La niña descansaba recostada en un
sofá arropada con mi chaqueta. Acababa de perder a su madre y sus
abuelos no querían saber nada de ella. ¿Qué podía hacer? No sabía
cómo actuar en ese momento. Ella no era un cachorro que me
encontraba en mitad de una nevada. No podía ponerle un collar y
fingir que era humano ante sus hermosos ojos azules. Me encontraba
debatiéndome entre dejarla en un orfanato o buscar algún lugar
donde pudiera cuidarla. Pero mis dudas cambiaron en tan sólo
segundos. Recordé las veces que he ido de visita a uno de esos
lugares tan sombríos y vacíos de amor.
Rápidamente pensé en Claudia. Ella
tenía una edad similar cuando la arranqué de una cama hospicio
prácticamente moribunda. Rose estaba sana y parecía una niña que
había vivido pequeñas aventuras junto a su madre. Posiblemente no
hubiese tenido una gran infancia con una mujer que perdía la cabeza
muy seguido. Sin embargo la había amado, alimentado y protegido
hasta ese día. Ella necesitaba amor porque sabía que era eso. No
quería cometer la estupidez de convertirla porque fue un fallo
imperdonable, además la niña no iba a morir.
—Voy a quedarme contigo. No eres un
cachorro perdido, pero me necesitas tanto como dicen que el mundo
necesita mi torpeza—sonreí arrodillándome frente al sofá
mientras despejaba su frente. Era hermosa y parecía hecha con los
mejores pinceles de Marius. Estaba viva y refugiada en sus sueños.
Pensé en varias personas que podían
cuidarla y caí en la cuenta que conocía a las indicadas. Hacía
tiempo unas mujeres se sentaron cerca de mi mesa favorita en un
pequeño y coqueto café. Suelo ir a los cafés como cuando era tan
sólo un humano y escucho las conversaciones, discuto sobre temas
intranscendentales y me río de la política llena de sinvergüenzas
que ya no ocultan su desfachatez. Ellas se quedaron horas conversando
conmigo y noté el amor que poseían. De vez en cuando solía ir y
ellas están allí.
Muchos creerían que dejar una niña al
cargo de dos mujeres es una locura. Hay quienes están en contra de
los matrimonios del mismo género. La sexualidad nunca ha sido un
tabú o un problema para mí. Tal vez siempre he sido un hombre
adelantado a mi tiempo y que ha optado por no clasificar a otros
según su sexo, género o sexualidad. Sería un error clasificar a
las personas como productos del supermercado dejándolos a cada uno
en una estantería. Es un error que alguien le importe más con quien
te acuestas que el poder el amor que puedas ofrecer. Al igual que es
un error el racismo cuando todos somos una mezcla poderosa y extraña.
Las familias son diferentes y siempre lo han sido pero no se ha
tenido la posibilidad de mostrar un abanico tan amplio. Las madres
solteras, viudas y divorciadas son un hecho en nuestra sociedad desde
hace algunas generaciones. Las familias “convencionales” no
siempre te ofrecen el amor que deberían. Mi padre era un tipo
bastante mediocre y mi madre se veía hundida en una depresión
terrible. Los padres solteros también son un hecho debido a la
viudez de estos o por otras razones más complicadas. Así que dejar
una niña en brazos de dos mujeres para mí no era problema, pero
debía saber si ellas querrían a la pequeña.
Siempre había escuchado su amor por
los niños, los animales, los jardines llenos de flores y sus
respectivos trabajos. Hablaban de lo hermoso que sería tener a
alguien en sus vidas a quien cuidar y al contemplarla a ella, al ver
su dulce rostro, pensé que era el milagro que necesitaban. Decidí
llamarlas de inmediato y se personaron en la oficina de mi abogado,
donde me encontraba, para hacerse cargo de la menor.
Ahora Rose es una mujer adulta que
puede valerse por sí sola. Es una joven llena de inteligencia y
vitalidad. Desearía retenerla por siempre en mis brazos sintiendo su
perfume y escuchando sus palabras llenas de cariño, respeto y
orgullo. Pero ella es como un pequeño pájaro que es mejor ver en
libertad. Me siento orgulloso como un padre aunque para ella sólo
soy su tío Lestan. Me pregunto si alguna vez tendré agallas para
contarle la verdad o simplemente desapareceré del mismo modo que
llegué a su vida...
Lestat de Lioncourt
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