David deseó hacer esto recordando a Merrick.
Lestat de Lioncourt
—¿Alguna vez pensaste que sería tan
difícil aceptar un silencio entre ambos?—pregunté con las manos
metidas en los bolsillos.
Estaba allí de pie, intentando ser
firme y fingir cierto sosiego, esperando que apareciese como otras
veces. Sin embargo sabía que no vería sus pies descalzos
desplazarse sobre la madera del suelo, ni sus hermosos ojos esmeralda
mirarme inquisitiva entretanto su boca se torcía molesta. No estaba
allí esa figura casi salvaje de piel morena y ardientes pasiones.
Frente a mí había una vieja
fotografía en una mesilla de un salón que muchas veces compartimos.
Sobre el regazo del sofá había dejado su viejo vestido blanco lleno
de flores, flores tan silvestres como ella misma, y una nota donde
pedía perdón de nuevo. Quería volver a sentirla cerca tan
obstinada como llena de ira y de amor. Deseaba sostenerla por las
caderas notando como sus manos golpeaban con fuerza mis hombros y me
gritaba lo estúpido que había sido.
—Es la primera vez que digo una frase
sin que me interrumpas—dije con una sonrisa amarga mientras tomaba
asiento en un viejo sofá de una pieza.
Me eché a reír porque aún tenía su
encaje de la espalda y brazos sobre ese sofá color crema y estampado
de flores, ese que muchas veces usó para recostarse frustrada ante
mi estúpida perorata sobre el bien, el mal, los espíritus y los
límites de tus acciones. Es curioso como los pequeños detalles que
antes no echábamos cuenta nos golpean con saña mientras intentamos
seguir con la supervivencia más básica, ¿verdad?
—Hoy es tu cumpleaños—susurré—.
Ya no recuerdo bien cuales eran tus flores favoritas, pero creo que
eran las que nacían libres y fuertes—suspiré apoyando mis codos
sobre mis muslos echando mi torso hacia delante mientras me encorvaba
como un gato asustado—. Feliz cumpleaños, Merrick—dije clavando
mis ojos oscuros en su fotografía.
Habría dado cualquier cosa porque ella
regresase como un fantasma. Cientos lo habían hecho. Quizá sólo
venían los que aún tenían cosas pendientes o deseaban quedarse
para colaborar como antaño. Regresaban más libres, fuertes e
intrépidos que nunca. Pero ella no. Yo sabía que ella había huido
de este mundo y no regresaría como yo ansiaba. Aún así iba a esa
vieja casa donde Talamasca aún tenía su residencia, me sentaba en
aquel sillón en plena madrugada y conversaba con la única
fotografía que quedaba suya entre aquellos viejos muros. Parecía un
joven de rasgos hindúes algo desquiciado pero en realidad era Mr.
Talbot, David Talbot, ex-director de la Orden y amante eterno de una
mujer cuyos besos eran peores que los de una viuda negra.
—Bien, tengo que marcharme—dije
levantándome—. Sé que esta visita ha sido más breve que nunca,
pero estoy empezando a perder la esperanza—susurré tomando el
marco para besar su imagen. Después me marché.
Recorrí aquel sendero de Oak Heaven
como lo haría cualquier bucólico del romanticismo deseando que sus
múltiples vicios se lo llevara. Igual que un fantasma. ¿Quién me
iba a decir a mí que iba a caer derrocado ante el castigo de tu
partida? Sin embargo regresaré como cada año a postrarme como un
perdedor, como un maldito idiota, ante tu imagen como si fuese un
altar.
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