Este escrito se ha encontrado en un diario de uno de los Mayfair más conocidos: Cortland Mayfair. Cortland era hijo de Julien, padre de Evelyn (Evy) Mayfair y amante ocasional de Stella Mayfair que a su vez era hermana por parte de padre.
Hoy sale a la luz como regalo atrasado del día contra la homofobia y transfobia. Mañana habrá otro texto para conmemorar este hecho. Porque no importa como seas porque siempre encontrarás a alguien que valga la pena para compartir tu vida.
Lestat de Lioncourt
La cafetería estaba prácticamente
desierta. Era aún demasiado temprano para tomar café solo y un
croissant, pero muchos proletarios ya se habían bajado de sus camas
y caminado por las calles hasta las fábricas y campos cercanos. Ella
estaba allí sentada con su magnífico carmín rojo embelesando a
todos con una sonrisa suave e indecente. Sus cortos y negros cabellos
rozaban ligeramente sus pómulos empolvados, igual que sus terribles
ojeras ocultas gracias al maquillaje, provocaban que su cuello
pareciera aún más largo y hermoso. Aún no había pegado ojo y
todavía sentía como la música vibraba en su cuerpo.
Por un momento su sonrisa se esfumó
volviendo serio su rostro de ángel. Sus largas pestañas negras
descendieron y sus ojos azules se aguaron ligeramente. Pensó en él.
No podía dejar de pensar en él. Siempre la había acompañado de
algún modo en sus pensamientos y en las escasas oraciones que
conocía. Su tío Julien, su verdadero padre, había desaparecido
hacía ya algunos años pero lo sentía cerca en cada fiesta, cada
timba ilegal en el salón con la excusa de tomar un té con leche o
limonada, y también en aquella inmensa biblioteca que fue su
habitación y despacho en la casa. Recordó cuando la quiso y
protegió. Ahora era madre y sabía bien qué era preocuparse por el
bienestar de una niña que iba a crecer rodeada del mismo ambiente
podrido, turbio y extraño que ella. No quería que aquel fantasma se
acercara a ella con las mismas palabras con las cuales la engatusó
siendo una niña. Julien apartó a Lasher siempre de su camino, pero
cuando murió fue imposible detenerlo.
El tintineo de la campanilla de la
entrada a la cafetería la sacó de sus pensamientos y la arrojó a
la realidad. En la puerta estaba ella apoyada ligeramente buscando la
mesa donde se había sentado. Su traje blanco con flores pequeñas
azules le daba un toque infantil. Tenía las mejillas rojas y
frescas, nada de maquillaje, y se notaba que había dormido
plácidamente en su cama. Hacía más de dos días que no la veía,
pero sentía lo mismo que la primera vez que se cruzó con ella.
Adoraba a Evy del mismo modo que Julien la adoró hasta el mismo día
de su muerte. Aquella chica voluptuosa, de cintura de avispa y
caderas suaves tenía una mirada suspicaz pero inocente. Ella aún
guardaba una inocencia casi pura y fresca como el rocío en mitad de
una mañana de primavera.
Ambas acabaron frente a frente
consolándose con la mirada. Stella vestía de negro, como aún fuese
de luto por Julien, pero con una falda demasiado descarada para
aquella época y unos tacones muy llamativos. Evy no llevaba tacones
y siempre vestía algo puritana. Esas dos chicas eran distintas por
completo, pero se necesitaban y no podían vivir la una sin la otra.
—¿Cómo está tu hija?—preguntó—.
Ya casi debe ser una jovencita.
—Está empezando a hacer demasiadas
preguntas y ya no sé controlarla. Tengo miedo que cometa un error
tras otro—dijo bajando la mirada hacia sus manos pequeñas y finas.
—Ah... la mía apenas anda y ya me
está dando dolores de cabeza—respondió echándose a reír
mientras le tomaba de las manos—. Los hijos son complicados porque
los padres lo somos. No somos santas, Evy.
Quien las viera vería a dos chicas de
rasgos algo similares consolándose como buenas amigas. En realidad
eran dos primas, con vínculos demasiado mezclados como un cóctel
explosivo, que jugaban a algo más que a caricias cuando nadie las
veía. Sus ojos hablaban de amor pero no de uno simple, sino tan
complicado como ellas. Se deseaban, se amaban y se necesitaban.
—¿Vendrás hoy a casa? Necesito que
vengas—dijo Stella.
—Claro. Hoy posiblemente podamos
contarnos algo más que penas—murmuró con una sonrisa coqueta
mientras sus mejillas se ruborizaban aún más.
El olor del café, los pasteles y la
primavera endulzaban el ambiente en aquella coqueta cafetería que
fue llenándose poco a poco. Las camareras sonreían sirviendo café,
leche y té a quienes deseaban comenzar la mañana con un pequeño
desayuno en mitad de una ciudad cargada de misterio e historias
singulares. Ellas se comían con la mirada mientras mantenían
pequeñas charlas aparentemente simples o vacías. Sin embargo, esa
noche las sábanas darían buena cuenta de la pasión y la entrega de
otras conversaciones llenas de gemidos y placeres.
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