Esto es amor.
Lestat de Lioncourt
Estaba de nuevo frente al espejo. Era
un espejo pequeño que apenas podía abarcar mi rostro. Uno de esos
espejos útiles para poder emplearos para el maquillaje y el cuidado
facial. Jamás había usado maquillaje alguno y por primera vez había
optado por darme algo de rubor y pintar mis labios. Sentía los
nervios en la boca del estómago, pero él llegaría pronto.
El hombre que me liberó y me dio la
confianza de creer en mí vendría a buscarme, conversaría conmigo
sobre mis maravillosos trabajos de orfebrería y me contaría sobre
relatos y poemas que yo jamás había escuchado hablar hasta
entonces. Él era culto y a veces muy callado, pero yo siempre
lograba que hablase algo más cada noche. Un hombre distinto a los
aguerridos y endiosados que solían venir a buscarme para adquirir
alguna joya para sus mujeres.
Solté el espejo y caminé por la
habitación al borde del llanto. Miré de soslayo los productos que
había comprado en el mercado y respiraba agitada. Quería llorar a
mares, pero me contenía. Nunca me habían tratado como una auténtica
mujer, jamás había logrado fortaleza espiritual suficiente para
decidir que usar. En aquel momento deseaba maquillarme, pero no
siempre era así. Ahora sí lo quería, lo quería para demostrar que
podía ensalzar mi belleza. Podía ser tanto un hombre como una
mujer, así como también podía ser simplemente una criatura ambigua
caminando las empinadas calles cerca de la falda del volcán.
Me solté el cabello, pues lo llevaba
en una bonita trenza, y pasé mis dedos por este. Mis ojos se
cerraron mientras mi cuerpo parecía caer de golpe. Un golpe seco
contra el suelo de tierra de mi taller, pues no había logrado
ponerle aún baldosas, donde la muerte podía venir a visitarme.
De repente él entró por la puerta y
me miró. En ese momento rompí en llanto corriendo a sus brazos. Me
arrojé sollozando porque sentía que merecía a alguien mejor que yo
y yo no sabía como mejorar para él. Entonces, mientras escuchaba su
corazón, me habló con su voz dulce y gruesa.
—No llores porque no puedas ser lo
que otros desean que debes ser para agradarles. Te he dicho que debes
hacer las cosas por mero placer y no por imposición—dijo
acomodando sus manos sobre mis hombros, para luego tomarme del rostro
y encarar mi mirada acuosa.
—Yo quiero hacerlo, pero desconozco
como se hace.
—Yo te maquillaré si así lo deseas.
Haré lo que quieras para que seas feliz y yo pueda ser feliz a tu
lado—susurró.
Ahí supe que siempre sería feliz en
sus brazos.
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