aún así le
permití que continuara. No podía pedirle que se callara porque
sentía que había algo más en esa confesión—. Además soy
abiertamente homosexual.
—¿Para que me aclaras esto? ¿Qué
gano yo?
La respuesta a mi pregunta no tardó en
llegar. Dejó de estar recargado en la mesa para llevar su mano
derecha a mi entrepierna. Rápidamente comenzó a acariciar la tela
de la levita que suelo llevar. Aclaro que cuando viajo puedo usar esa
horrible ropa bárbara que consiste en pantalones y chaqueta, pero
una vez dentro de las viviendas me cambio porque no hay nada como
sentirse libre lejos de unas prendas tan ajustadas; por lo tanto para
él fue fácil tirar de la tela hacia arriba y observar mi miembro
desnudo, pues ni siquiera uso ropa interior.
—¿Sabes qué estás haciendo?—dije
dejando ambas manos sobre los regazos de la silla.
—Algo que llevo deseando hacer desde
hace algunos años. Ahora es posible y ni siquiera necesito
inyectables. Faared ha logrado otros milagros para nosotros y yo,
como bien sabes, me aprovecho de ellos en primera persona—sonrió
lascivo arrodillándose frente a mí y colándose bajo el mueble.
Siempre me he considerado alguien
respetuoso y con algo de pudor, pero definitivamente no iba a dejar
pasar esta oportunidad. Permití que su boca rozara mi miembro
jugando con el prepucio, el cual se llevó a sus dientes tirando
suavemente de este. Su mirada no se despegó de la mía y mis manos
fueron rápidamente a su cabeza. Mis dedos se enredaron en sus rizos
y mis piernas se abrieron algo más para permitirle mejor acceso.
Podía sentir como su aliento golpeaba cada pedazo de mi
masculinidad, así como su lengua terminaba por jugar con el meato
antes de deleitarse con toda su longitud. Aún estaba algo flácido,
así que por ello lo sostenía con una mano mientras la otra
manipulaba mis testículos.
Su lengua se enroscaba tirando de la
piel mientras sus labios apretaban con ansiedad. En ningún momento
bajó la mirada. Sabía que quería ver mi rostro convulso mientras
jadeaba, gruñía algunos gemidos y murmuraba alguna que otra palabra
en nuestro viejo idioma. Tal vez porque su mirada me encendía
demasiado acabé incorporándome, quitándome la cinta de mis
cabellos y usándola para atar sus manos. Aquella cinta estaba hecha
con mis propios cabellos, del mismo modo que Maharet había hecho las
sogas que contuvieron a Lestat, así que era lo suficientemente
resistente para inmovilizarlo.
No pareció sorprenderle, pues sólo
volvió a su rutina con mayor énfasis. Pero yo no quería sólo unas
succiones rápidas, también las quería profundas. Por eso agarré
su cabeza con ambas manos, cerca de las sienes, y comencé envestir
urgido. El sonido del chupeteo y absorciones cambió al brusco de los
testículos golpeando contra su mandíbula. Aunque también me aburrí
de algo tan típico, por eso lo levanté y desnudé.
Aclaro que no me pasé un rato con
cuidado quitando sus pantalones, sino que prácticamente arranqué la
correa y tiré de sus prendas hasta que acabé despedazando todas. En
esos momentos no importaba que alguien más nos viese, escuchase o
pudiese tener alguna ligera idea de lo que había ocurrido en la
biblioteca.
Antes de entrar me miró girando la
cabeza hacia el lado derecho y lo hizo por encima de su hombro, con
la boca roja e hinchada, mientras que yo acercaba mi glande a su
orificio. Cuando entré él echó la cabeza hacia atrás alargando su
cuello, sus rizos estaban pegados sobre su frente perlada y el gemido
fue absolutamente tentador. Él no podía dejar manos se aferraron al
borde de la mesa, ya que seguían atadas, y esta se desplazó con la
primera penetrada. El libro acabó cayendo al suelo.
—Siénteme—dije con un rugido de
placer.
Cada penetrada era más profunda y
rápida que la anterior. Su torso rozaba la mesa y sus glúteos
parecían querer contener mi miembro, henchido y pletórico, con sus
contracciones. Mi diestra estaba sobre su cabeza, con los dedos
revueltos entre sus rizos, y la zurda lo agarraba del miembro que
pronto empezó a expulsar gotas de semen.
No tardamos demasiado. Ambos estábamos
cargados de lujuria. Así que él eyaculó contra el suelo bajo la
mesa y yo dentro. Al final me salí lentamente sofocado y casi sin
respiración, con la mente aturdida por la lujuria y el desenfreno,
para terminar cayendo en el asiento que antes ocupaba. Él quedó
sobre la mesa completamente expuesto hasta que recobró el aliento y
me exigió que lo soltara de las muñecas. Después intentó recoger
lo que quedaba de prendas y buscó una salida digna para no ser
observado como mi puta de una noche. Le fue imposible. Sólo había
una puerta y daba al salón. Así que optó por salir con la cabeza
gacha ante la mirada de todos los presentes.
Desde aquella noche Armand no me dirige
la palabra y si Pandora, Bianca o Daniel lo hace es para reprocharme
lo que he hecho. Sobre todo Daniel que es mi pareja y al único que
debo explicar que sólo fui víctima del deseo, la necesidad y mi
poco juicio.
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