Mi hijo es un impertinente como su padre. ¡Lo amo!
Lestat de Lioncourt
—Deja de comportarte como un niño
malcriado—decía Fareed deteniéndome en seco.
Siempre entraba en el laboratorio a
hurtadillas para intentar averiguar más sobre ellos, mi nacimiento y
el origen de la vida. Era un niño adelantado a mi edad con una
curiosidad demasiado fuerte. No había lugar donde no pudiese meterme
a husmear. Estaban buscándome desde hace horas porque deseaban
hacerme algunos estudios sobre la evolución de mi ADN por si tenía
problemas en un futuro. Pero estaba harto de inyecciones y no tener
respuestas a mis preguntas.
—No quiero hacer eso. No quiero—dije
revolviéndome en los brazos de quien siempre consideré parte de mi
familia, pues era el creador de mi madre. Él me dio mi educación y
me ofreció su cariño como si fuese su hijo.
—Viktor, ¿por qué no?—preguntó
Seth apoyado en la puerta.
—¿Por qué los adultos toman siempre
las decisiones? ¿Qué hay de mi autoridad?—pregunté logrando
apartarme de ambos para quedarme de pie, girado hacia ellos, con los
puños cerrados y una fiereza terrible en los ojos.
Era un niño terrible. Obedecía sólo
cuando tenía que ir al colegio porque me maravillaba poder estar con
niños de mi edad. Siempre tenía que ocultar el secreto. Me sentía
como si fuese parte de una organización de superhéroes que salvan
el mundo de innumerables peligros. Leía cómics, de hecho los
devoraba con ansiedad, pensando que nosotros éramos como los
poderosos mutantes de Marvel y DC. Imaginaba que los poderes se
podían transmitir como los del hombre araña, pero no estaba del
todo seguro. Sin embargo, me ilusionaba leer ese tipo de historias.
También sobre vampiros, brujos y hadas. Amaba la literatura
“fantástica” que adquiría Fareed para mí y que mi madre a
veces me leía para fortalecer lazos.
Deseaba saber qué era y qué hacía en
este mundo, pero sólo me hacían pruebas. Odiaba las agujas, los
sitios cerrados, y también otros calvarios por los que pasaba
revisando si mi crecimiento intelectual era normal o un prodigio.
—¡Tienes diez años!—gritó
Fareed.
—Sí, los suficientes para saber que
no sois humanos—respondí mirándole a los ojos.
Fareed tiene unos ojos oscuros muy
profundos. Siempre me gustaba mantener duelos de mirada con él hasta
que se daba por vencido. Sabía que yo era tan importante, tanto
científicamente como sentimientalmente, que no podía negarme nada.
—Somos parte de la especie humana,
pero en otra escala debido a diversas mutaciones de nuestro código
genético—comentó Seth.
Seth era más calmado y el más viejo.
Sabía que había nacido en Egipto cuando se llamaba aún Kemet.
Nunca hablaba demasiado de sus orígenes pero amaba que me contara
historias sobre los dioses de su civilización, las leyendas que
había escuchado sobre diversos lugares del mundo y los viajes que
había hecho en los últimos años.
—Sois vampiros—respondí.
—Sí, eso es—aseguró—. No es
algo que te ocultemos.
—Mi madre no lo era cuando yo era
pequeño—respondí a Fareed que me había atrapado de nuevo
agarrándome de los brazos con suavidad.
—No, no lo era—me contestó.
—¿Y mi padre?—de nuevo esa
pregunta que resultaba ser peliaguda para ambos.
—Viktor, tu padre hace mucho tiempo
que es un vampiro y no es momento de preguntar por él—intentó
sonreír pero no pudo. Fareed siempre se ponía visiblemente
nervioso.
No me había percatado, pero Seth se
marchó dejándonos a solas. A veces se movía tan rápido que me
provocaba vértigo. Aunque esos poderes me gustaban y pensaba en todo
lo que haría con ellos. Imaginaba los viajes, libros y experiencias
que viviría gracias a esa velocidad.
—¿Por qué no lo conozco? ¿Lo
expusieron a la luz del sol? ¿Decapitamiento? ¿Fuego?—pregunté
sin miedo.
Si mi padre estaba muerto quería
saberlo. Era lógico querer saber a quién te parecías. Todos los
trabajadores de ambos decían que era muy similar a él, que mis
genes eran fuertes y que cada vez me parecería más a ese rebelde
sin causa.
—Está vivo y estos son sus
libros—dijo Seth incorporándose de nuevo a la conversación. Traía
consigo una caja con numerosos libros y yo estuve a punto de lanzarme
como si fueran regalos bajo un árbol.
—¡Seth cómo se te ocurre!—gritó
furioso su compañero, su hijo, su amante...
—Ya es hora que sepa que es hijo de
Lestat de Lioncourt—respondió dándole una palmada suave en la
espalda mientras miraba sus profundos ojos. Fareed admitió la
derrota, pero era sólo porque Seth deseaba que así lo fuese.
No hay comentarios:
Publicar un comentario