Ay, Michael...
Lestat de Lioncourt
Me había sentado en el borde de la
cama, permitiendo que ella tomase la iniciativa de acaparar las
revueltas sábanas que se enroscaban en su cuerpo de sirena. Tenía
los cabellos diseminados sobre la blanca almohada y parecía que
había estallado un incendio. Jamás había visto un cabello tan rojo
como ese y tampoco una joven con la piel tan lechosa salpicada por
decenas de pequeñas pecas. Su nariz era pequeña, pero perfecta en
ese rostro de muñeca. Poseía unas largas pestañas rojizas que
parecían no ser reales.
No podía dormir. Rowan había
desaparecido y ahora tenía que cuidar de una adolescente demasiado
precoz, la cual se escabullía a veces para hacer de las suyas. Había
escuchado sus andanzas. Sabía ahora que la niña que había visto,
con ese hermoso y dulce vestido a juego con sus lazos, era sólo una
ilusión. La realidad era que tras ese aspecto había una mujer
demasiado fogosa. Yo mismo ya lo había comprobado hacía tan sólo
unos días. Fue un acto que debió llenarme de vergüenza, pero sólo
logró acrecentar mi deseo. Me sentía avergonzado y tentado a la
vez.
Miré mis manos, las cuales ya no
tenían la posibilidad de poder ver el pasado o presente por medio
del tacto, y fruncí el ceño. Deseaba un cigarrillo, un botellín
helado de cerveza y algo de mi música favorita. Sin embargo, tuve
algo más que me erizó los vellos de la nuca.
Ella se incorporó de la cama y se pegó
a mi ancha espalda. Pude sentir sus pechos libres de sujetador
alguno, sus manos rozando mis clavículas y sus labios pegándose en
mi cuello. Pronto sus brazos rodearon mi torso y sus dedos hábiles
comenzaron a desabrochar la camisa de mi pijama. No lo evité. Por
unos momentos me quedé paralizado intentando averiguar como
rechazarla, pues algo en mí me exigía que lo hiciese entregándome
por completo al deseo.
Por algún extraño motivo mi mente se
desconectó, pues mi mano derecha agarró la suya para colocarla
dentro del pantalón y ropa interior. Ella jadeó pegando sus
carnosos labios en mi nuca, sus dientes mordisquearon el lóbulo de
mi oreja derecha y sus senos se aplastaron aún más contra mi
espalda. Su mano comenzó a acariciar mis testículos apretándolos
para jugar con ellos, pero pronto agarró mi miembro y empezó a
tirar de él con cuidado.
Sin embargo, no pude. Justo cuando
decidí abalanzarme sobre ella la vi y no pude. No podía repetir
algo así. Salí de la habitación como si mi alma la buscase el
diablo para llevarla con él y me encerré en el baño. Acabé
dándome una ducha helada. No sabía qué me ocurría.
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