Yo no lo entiendo... ¿de acuerdo? Lo de estos dos no lo entiendo.
Lestat de Lioncourt
No le había escuchado llegar. Antoine
estaba allí vestido con un maravilloso traje color hueso con una
elegante camisa azul celeste y una pajarita un tono más oscura.
Llevaba el cabello suelto y parecía más distinguido que la última
vez que lo había visto, pero seguía siendo un poco desgarbado al
caminar.
—Te imploro una explicación decente.
Había estado solo frente a aquel
lujoso piano gran parte de la noche. La mayoría de vampiros habían
decidido abandonar la corte tras los últimos acontecimientos. Todos
deseaban respirar de nuevo el aire pacífico que transportaban las
noches parisinas. La mayoría había decidido ir a París a ver un
par de obras, otros se alzaron por las nubes buscando Italia,
Alemania o Irlanda. Incluso había algún que otro vampiro que optó
por el maldito Brasil, maldito debido a ser el origen de tanta muerte
hacía tan sólo unos meses atrás, o el colorido México. David fue
uno de los primeros en marcharse, pero antes decidió bailar una vez
más conmigo mientras seguía diciendo que jamás olvidaría mi
dolorosa historia. Si bien, me había quedado solo en aquella enorme
sala. Los chicos de Notker se habían ido con él a su lugar de
descanso y los que quedaban allí, los habituales, estaban en sus
criptas o jugando a las cartas en otra de las salas más concurridas.
Lestat y Louis habían decidido salir a caminar por el bosque como si
fueran Hansel y Gretel.
—¿Con qué motivo? ¿Por
qué?—pregunté.
—¡Cómo puedes haber abierto tus
brazos de nuevo a ese cretino!—su voz se alzó como un trueno en
mitad de la noche y sus ojos se encendieron como dos bolas de fuego.
—Le he abierto algo más que mis
brazos, ¿y qué? ¿Quién eres tú para impedírmelo?—. Había
sido cruel al contestar, ¿pero acaso no era cierto? Daniel y yo
habíamos practicado el sexo gracias a los inventos revolucionarios
de Fareed. Gocé como cuando era un adolescente humano y él pareció
recordar como era sentirse apretado entre dos muslos cálidos.
—¡El hombre que te ama!— Exclamó
aún más exasperado.
—Suena muy bien ese título, pero es
tan falso...—respondí.
—¡Armand!
Mi nombre en sus labios siempre sonó
distinto, como más quejumbroso. Siempre pensé que los músicos eran
muy dramáticos y él era la muestra de ello.
—Antoine, ¿qué creías que haría
cuando te fueses detrás de las discretas faldas de Sybelle?—pregunté
alzándome del asiento adjunto al piano para caminar hasta donde se
encontraba.
No odiaba a Sybelle por ello. Ella era
libre de estar con quien quisiera. Incluso era libre de no estar con
otro vampiro, sino con humanos o esas réplicas de humanos que habían
sido una amenaza estas últimas semanas. Ella tomaba las decisiones y
yo las respetaba. Amaba a Sybelle a mi modo y ella a mí. Cada vez
que nos veíamos nos estrechábamos sintiéndonos en paz. ¿Cómo no
amarla? Tan bonita por fuera como fuerte y hermosa por dentro, aunque
seguía siendo demasiado sensible a las tragedias.
—Si me marché fue para mejorar como
músico con Notker—decía con la voz quebrada y los ojos llenos de
lágrimas. ¿Tanta furia para terminar llorando como un niño? Al
parecer, sí.
—Siempre la has admirado y amado,
Antoine. — Le recordé aquello por si se le había olvidado.
—¿Y? Eso no me hace querer ser su
amante.
—Os vi besándoos—. Mi confesión
hizo que él se quedase con los ojos abiertos. No esperaba que le
dijese aquello y, por lo tanto, no tuvo excusa salvo negar la mayor.
—Imposible.
—Posible. Por eso mismo decidí
aceptar a Daniel. Él ha cambiado y yo también. Creo que merecemos
una oportunidad—dije.
—Es una locura...
—¿Ahora vas a llorar?— Reconozco
que puedo ser tan despreciable como atractivo y en esos momentos me
estaba jactando de su dolor.
—¿Acaso no llorarías tú ante
Cupido porque se niega a ofrecerte una de sus flechas?
Fue muy poético lo que dijo, pero
innecesario. No podía creer nada de sus labios.
—¡Oh, por favor!—exclamé
alejándome de él, dándole la espalda e intentando marcharme de
allí. Si lo escuchaba demasiado tiempo iba a caer en sus brazos.
—¡Te amo!
Al fin esa maldita frase que me arrugó
el corazón y casi rompe el muro de hormigón en el cual lo había
dejado encerrado. Mis manos se cerraron convirtiéndose en puños y
mi rostro se llenó de una pesadumbre insólita. Intenté no mirarme
en los espejos de las paredes o en cualquier objeto que me reflejase.
—Aja, pero me tienes el mismo respeto
que tu creador hacia Louis—dije con desprecio, aunque por dentro
estaba roto.
—¡No mezcles a Lestat en
esto!—gritó.
—Yo te amaba...
De inmediato se acercó girándome para
abarcar mi rostro entre sus manos. Sus malditos ojos azules me
perforaron el alma y yo rompí a llorar. Lloré como un niño.
Realmente lloraba como un niño.
—Dime al menos que aún lo
haces—susurró.
Rápidamente me aferré a las solapas
de su traje y comencé a besarlo. Aquella noche yo no llevaba nada
llamativo. Mis elegantes Armani se habían quedado en la percha.
Parecía un adolescente cualquiera, de esos que van a los parques a
jugar con el skate. Mis jeans estaban algo deslucidos, mis zapatillas
tenían barro de haber estado correteando por los campos aledaños y
mi camiseta olía a contaminación. No me había cambiado la mañana
anterior antes de dormir. La noche anterior había estado en París
con Daniel, en barrios poco agradecidos.
Mi cerebro se desconectó y lo
siguiente que recuerdo era mi figura sobre la suya, arañando su
torso y sintiendo su miembro invadiendo mis glúteos. Literalmente
estaba cabalgando sobre Antoine. No me importó nada. Sólo quería
encontrar el placer reflejado en sus ojos. Aquella noche hice una
locura tras otra y mi alma lo terminó pagando.
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