Bueno aquí uno de los últimos archivos Talamasca divididos en dos. El segundo será publicado el domingo próximo y desde esa semana será intercalado con La Voz de la Tribu.
Lestat de Lioncourt
La temporada de entrevistas
radiofónicas había terminado hacía semanas y pronto se iniciaría
una nueva etapa. Algunos invitados regresarían a ponerse frente al
micrófono y otros, que aún no habían tenido la oportunidad de
pronunciarse siquiera tras las quemas, lo harían por primera vez
ante un público que esperaba ansioso tras las líneas telefónicas y
las diversas redes sociales que ahora se estaban poniendo incluso de
moda entre los vampiros más antiguos y reacios. Si Lestat empezaba a
movilizarse por ciertas páginas, ¿por qué ellos no? Parecía que
el pistoletazo de salida de los vampiros al mundo tecnológico ya era
imparable aunque muchos llevaban años corriendo por sus numerosas
vías.
Benjamín nos había hecho llamar
porque deseaba mostrarnos algo. Pensé que era simplemente el nuevo
equipo y el listado de vampiros que vendrían al edificio de Nueva
York donde se situaba la radio, aunque estábamos pensando en un
emplazamiento más seguro y cómodo por si algún inmortal quería
acompañarnos más allá de la aplicación móvil o desde la web. Si
bien todavía todo estaba allí y no sospeché nada hasta que abrí
la puerta.
—Daniel, bienvenido—dijo acomodando
sus numerosos y revoltosos rizos negros—. ¿No viene el señor
Talbot contigo?—preguntó al ver que venía solo y con las manos
vacías.
—Dijo que vendría con Jesse porque
el templo está prácticamente construido y ha decidido dejar las
obras bajo supervisión de Thorne—expliqué echando hacia atrás mi
flequillo para luego meter mis manos en los bolsillos del cómodo
pantalón ancho que llevaba. Odiaba la ropa estrecha y formal,
detestaba la uniformidad, pero admitía que para algunos fuese
necesario llevar ropa formal por distinguirse del resto o porque le
recordaba a su vida pasada. ¿No estaba yo vinculado de algún modo a
los tejanos rotos y deslavados? ¿No seguía vistiendo camisetas
blancas y chalecos oscuros? Era lo mismo.
—Maravilloso—comentó tomando
asiento en su habitual silla tras el micrófono.
—¿Hoy no hay sesión de radio? ¿Has
llamado para enseñar el nuevo equipo?—pregunté husmeando—.
Ocasionalmente dejas que Sybelle toque para el público y explicas la
pieza, pero hoy ni siquiera está ella por aquí.
—Es porque lo que vamos a tratar no
deseo que ella lo sepa. No quiero que conozca que aún sigo teniendo
ciertos hábitos...—carraspeó dirigiendo su mirada hacia otro
lugar de la sala.
Conocía bien sus “hábitos” no
porque los hubiese leído en las memorias de Armand, sino porque
había visto sus sutiles técnicas a la hora de hurtar algunas obras
de arte, utensilios de valor, joyas y tecnología. Era un ladrón
hábil cuando era un simple mortal y ahora siendo vampiro podía
considerarse todo experto.
—¿Hablas de tu amor por lo
ajeno?—pregunté con una ligera sonrisa.
—Es una enfermedad y se llama
cleptomanía—dijo excusándose.
—Marius lo llama dedos largos y
pegajosos—recordé como lo había dicho en cierta ocasión mientras
se reía. Para nuestro maestro, porque eso era para mí Marius, era
muy fácil reírse de nuestras “travesuras” a espaldas de todos
nosotros. Lestat era para él “El príncipe malcriado” y Armand a
veces era tachado de pequeño diablo, aunque solía hablar de ambos
con un cariño y una entrega que en ocasiones me provocaba ciertos
celos.
—El amo puede llamarlo como quiera,
pero es una enfermedad—aseguró.
—Como sea, ¿qué es lo que
sucede?—pregunté intentando volver a la historia que deseaba
revelarme.
—Entré en una mansión hace algunas
noches. Era invitado de honor porque un buen amigo habló maravillas
de mi programa a un noble benefactor—dijo tomando el sombrero que
se encontraba en la mesa, lo acomodó sobre su cabeza y se reclinó
en la silla.
—¿Cómo de noble?—interrogué.
—Digamos que noble es algo
metafórico—susurró jugueteando con algunos folios disgregados
sobre la mesa.
—¿Mafia?—era lo único que se me
ocurrió en ese momento. Nueva York aún tenía su mafia oculta, y no
tan oculta, por las calles haciendo sus negocios turbios y sus
pequeños trapicheos con narcotraficantes de medio pelo. La ciudad no
era tan fabulosa ni un claro ejemplo de libertad, prosperidad y buen
hacer. Incluso muchos policías caían tentados en el encanto de un
suculento sueldo extra.
—Sí, la vieja mafia rusa instalada
aún en las calles de esta ciudad—dijo brevemente.
—Explícame más—pedí. Había
despertado mi instinto periodístico y quería seguir con la noticia.
No me importaba si llegábamos a un callejón sin salida porque
quería más. Mi mente echó a volar imaginando la vivienda, los
cuadros, las joyas y todo lo que en esa fiesta se había desplegado
con la opulencia clásica de un ruso poderoso.
Armand era así. Amaba el arte, las
joyas y el oro. Cada habitación poseía una belleza propia de una
mansión del siglo XV y XVI con las comodidades actuales. Tenía un
estilo definido y un amor por lo sobrecargado sin ser excesivo hasta
llegar a ser asfixiante o abrumador.
—Los detalles cuando venga David, por
favor—dijo.
Me senté junto a él pensando que
tardaría horas en llegar y el silencio sería una tortura. Benjamín
y yo no teníamos mucho que hablar. No éramos demasiado compatibles.
Él admiraba en secreto a Armand y lo amaba pese a las discusiones.
Yo deseaba despegarme del pelirrojo por miedo a los recuerdos, porque
cada discusión para mí era una herida y porque ya no aceptaba sus
órdenes. Sin embargo, David interrumpió en la sala con Jesse
colgada de su brazo derecho. Ambos parecían estar agotados y algo
mareados por el intenso viaje por los cielos nocturnos.
—Sé que ha sido precipitado
llamaros—comentó—. Sobre todo porque había llegado un correo
electrónico con tu nueva situación, Talbot.
—David, sabes que no debes ser formal
para ser cordial conmigo—dijo soltando a su compañera mientras se
aproximaba a la mesa—. ¿Qué ha ocurrido? ¿El programa comienza
esta noche? Pensé que no era hasta la semana próxima que...
—He encontrado un objeto maldito y he
decidido que debes verlo. Quiero que lo investiguéis antes de poder
devolverlo a su lugar. Necesito saber si es cierto—dijo metiendo su
pequeña mano derecha en su bolsillo derecho, para luego colocar
sobre la mesa un collar bastante deslumbrante por los diamantes que
tenía engarzados.
Eran diamantes rojos y blancos muy
puros engarzados en una placa de oro. Nada más verlos deseé
tocarlos, pero me contuve por lo que él había dicho. Una maldición
recaía sobre esas piedras y yo había aprendido de David Talbot que
no se debe tocar un objeto como ese sin antes saber las
consecuencias.
—Existen numerosos objetos que dicen
que están malditos, pero es superchería. Pocos son los que
realmente están destinados a ser malditos por siempre, los cuales
incluso una vez destruidos pueden conservar sus restos algo de su
poder—dijo apoyándose en la mesa para observar bien la pieza.
—¿De dónde has sacado ese
colgante?—preguntó Jesse.
—Lo tenía un mafioso ruso que fui a
visitar hace unas noches. Mi amigo Mateo me lo presentó—contestó
Benjamín.
—¿El del teatro?—pregunté yo
recordando su amplia lista de amigos. Una vez me presentó algunos en
una cena de gala donde estuvimos algunos inmortales. Jamás bebí de
tantos cuellos como aquella noche. Sentí que la bacanal me llevó al
cielo y a los infiernos cuando desperté aún aturdido por las drogas
y el alcohol diluido en la sangre de aquellos mortales—¿Ese Mateo?
—Sí, pero lo que cuenta es la
historia de la joya que...
—Dicen que fue creada para una noble
inglesa como muestra de amor y afecto de un burgués. Era un joyero
afamado y provenía de una casa noble, pero al ser el tercero de los
hermanos tuvo que elegir entre el monasterio o hacer buenos e
interesantes negocios. Optó por una vida llena de opulencia y
oportunidades. Muchos decían que había hecho un pacto con un diablo
porque logró invertir en numerosas empresas, algunas náuticas, que
le reportaron grandes beneficios—explicó Jesse recordando la
historia pues la conocía de los archivos de Talamasca—. Consiguió
una joyería muy antigua y la hizo la más reputada de todo el país,
muchos iban a comprar sus anillos de compromiso a su tienda. Él
trabajaba con el orfebre y aprendió el oficio sólo por diversión.
Realizó la joya en una sola noche, según cuenta la leyenda de esta
pieza, y fue entregada a la mujer que amaba, aunque estaba casada.
Durante algún tiempo estuvieron viéndose hasta que terminó
decapitada por su marido tras conocer el romance—guardó silencio
al sentir que todos la mirábamos a ella y no a la joya—. Mujer que
se pone esa joya mujer que termina muerta. Ninguna mujer en su sano
juicio se pondría esa piedra... además dicen que los diamantes
rojos no lo eran tales, sino tan blancos como los otros que hacen
juego en la pieza.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario