David tenía razón y hay que mantener la fe en mí siempre.
Lestat de Lioncourt
—Siendo sinceros no creo que actúe
sólo por impulsos estúpidos. He visto en él una inteligencia
profunda y llena de virtudes. Su alma es fuerte y siempre parece
fortalecerse aún más ante los grandes peligros, las aventuras más
arriesgadas y los problemas más serios. Las dificultades no son nada
porque él aprende a adaptarse en cada momento y se alza con el
triunfo. No creo que sea sólo un idiota jugando a comprender el
mundo. Creo que experimenta con sus poderes por miles de motivos.
Puede que alguna vez lo hiciese porque estaba aburrido, también
porque se sintiera sólo y deprimido, pero sé que lo ha hecho en
varias ocasiones porque intuía que ese era el único camino para
encontrar la verdad y remediar el profundo mundo de oscuridad que nos
envolvía. De no ser por él todos estaríamos ciegos caminando en
laberintos llenos de dolor y miseria—expuso abrazado así mismo
mientras miraba por la ventana de aquel moderno edificio de oficinas.
Se estaba sincerando de una forma
bastante peculiar. Aunque no sólo abría su corazón y
conocimientos, pues también era una forma de proteger y ser amable
con quien amaba. ¿Acaso no se ama a los amigos?
—Crees en sus actos como si fueran
los de un hombre justo—dijo apoyando los codos en el escritorio.
Sobre él estaban las fotografías ampliadas de los últimos
desastres. Cientos de vampiros se habían puesto en contacto con
Benjamín a través de la emisora de radio. Miles habían enviado
vídeos, fotografías, audios y algunos mensajes rápidos gracias a
la aplicación de chat y mensajería instantánea que poseía la
página. Era increíble que la tecnología los tuviera tan conectados
y a la vez divididos. Muchos vampiros desconocían como acceder a
dicha información y otros estaban tan acostumbrados a ella que era
vital para su día a día en aquellas largas noches.
—No digo que sea justo—respondió.
—Pero crees que son dignos de
alabanza—murmuró apoyando su frente en sus manos cerradas en forma
de rezo.
—Tampoco—dijo girándose hacia él.
Su piel aún era ligeramente oscura,
pero algunos de sus rasgos faciales habían cambiado. El cuerpo había
tomado la forma de su alma. Cada una de sus células se habían
adaptado como si fuera un guante o una funda a medida. David Talbot,
quien fue el hombre más importante en la Orden de Talamasca, ahora
parecía un joven con ciertas raíces hindúes pero nada más. Sus
modales y su forma de hablar eran cien por cien británicas, así
como su forma de actuar la de un hombre maduro pese a sus grandes
inquietudes hacia todo lo que era la eternidad y la supuesta
inmortalidad.
—Entonces, dime.
—No lo comprenderías porque tú
quieres vengarte de él todavía. No asumes el dolor que causó en tu
vida por la ruptura brutal de tus creencias como si no fuera nada.
Había visto como su rostro se
ensombrecía cuando hablaba de los días, oscuros y terribles, que
habían vivido juntos. Lestat simbolizó una luz cegadora que arrasó
con todo lo que le sostenía dejándolo huérfano de nuevo, perdido y
solo.
—Él también es mi amigo—susurró.
—Él quiere serlo, ¿pero tú se lo
permites? Te ama. He visto amor en sus ojos cuando te ha mirado.
Sufre por ti—dijo aproximándose a la mesa para quedar frente a
frente.
Armand se incorporó echándose hacia
atrás en el sillón ejecutivo. Aquella inmensa sala de reuniones era
perversamente fría. Sólo el hermoso cuadro que había en la pared
contigua, cerca de la gigantesca puerta de doble hoja, daba algo de
calidez a la sala revestida de madera con suelo de mármol negro. Los
muebles eran robustos, pero escasos y simples en sus formas. Se
mostraba como un joven ejecutivo que había heredado esa empresa de
su tío. Nadie había visto a su tío en décadas, así que nadie
podía sospechar que eran el mismo.
—Felicidades, yo sufro por él—siseó.
—No de igual modo, Armand—reprochó
con una suave sonrisa.
—Es un peligro. ¿Cómo nos va a
ayudar? Piénsalo. Siempre está metiéndonos en líos. Siempre
buscando la libertad y romper todas las malditas reglas tan
necesarias para nosotros. No comprende nada. Sólo piensa en él y
como mucho en Louis.
La realidad era simple. Armand seguía
amando profundamente a Lestat y sufría el no haber podido ser
compañero suyo, aprender de él su forma valiente y decidida de
afrontar las cosas. No era capaz de ser tan valiente porque su
moralidad, la impuesta en otra época, le hacía dudar entre si hacía
lo correcto o no. Lestat no veía línea alguna entre el “bien” y
el “mal” porque todo era creado como los números fueron creados
por los hombres, las letras y las partituras de las más hermosas
sinfonías. Todo era creación del hombre y el hombre podía decidir
si trasgredía sus normas o no. ¿Y ellos no eran hombres? Pues así
era Lestat. Él era un hombre que rompía las normas sociales de todo
tipo.
—Ahora todo es distinto. Está
desaparecido desde hace más de una década, ¿no te has planteado
que algo ocurre?—preguntó.
—Sí, que vivimos mejor si ese
idiota—dijo ocultando la verdad.
Armand sufrió cuando Lestat quedó
catatónico en aquella capilla. Lloró por él amargamente mientras
se aferraba a unos y a otros, pero jamás dejó que David escribiera
tales cosas en sus memorias. Sólo habló de la rabia y sufrimiento
que le daba verlo allí tirado como si fuese un despojo.
—Armand...
—Creo que en el fondo sólo quiero
pensar que todo está bien—admitió—. Temo descubrir que todo lo
que ocurre es porque estamos a punto de morir. Hay una guerra ahí
fuera, necesitamos unas reglas y un Mesías. ¿Pero él será el
Mesías? ¿Será capaz de liderar la batalla y llevarnos a la
victoria? Ni siquiera sabemos quién es el verdadero enemigo.
David se llevó las manos a los
bolsillos de su taje de tres piezas, sonrió maravillado por la
confesión que le había ofrecido aquel querubín eterno y le guiñó.
Él sabía que Lestat todo lo podía. La fe que tenía hacia su viejo
amigo, su camarada y padre inmortal, le hacía ser optimista. Además,
había aprendido a ver el lado bueno de las cosas gracias a ese
intrépido y extraordinario vampiro.
—Lestat es el rey de los imposibles,
Armand.
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