Mi madre me ha había pedido que me
relacionara con Nicolas porque me ayudaría a conocer qué había más
allá del valle y las montañas que siempre me habían rodeado con su
eco, su nieve y sus prados verdes en primavera. Lejos del bosque
donde era un cazador experto tanto con el arco y la flecha como con
la escopeta bien cargada. Más allá del riachuelo sosegado y del
molino de trigo. Al otro lado de los viñedos yermos y el castillo
húmedo de muros gruesos. Él me liberaría de la carga de ser un
ignorante aunque ella me había mostrado la paleta de colores que
poseía el mundo con sus poemas, las obras de teatro a las que
asistió junto a mi difunto abuelo y las hermosas novelas donde los
príncipes tienen escudero leal y grandes proezas, sueños y
virtudes.
Había insistido tanto que él era
importante y necesario en mi progreso vital, en mi formación como
hombre, que dudé en ir a buscarlo. Sin embargo toda duda quedó
despejada cuando supe que él poseía un violín y su música era un
escándalo para todo el pueblo. Tuvo la osadía de hacer lo que amaba
pese a las reglas sociales, los deseos de su padre y las penurias
económicas por las que se arrastró sólo por perseguir un sueño. Y
yo era un soñador. Siempre fui un maldito y arrogante soñador que
se desvivía por comprender el mundo más allá de las reglas básicas
y simples que me ofrecían las leyes de Dios y la de los hombres.
La primera vez que lo volví a ver
quedé impactado. No era el niño enclenque que recordaba. Su rostro
era fino y algo dulce, sus labios carnosos y sus ojos tenían una
mirada terrible y oscura. Quedé impactado. Creo que durante algunos
segundos dudé si veía a un ángel o a un demonio. Su piel tenía
apariencia de seda y sus ropas eran elegantes. Él parecía el noble
y yo un mendigo que había estado revolcándose en el lodo. La
segunda fue en la taberna y me pareció aún más soberbio y
maravilloso que antes. Quería tener su presencia y su clase, pero
era un idiota que estaba a punto de eructar como saludo.
Mis modales no eran los más apropiados
y él parecía ser inalcanzable. Si bien no me rechazó. Decidió
sentarse conmigo y dejar su violín, metido en su delicada funda, a
un lado sobre la tosca mesa de la taberna. Todos los hombres nos
miraban directamente o de soslayo. Me sentía importante. Él era el
diablo de una familia trabajadora, que le habían dado todo, y yo un
inútil que se había proclamado héroe al matar a una manada de
lobos únicamente porque querían comerse las ovejas. Sin duda éramos
El Diablo y Pedro sin sus lobos.
—¿Qué deseas?—preguntó
jugueteando con sus largos y hermosos dedos sobre el borde del vaso.
Me percaté que sus uñas eran largas y comprendí que era para poder
tocar las cuerdas con ellas. No todos los violinistas tocaban de ese
modo porque preferían movimientos sencillos, pero había otros que
innovaban o intentaban partituras extremadamente complejas. Él se
proponía retos imposibles que muchos daban por perdidos antes de
tiempo—. Supongo que algo desearás...
Deseaba desnudarle frente a todos,
colocarlo contra la mesa y arremeter contra su cuerpo cálido y
perfumado. Quería ser el lobo que se alimentara del cordero, la
alimaña que destruyera por completo el honor de su familia y el
demonio mayor de ese reino de hipócritas y bestias. Pero sólo
sonreí dando un trago a mi vaso para servirme un poco más de la
jarra de barro. El vino sabía bien en su compañía y él parecía
impaciente.
—Te he hecho una pregunta y creo que
es de mala educación no responderla—dijo colocando sus manos sobre
el borde de la mesa—. No somos niños para que juegues a los
aciertos.
—Me gustaría hablar en privado
contigo. Todo lo que diga aquí será visto y oído por todos y
mañana nuestra conversación, nuestros pequeños secretos y
desgracias, se propagará por todo el pueblo de boca en boca
tergiversando cada palabra y retorciendo cada frase. Deberías saber
como son los zopencos que nos rodean—dije en un tono de voz suave,
casi aterciopelado, pero lo suficientemente alto como para que todos
me escucharan—. El hijo del burgués más rico del pueblo y el hijo
pequeño del marqués haciendo negocios, ¿cómo crees que suena
eso?—pregunté—. Prefiero subir arriba, a una de las alcobas que
alquilan, con una botella de vino y tu violín. Puedes tocar para mí
mientras hacemos negocios. Me gustaría saber por qué todas las
mujeres de la villa se persignan al pasar por el negocio de tu padre,
lamentándose de su suerte, y clamando justicia a los cielos como las
pazguatas que son.
Algunos hombres se echaron a reír pero
otros se sintieron profundamente ofendidos, sin embargo no podían
levantarse contra mí. Se notaba que me temían demasiado y que
sabían que ebrios no lograrían nada como tampoco lo harían
sobrios. Allí estaban con sus orbes incandescentes clavándose en
nosotros con un odio insoportable o con sus carcajadas con olor a
vino.
Nicolas accedió a mi petición y
subimos a la habitación. Él comenzó a tocar para mí con una
irresistible melodía. Por unos momentos vi una de esas míticas
sirenas cuya voz era proyectada por las cuerdas de su instrumento.
También parecía un silfo que danzaba en un círculo de magia
ancestral. Él era hermoso y yo me sentía un patán con una
revelación divina frente a mí. Cuando paró para preguntarme si
deseaba oír otra pieza lo arrojé a la cama, le arrebaté el violín
y lo besé sin tregua. Él pudo resistirse, empujarme y huir porque
no era tan débil físicamente como aparentaba, pero lo único que
hizo fue corresponderme.
Hoy he regresado al mismo lugar donde
conocí el cuerpo de un hombre por primera vez, donde arrebaté mi
primer beso de amor y dejé que mi alma se prendara de una música
que podía ser considerada demoníaca por no ser tocada dentro de los
muros de iglesia. Ya no existe nada que deje constancia de aquella
taberna, ni de los hombres que allí vivieron ni de los sueños que
nosotros nos ofrecimos como consuelo y abrigo. A lo lejos puedo ver
el castillo desdibujado en mitad de la noche y las estrellas
alzándose como siempre, con su mismo brillo y poder, completamente
imperturbables. Lo que hoy es un solar en una calle casi desértica y
olvidada hace siglos era un río de risas, canciones, brindis, peleas
y gemidos. Me pregunto si queda algo más en este mundo que mis
recuerdos y los viejos sueños ahogados en París.
Amo a Louis. Mi corazón siempre le ha
correspondido desde que lo conozco, pero admito que parte de mi alma
se retuerce pensando que quizá debí comprender mejor a Nicolas y su
amor. No comprendí a mi primer amante, a mi primer amor, a la
primera persona que estuvo dispuesta a luchar codo a codo conmigo por
la libertad y al primer hombre que no me quiso golpear por insolente.
Desearía tumbarme a contemplar las estrellas y tararear aquella
melodía, pero siento que sólo haría el ridículo porque él no
vendría a mí para continuarla. Si hoy escrito estas letras en un
folio cualquiera, el cual quedará sepultado entre otros tantos en el
primer cajón de la mesa de mi despacho, es porque si lo dejo aquí,
si no lo sacó fuera como debo y quiero, se convertirá en un
fantasma que me perseguirá durante meses en mis largos paseos por
mis tierras. Mis tierras... ¿quién hubiese dicho que al final el
heredero de todo sería yo? Heredero de los hombres, los vampiros y
los espíritus.
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