Lestat de Lioncourt
Él
estaba allí con su radiante sonrisa y el aspecto alocado de siempre. Me miraba
fijamente a los ojos con esos suyos que siempre me parecieron atrayentes y
hermosos. Creo que jamás lo había visto tan eufórico salvo aquella aciaga noche
en la cual, tanto él como yo, cambiamos nuestro destino creando a un monstruo
de rostro de muñeca y sonrisa de ángel. Sentí un escalofrío recorrer mi columna
vertebral y apreté los dedos de mis manos contra mis palmas, casi clavando mis
uñas en esta, esperando que alguna extraña idea hubiese pasado por su estúpida
mente.
—He
hecho algo bueno. Al fin he hecho algo bueno—decía una y otra vez. No sabía a
qué se refería, pero me asustaba.
—¿De
qué se trata?—intenté ser paciente y parecer sosegado.
—He
rescatado a una huerfanita. ¡Oh, Louis! ¡Tendrías que verla!—aquello me heló la
sangre. Por un momento vi a Claudia arrojada en la cama y él bailoteando cerca
de aquel pequeño ángel, esa dulce y menuda criatura, que se moría.
—¡Dime
que no lo has hecho!—dije furioso. Fui hacia él como una exhalación y lo agarré
de los brazos. Estaba a punto de llorar porque sabía que otra nueva desgracia
se cernía sobre una inocente. Él era un desconsiderado y un idiota. Un maldito
idiota.
—Sólo
la he adoptado. He salvado a la pequeña de una muerte segura, pero no pude
hacer nada por su madre—respondió tomándome entre sus brazos. No sabía si
sentirme reconfortado o aterrado. Sin embargo su perfume me adormiló
recordándome que siempre era capaz de salir airoso de todo.
—Tendrá
familia. No puedes adoptarla así sin más. No puedes…—decía mientras sentía sus
manos acariciando mi rostro, bordeando cada una de mis facciones y apartando
algunos mechones de mi cabello, dejándome casi adormilado. Lestat podía
enfurecerme, pero también calmarme. Siempre lo ha hecho y siempre lo hará.
—Sus
abuelos no la quieren. No desean saber nada de ella y yo no puedo permitir que
vaya a un orfanato—respondió.
—Nosotros
no podemos cuidar a una niña humana. Ni siquiera supimos cuidar a una de
nuestra especie o lo que demonios seamos—susurré.
—La
cuidarán por mí. No te preocupes. Tendrá los mejores colegios y las mejores
atenciones, será cuidada por una pareja de mujeres—parecía feliz. Vi en él paz
y felicidad. Jamás había visto algo así en él.
Desde
hacía algunos años sólo había observado un dolor que no se borraba. La soledad
seguía rondándolo y evitaba estar conmigo. Sin embargo, esa noche vino a mí. Fue
como un ruego para calmar las viejas heridas. Tal vez lo hacía por Claudia,
pero no se daba cuenta. Estaba haciendo algo que debió hacer hacía mucho
tiempo. Ahí me di cuenta que era cierto. Él se equivocaba una vez pero
rectificaba. Los errores que cometió con Nicolas no los tuvo conmigo y los que
cometió con Claudia estaba intentando evitarlos con aquella criatura.
—¿Cómo
se llama?—pregunté.
—
Rose. Se llama Rose…
No
conocí a la pequeña Rose hasta que tuvo algunos años, pero Lestat me enviaba
alguna correspondencia con fotografías de las distintas celebraciones. Estaba encantadora
vestida de princesa, hada o de bailarina. La niña crecía feliz y yo me sentía
orgulloso porque Lestat estaba lográndolo. Él se había convertido en un padre
afortunado, aunque la niña lo llamara “Tío Lestan”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario