Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 6 de octubre de 2017

Amores

Yo no lo entiendo... ¿de acuerdo? Lo de estos dos no lo entiendo.
Lestat de Lioncourt


No le había escuchado llegar. Antoine estaba allí vestido con un maravilloso traje color hueso con una elegante camisa azul celeste y una pajarita un tono más oscura. Llevaba el cabello suelto y parecía más distinguido que la última vez que lo había visto, pero seguía siendo un poco desgarbado al caminar.

—Te imploro una explicación decente.

Había estado solo frente a aquel lujoso piano gran parte de la noche. La mayoría de vampiros habían decidido abandonar la corte tras los últimos acontecimientos. Todos deseaban respirar de nuevo el aire pacífico que transportaban las noches parisinas. La mayoría había decidido ir a París a ver un par de obras, otros se alzaron por las nubes buscando Italia, Alemania o Irlanda. Incluso había algún que otro vampiro que optó por el maldito Brasil, maldito debido a ser el origen de tanta muerte hacía tan sólo unos meses atrás, o el colorido México. David fue uno de los primeros en marcharse, pero antes decidió bailar una vez más conmigo mientras seguía diciendo que jamás olvidaría mi dolorosa historia. Si bien, me había quedado solo en aquella enorme sala. Los chicos de Notker se habían ido con él a su lugar de descanso y los que quedaban allí, los habituales, estaban en sus criptas o jugando a las cartas en otra de las salas más concurridas. Lestat y Louis habían decidido salir a caminar por el bosque como si fueran Hansel y Gretel.

—¿Con qué motivo? ¿Por qué?—pregunté.

—¡Cómo puedes haber abierto tus brazos de nuevo a ese cretino!—su voz se alzó como un trueno en mitad de la noche y sus ojos se encendieron como dos bolas de fuego.

—Le he abierto algo más que mis brazos, ¿y qué? ¿Quién eres tú para impedírmelo?—. Había sido cruel al contestar, ¿pero acaso no era cierto? Daniel y yo habíamos practicado el sexo gracias a los inventos revolucionarios de Fareed. Gocé como cuando era un adolescente humano y él pareció recordar como era sentirse apretado entre dos muslos cálidos.

—¡El hombre que te ama!— Exclamó aún más exasperado.

—Suena muy bien ese título, pero es tan falso...—respondí.

—¡Armand!

Mi nombre en sus labios siempre sonó distinto, como más quejumbroso. Siempre pensé que los músicos eran muy dramáticos y él era la muestra de ello.

—Antoine, ¿qué creías que haría cuando te fueses detrás de las discretas faldas de Sybelle?—pregunté alzándome del asiento adjunto al piano para caminar hasta donde se encontraba.

No odiaba a Sybelle por ello. Ella era libre de estar con quien quisiera. Incluso era libre de no estar con otro vampiro, sino con humanos o esas réplicas de humanos que habían sido una amenaza estas últimas semanas. Ella tomaba las decisiones y yo las respetaba. Amaba a Sybelle a mi modo y ella a mí. Cada vez que nos veíamos nos estrechábamos sintiéndonos en paz. ¿Cómo no amarla? Tan bonita por fuera como fuerte y hermosa por dentro, aunque seguía siendo demasiado sensible a las tragedias.

—Si me marché fue para mejorar como músico con Notker—decía con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas. ¿Tanta furia para terminar llorando como un niño? Al parecer, sí.

—Siempre la has admirado y amado, Antoine. — Le recordé aquello por si se le había olvidado.

—¿Y? Eso no me hace querer ser su amante.

—Os vi besándoos—. Mi confesión hizo que él se quedase con los ojos abiertos. No esperaba que le dijese aquello y, por lo tanto, no tuvo excusa salvo negar la mayor.

—Imposible.

—Posible. Por eso mismo decidí aceptar a Daniel. Él ha cambiado y yo también. Creo que merecemos una oportunidad—dije.

—Es una locura...

—¿Ahora vas a llorar?— Reconozco que puedo ser tan despreciable como atractivo y en esos momentos me estaba jactando de su dolor.

—¿Acaso no llorarías tú ante Cupido porque se niega a ofrecerte una de sus flechas?

Fue muy poético lo que dijo, pero innecesario. No podía creer nada de sus labios.

—¡Oh, por favor!—exclamé alejándome de él, dándole la espalda e intentando marcharme de allí. Si lo escuchaba demasiado tiempo iba a caer en sus brazos.

—¡Te amo!

Al fin esa maldita frase que me arrugó el corazón y casi rompe el muro de hormigón en el cual lo había dejado encerrado. Mis manos se cerraron convirtiéndose en puños y mi rostro se llenó de una pesadumbre insólita. Intenté no mirarme en los espejos de las paredes o en cualquier objeto que me reflejase.

—Aja, pero me tienes el mismo respeto que tu creador hacia Louis—dije con desprecio, aunque por dentro estaba roto.

—¡No mezcles a Lestat en esto!—gritó.

—Yo te amaba...

De inmediato se acercó girándome para abarcar mi rostro entre sus manos. Sus malditos ojos azules me perforaron el alma y yo rompí a llorar. Lloré como un niño. Realmente lloraba como un niño.

—Dime al menos que aún lo haces—susurró.

Rápidamente me aferré a las solapas de su traje y comencé a besarlo. Aquella noche yo no llevaba nada llamativo. Mis elegantes Armani se habían quedado en la percha. Parecía un adolescente cualquiera, de esos que van a los parques a jugar con el skate. Mis jeans estaban algo deslucidos, mis zapatillas tenían barro de haber estado correteando por los campos aledaños y mi camiseta olía a contaminación. No me había cambiado la mañana anterior antes de dormir. La noche anterior había estado en París con Daniel, en barrios poco agradecidos.

Mi cerebro se desconectó y lo siguiente que recuerdo era mi figura sobre la suya, arañando su torso y sintiendo su miembro invadiendo mis glúteos. Literalmente estaba cabalgando sobre Antoine. No me importó nada. Sólo quería encontrar el placer reflejado en sus ojos. Aquella noche hice una locura tras otra y mi alma lo terminó pagando.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt