Mientras conducía iba más pendiente en mis historias, en todo lo que fuera a ocurrir y en mis reacciones. Si bien, tuve que volver a la realidad tras un volantazo brusco que casi me hace tragarme a un trailer. Mi corazón se aceleró, pero intenté relajarme y dejar de meditar. Lo que fuera a ocurrir sucedería, no había vuelta atrás. Uno no podía huir de sus problemas, ni de lo que estaba ya en nuestras vidas.
Entré a las calles del casco antiguo, pasé por el edificio de la Bolsa nacional y llegué al monumento a la naturaleza. Aquél árbol siempre presidía la plaza municipal y se podía encontrar con facilidad aparcamiento subterráneo, era un lugar poco transitado si no era fin de año para las campanadas o por alguna manifestación. El sonido de mi puerta cerrándose hizo un leve eco, mis pies sobre las baldosas de la plaza también resonaron y sentí una impaciencia inapropiada en alguien con mi experiencia. Debía de tener autocontrol, pero las piernas me flaqueaban.
Recordé tiempos mejores, cuando llegué a la ciudad y pisé aquella plaza donde no se encontraba aún el árbol de bronce. Fue el inicio de mi vida política. Un joven formal, al menos de apariencia, y extranjero que deseaba escalar lentamente en la alcaldía. Aquel día no tuve miedo; creo que cuando uno es joven no se teme a nada, porque se piensa que todo tiene solución o que al ser de épocas distintas a nuestros padres ya venimos con la fórmula apropiada para cualquier problema.
Al cruzar la puerta robusta y de madera de roble autóctono la vista de varios funcionarios quedó petrificada. Mi aspecto aún imponía, también mi pasado y mi presente pasmaba. No tenían que darme indicaciones donde estaba la sala del presidente de mi partido, bien había recorrido yo aquellas salas y entrado en cada una de las dependencias. Había un pequeño recuerdo en cada puerta, baldosa o pincelada de los cuadros colgados por mera decoración.
Entré en la antesala del despacho y su secretaria se levantó a trompicones. Me miró fijamente y caminó hacia la puerta que daba acceso al lugar donde me esperaban. Abrió con timidez la puerta y después me dejó paso. Nada más cerrarse la puerta tras mi espalda mis ojos se quedaron fijos en el marco que me daban.
-Señor Sakurai le hemos hecho venir porque tenemos pruebas de que varios militantes de su partido, y de los otros dos de la oposición, hacían negocios sucios con algunos agentes y narcotraficantes del país. Es una trama nacional, no sólo de esta jodida ciudad.-murmuró el comisario, lo conocía bien. Emilio Gómez era un hombre de aspecto bonachón con aquel bigote canoso, pero era un hueso duro y los criminales temblaban nada más al oír su nombre.
Yo no temblé, me mantuve frío como si nada de lo que dijera lo supiera de antemano. Si bien, tuve miedo de que uno de esos hombres fuera yo. Kamijo me había dado su palabra de que jamás me relacionarían, que podía estar tranquilo. Pero no podía estarlo, había ajusticiado a una persona como si nada.
-Deseamos su colaboración.-rogó la voz del muchacho que le acompañaba. Era un hombre seco de carnes y con unos ojos enormes, ojos que te taladraban.-Disculpe a Emilio lo conoce, a mi no.-estiró su mano hacia mí y sonrió de forma franca, mientras yo estrechaba su mano con firmeza.-Hernández, Giovanni Hernández.
-No sé en qué puedo ayudarles.-comenté mucho más relajado interiormente.
-Pues uno de los que buscamos está en paradero desconocido, se llama Stephen Slater.-reconocí el nombre y apellido, era un joven muy prometedor y el verle involucrado de esa forma me entristeció.
-Lo conozco, jugábamos al golf antes y también solíamos conversar en reuniones del partido. ¿Está muy implicado en la trama?-interrogué preocupado, ya que como he dicho cuando somos jóvenes somos muy estúpidos.
Entré a las calles del casco antiguo, pasé por el edificio de la Bolsa nacional y llegué al monumento a la naturaleza. Aquél árbol siempre presidía la plaza municipal y se podía encontrar con facilidad aparcamiento subterráneo, era un lugar poco transitado si no era fin de año para las campanadas o por alguna manifestación. El sonido de mi puerta cerrándose hizo un leve eco, mis pies sobre las baldosas de la plaza también resonaron y sentí una impaciencia inapropiada en alguien con mi experiencia. Debía de tener autocontrol, pero las piernas me flaqueaban.
Recordé tiempos mejores, cuando llegué a la ciudad y pisé aquella plaza donde no se encontraba aún el árbol de bronce. Fue el inicio de mi vida política. Un joven formal, al menos de apariencia, y extranjero que deseaba escalar lentamente en la alcaldía. Aquel día no tuve miedo; creo que cuando uno es joven no se teme a nada, porque se piensa que todo tiene solución o que al ser de épocas distintas a nuestros padres ya venimos con la fórmula apropiada para cualquier problema.
Al cruzar la puerta robusta y de madera de roble autóctono la vista de varios funcionarios quedó petrificada. Mi aspecto aún imponía, también mi pasado y mi presente pasmaba. No tenían que darme indicaciones donde estaba la sala del presidente de mi partido, bien había recorrido yo aquellas salas y entrado en cada una de las dependencias. Había un pequeño recuerdo en cada puerta, baldosa o pincelada de los cuadros colgados por mera decoración.
Entré en la antesala del despacho y su secretaria se levantó a trompicones. Me miró fijamente y caminó hacia la puerta que daba acceso al lugar donde me esperaban. Abrió con timidez la puerta y después me dejó paso. Nada más cerrarse la puerta tras mi espalda mis ojos se quedaron fijos en el marco que me daban.
-Señor Sakurai le hemos hecho venir porque tenemos pruebas de que varios militantes de su partido, y de los otros dos de la oposición, hacían negocios sucios con algunos agentes y narcotraficantes del país. Es una trama nacional, no sólo de esta jodida ciudad.-murmuró el comisario, lo conocía bien. Emilio Gómez era un hombre de aspecto bonachón con aquel bigote canoso, pero era un hueso duro y los criminales temblaban nada más al oír su nombre.
Yo no temblé, me mantuve frío como si nada de lo que dijera lo supiera de antemano. Si bien, tuve miedo de que uno de esos hombres fuera yo. Kamijo me había dado su palabra de que jamás me relacionarían, que podía estar tranquilo. Pero no podía estarlo, había ajusticiado a una persona como si nada.
-Deseamos su colaboración.-rogó la voz del muchacho que le acompañaba. Era un hombre seco de carnes y con unos ojos enormes, ojos que te taladraban.-Disculpe a Emilio lo conoce, a mi no.-estiró su mano hacia mí y sonrió de forma franca, mientras yo estrechaba su mano con firmeza.-Hernández, Giovanni Hernández.
-No sé en qué puedo ayudarles.-comenté mucho más relajado interiormente.
-Pues uno de los que buscamos está en paradero desconocido, se llama Stephen Slater.-reconocí el nombre y apellido, era un joven muy prometedor y el verle involucrado de esa forma me entristeció.
-Lo conozco, jugábamos al golf antes y también solíamos conversar en reuniones del partido. ¿Está muy implicado en la trama?-interrogué preocupado, ya que como he dicho cuando somos jóvenes somos muy estúpidos.
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