La soledad de otras épocas... y de algunos países actualmente provoca que aquellos que aman distinto vivan con miedo.
Lestat de Lioncourt
Una vez más estoy aquí frente a mi
viejo escritorio. No sé por qué he conseguido estos folios acabando
al fin con la calderilla que llevaba en mis bolsillos, lo poco que me
quedaba de mis correrías por París. He vuelto a casa pero no como
el hijo pródigo. Mi padre me ha torturado durante días con golpes y
horribles amenazas. Ya no soy el hijo que adoraba. Me he convertido
ante él en un gusano que debe aplastar porque su honor está en
entredicho. No importa mi felicidad, tampoco que soy lo único que le
queda junto con su negocio. Para él soy escoria.
Llevo varios días pensando en acabar
con mi vida, pero soy demasiado cobarde para enfrentarme al juicio de
la muerte. Sé que cuando desaparezca no quedará nada de mí. Todos
mis sueños, si alguna vez los tuve, se quedarán en nada. Ya no
tengo ilusiones. Soy pura oscuridad en mitad de un delirio de música
e insatisfacción.
Cuando me marché de este pueblo lo
hice pensando que sería un hombre culto y entregado a mi deber, pero
las leyes algunas leyes me parecieron absurdas y decadentes. Ser
abogado no era lo que mi alma esperaba. Si tenía que ir al infierno
que fuese de otro modo. Busqué por las calles algún tugurio donde
dejarme llevar y encontré un violinista que cambió mi vida. Vivía
atormentado, pero cuando tocaba ascendía a un paraíso que él sólo
podía ver. Parecía elevarse por encima de las congeladas y sucias
aceras aunque sólo brincaba, se contorsionaba y sonreía hasta que
sus mejillas dolían. Dejé todo para ser como él. Busqué los
mejores profesores e intenté motivarme. La oscuridad estaba ahí,
pero era placentera. Ahora la oscuridad me atrapa asfixiándome y
recordándome que en cualquier momento mi padre puede atraparme,
amputarme las manos y jactarse de ello ante todo el pueblo.
Si soy sincero no me siento tan hundido
sólo porque no encontraba mi camino profesional, si se puede llamar
de alguna forma a estas decisiones, sino porque sé que hay algo en
mí que Dios desaprueba y que los sacerdotes señalan desde su
púlpito. He intentado cambiar, pero no he podido. Incluso me he
refugiado en el amor de Dios hacia todos sus hijos, sin importarle
sus pecados, pero no puedo. Simplemente no puedo. Sé que me espera
la mayor de las torturas debido a mi desviación.
Me gustan los hombres. Amo el tacto de
otro cuerpo, como cualquier joven de mi edad, pero debe ser
masculino. Desfallezco en mitad de las revueltas camas de hombres
casados que jamás confesarían tales actos a sus mujeres. Me dejo
guiar por mis bajos instintos sin importar quien salga dañado.
Aunque normalmente quien más se daña soy yo. Pero para colmo de mis
males hay alguien que está agitando todos mis pensamientos y de
quien huí en busca de la dichosa felicidad.
Cuando era sólo un niño conocí al
hijo menor del marqués del pueblo. Si tengo que describirlo
posiblemente diría que es uno de los típicos querubines que hay en
las iglesias. Sus mejillas siempre estaban ligeramente sonrosadas y
sus ojos tenían una luz que penetraba en mi corazón con fuerza.
Siendo tan joven desconocía que eso podía ser atracción o amor.
Sólo éramos niños. Unos niños asustados por las historias del
sacerdote sobre brujas quemadas y condenación eterna. Ahora es un
joven apuesto que logra cautivar a todas las mujeres del pueblo sin
tener en cuenta su edad. Todas suspiran por el joven hijo del
marqués. Es el mejor cazador de la zona y hoy llegó a mis oídos
que logró matar ocho lobos que estaban destruyendo el miserable
sustento de cazadores y ganaderos.
En unos días tengo que enfrentarme a
él. Mi padre irá a por las piezas de los lobos para curtir sus
pieles. Desea regalarle al muchacho una capa y un par de botas para
que ambos podamos congeniar. Ni siquiera sabe que para mí eso será
una tortura. Él cree que debo seguir el camino familiar si no voy a
progresar como abogado. Si no estudio trabajaré y debo empezar a
demostrar a otros que valgo para ello.
Me encuentro entre la espada y la
pared. Siento el filo de esa hoja pegada a mi cuello. No quiero estar
frente a él. Si estoy a su lado desearé que ocurra algo que es
imposible. Pero esa luz que él posee, esa entrega hacia lo
desconocido, hace que desee estar cerca. Me siento miserable y
culpable de desear a un hombre y más cuando son de ese tipo. Es el
héroe y yo soy sólo el bufón que camina por las calles soñando
con poder tocar día y noche su violín. Soy horrible.
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