Dicen que todos tenemos un amor esperándonos pero que hay que esperar, que no podemos estar buscándolo en cada puerto, porque a veces tarda siglos como a Armand.
Lestat de Lioncourt
Siempre a primera hora de la noche se
sentaba frente a la enorme pantalla de plasma, colocaba sus delicadas
manos sobre la videoconsola y la encendía para empezar a manosear el
mando intentando pasar las primeras horas desfogando su rabia,
tristeza y energía en un juego que parecía entretenido incluso para
él un vampiro de más de cinco siglos. Sus cabellos castaño
cobrizos estaban ligeramente recogidos, pues algunos mechones caían
por sus sienes y rozaban sus pómulos, y su ropa solía ser bastante
cómoda y para nada eran las elegantes chaquetas de terciopelo, sus
bonitas camisas de seda o sus impecables pantalones.
Yo solía quedarme a pocos metros
observándolo hasta que Sybelle tiraba de mí, me hacía ir hasta el
piano y tocábamos a dueto alguna de mis piezas. Pero esa noche
decidí que no la acompañaría. Me fascinaba el murmullo de la
pantalla y la quietud de su rostro. Parecía realmente un adolescente
común y feliz. Olvidaba por completo el rechazo de su maestro, las
mentiras y sufrimientos que había pasado a lo largo de su vida
eterna, y sonreía con la belleza de un ángel. Aunque el videojuego
fuese violento no quitaba esa paz de su rostro.
Levanté el violín que llevaba entre
mis manos y lo coloqué sobre mi hombro derecho, puse mi barbilla en
su lugar y comencé a tocar pellizcando las cuerdas primero para
luego pasar el arco, intercalar nuevamente mis dedos y dejar al final
que la pasión me desbordara retorciéndome por la habitación,
dejando que mis pies se movieran por toda la estancia. Al terminar él
seguía jugando pero pausó la partida, cambió el programa, colocó
otro mando y fue hacia mí para que me sentara con él.
—Yo no sé jugar—respondí mirando
la pantalla.
—Quiero compartir esto contigo—dijo
apoyando su cabeza en mi hombro izquierdo—. Antoine, por favor...
Esas palabras llegaron a mi corazón
ablandando cada pedazo hasta convertirlo en nada. Suspiré sintiendo
que mis mejillas ardían y mis manos temblaban. Quería que él se
sintiera cómodo de compartir conmigo cada momento y por eso terminé
jugando. Las horas pasaron rápido y cuando me arrancó el mando de
las manos acabó besándome.
—Te amo—susurré abarcando su
rostro entre mis manos—. Te amo, Armand.
—Me gustó mucho la pieza que has
compuesto esta noche—dijo con una leve sonrisa—. Noté que la
pieza era nueva.
—Fue algo improvisado—respondí
perdido en sus ojos castaños—. Tú me inspiras. Quiero que seas
feliz a mi lado y curar cada una de tus cicatrices.
—Eso es imposible. Nadie es feliz por
completo y mis cicatrices son muy viejas—contestó colocando sus
manos sobre mi torso—. Pero sé que te estoy amando como a nadie.
Has logrado llegar a mí como un soplo de aire fresco por una ventana
que creí cerrada.
La tecnología siempre es tentadora
para él, pero para mí lo son sus labios. No puedo negar que me
divertí y comprendí porque él se emocionaba con las canciones de
rock tan estridentes como apasionadas, las letras se mezclaban con
las emociones que producía salvar el mundo una y otra vez. Sin
embargo prefería acariciar sus mejillas con mis pulgares a sostener
el mando de la videoconsola. Él y yo nos amábamos desde hacía
meses pero aquella noche lo confirmé. Su alma parecía tan revuelta
como un mar embravecido y mi corazón latía con una fuerza inusitada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario