No sé si sentirme amado, odiado, aterrado o satisfecho... ¿Marius pensaba esto de mí?
Lestat de Lioncourt
Durante algunos meses estuve soportando
la presión de un joven atrevido y descarado que escribía mensajes
encriptados en los muros de cualquier edificio y en diversas ciudades
de distintos países. Desde que fue creado he seguido con interés
sus pasos. Admito que llevo siglos vigilando a mi mejor creación la
cual ha sido envenenada y traicionada por la oscuridad de un culto
terrible, falso y apócrifo para sus viejas creencias. Ya no queda
nada del ángel que construí porque ha quedado atrapado en los
infiernos y en estos últimos años lucha para surgir, pero el daño
ya está hecho. Sin embargo no he podido dejar de seguir su camino,
su dolor y su miseria. Ante él surgió la llama da una esperanza
nueva.
Cuando creé a mi querubín estábamos
inmersos en una etapa cultural que surgió de forma atronadora entre
los muros de mi vieja Italia. Florencia era la flor fragante que
endulzó a los viajeros y mercaderes llevando la nueva visión del
mundo al resto del continente. Sin embargo, él quedó inmerso en las
sombras de un movimiento oscuro y temible. La luz del Renacimiento se
apagó por siempre cuando el Barroco llegó arrasando todo con una
nube recargada de detalles pero sin las luces y deprimida
económicamente. Pero este nuevo vampiro surgió de entre las ruinas
de un mundo sumido en la oscuridad para ser de nuevo la luz en pleno
Romanticismo.
Podría decirse que su alma tuvo una
semilla nueva y firme que le hizo arremeter contra todo con la pasión
de este periodo, con la nula creencia en un Dios y sin temor a un
Demonio. Me recordaba a mí cuando era joven aunque mucho más
temerario y con un “yo” más exaltado. Sus sentimientos eran una
vorágine similar a un torbellino y podía sentir sus ojos llenos de
una luz que creí muerta. Ese nuevo vampiro cayó en la locura de la
destrucción porque su gran amante había muerto. Los suicidios de
escritores eran comunes, también los de otros artistas. Muchos de
ellos lo hacían porque no eran capaces de transmitir el intrincado
laberinto que era su alma. Otros porque el amor era demasiado cruel,
imposible de atrapar y eso provocaba que sus obras fueran llenas de
ira, dolor, miseria y esperanza. Siempre había esperanza incluso en
la muerte podía hallarse una chispa de esperanza. Su nombre es
Lestat y valora lo poco común, lo distinto, lo único y no cree en
nada salvo en lo que puede contemplar con sus propios ojos. Un hombre
que amó el teatro, que siempre estará vinculado con la música del
algún modo y que llora ante la belleza de las pinturas más hermosas
que jamás se puedan crear aunque no las comprenda del todo.
He decidido rescatarlo. Estaba a punto
de dormir durante siglos quizás. Llevaba días enterrado en la arena
aferrado a lo único que quedaba de su amante: un Stradivarius.
Desenterré su cuerpo, sacudí el polvo pegado a sus ropas y le
ofrecí mi sangre como si fuese un hijo que regresa al hogar tras
siglos perdido. En ese momento creo que me sentí parte de un cuadro
de Murillo convertido en el padre bondadoso que abraza con ternura a
su hijo pródigo.
Conté todos mis secretos en una sola
noche. Abrí mi corazón en unas horas ofreciendo mi dolor, mi
felicidad, la escasa paciencia que aún envuelve mi alma y la verdad
que he llegado a conocer tras mis múltiples y catastróficas
experiencias. Acepto quizás puse demasiadas esperanzas en él o
quizá no vi venir que era demasiado inquieto para prohibirle nada.
Él quiso conocer más de lo que se debe y aunque le revelé quien
era Madre y Padre, mostrándoselos sin miedo ni preocupación, rogué
porque no descendiera hacia el Templo solo.
Ha despertado a Akasha y a Enkil, a
nuestros Padres Inmortales, que son como dioses en mitad de un mundo
sin magia. Yo no tengo culto religioso hacia ellos, pero me he
esforzado por ofrecerles siempre las mejores comodidades, contarles
las últimas noticias y mostrarle los avances del mundo. Pero no se
movían. La ira o la rabia, aunque quizás ha sido los celos, han
provocado que lo expulse de mi vida porque él ha logrado que ambos
se levantaran y comunicaran sus deseos, miedos y celos. Enkil estaba
profundamente celoso de Lestat y destruyó el violín que usó para
endulzar el silencio de aquella sala. Akasha se alzó porque escuchó
a este joven tocar una de las viejas partituras que tanto amaba su
amante.
Ojalá no lo hubiese hecho porque yo
deseaba compartir con él algo más que unas horas. Admito que no
sólo estoy celoso porque ella reaccionara ante él. Siento celos
porque él está más fascinado con la historia de Madre y Padre que
conmigo. Yo he dejado de ser su fascinación para convertirme en sólo
un elemento decorativo. Iba a ofrecerle ser mi discípulo y darle
todo lo que no pude a mi querubín, mi Amadeo... su Armand.
En mis perversas fantasías he rozado
la tentadora piel de sus rosados pezones con mi lengua, acariciado
sus marcadas caderas y viajado con mi boca llena de deseo por su
vientre. Nunca me detenía ante los botones de su elegante camisa
blanca con puños llenos de encaje. Desnudaba su hermosa figura de
Adonis y palpaba cada uno de sus extraordinarios músculos. Sus ojos
azules, tan fieros como los de un animal salvaje que nunca admitirá
doma alguna, me perseguían cargados de una lujuria propia de un
hombre joven. Su boca grande y carnosa, aunque perfecta al encajarse
en su rostro ligeramente anguloso y masculino, se abría murmurando
mi nombre mientras sus muslos me ofrecían una visión maravillosa de
su masculinidad. Quería pintarlo hasta saciedad con caricias
indecentes y ofrecerle mi milenaria sangre cada noche. Deseaba crear
un monstruo libre, salvaje y diferente; pero ya lo era y esas
fantasías se hundieron en la despedida de una noche oscura cargada
de estrellas en la orilla de un mar profundo de aguas negras y
calmadas.
Sin embargo, pese a todo lo que he
vivido junto a él que no son pocas desgracias, lo haría otra vez.
Atraería su figura hasta a mí, lo desnudaría y lo introduciría en
las aguas tibias de mi enorme bañera. Lavaría su cuerpo mientras
susurro a sus oídos que posee el cabello de los ángeles de la
Capilla Sixtina, besaría sus hombros ligeramente anchos y apoyaría
mi mentón en ellos mientras le cuento nuevamente mi historia. Quizá
tendría más paciencia para desvelar misterios mayores y no me
precipitaría al contarle la verdad que aún se encuentra bajo mis
pies, sentados como estatuas y vigilando la marcha precipitada de
Lestat a mar abierto.
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