La noche del concierto fue importante para muchos, así como los días previos.
Lestat de Lioncourt
Quedé atónito al saber que Jesse
Reeves, una de mis más eficaces y jóvenes ayudantes, había logrado
encontrar el diario de Claudia. Gracias a ese diario, de frases
envenenadas de dolor o confabulaciones, daríamos con una fuente de
información veraz y detallada, aunque sólo en ocasiones, de la vida
de Lestat, Louis y la niña eterna.
Acababa de colgar el teléfono, tras
oírla ligeramente alterada en la habitación de su hotel. Me sentí
confuso, inquieto y algo rabioso. Debí haberla acompañado, sólo
para vigilar que ningún fantasma poderoso se atreviese a
acorrarlarla. Ella era fuerte, decidida y tenía una genética que
llegaba hasta el origen de los vampiros. Nadie, salvo yo, conocía la
verdad sobre su tía. Jesse aún estaba comprendiendo el mundo en el
que se movía. Por algún extraño motivo, mis estudios
antropológicos y geológicos junto a viejos conocidos, habían dado
con pinturas antiquísimas. Había contactado con ellos, o más bien
ellos conmigo, para informarme.
No podía salir de ese momento de
estupefacción, sobre todo cuando escuché los murmullos de un viejo
espectro que recorría, y que supongo que aún recorre, Talamasca.
Podía escucharlo lamentarse, como si estuviese buscando un lugar
idóneo donde dejar sus quejas, mientras el resto lo ignoraba
corriendo de un lado a otro con las informaciones del próximo
concierto de Lestat. En el despacho adjunto, donde se encontraba mi
joven becario, se escuchaba su disco una y otra vez. Mtv no dejaba de
mostrar sus videoclips, los periódicos hablaban de un concierto de
proporciones gigantescas, los jóvenes llevaban su música allá
donde iban y la radio emitía sus declaraciones.
“Os digo que soy un vampiro. Soy un
vampiro de verdad. Os lo demostraré en mi concierto. ¡Venid a mi
aquelarre!”
Recordaba sus palabras y sentía que
nada bueno iba a ocurrir. Me sentía tan intranquilo que apenas
comía. El hombre que hablaba con los espíritus, que se sentaba a
discutir con ellos sobre profundas preguntas sobre el universo y su
creación, decía que debía estar alerta para protegerlos a todos;
el aventurero se sentía frustrado porque no podía estar en mitad de
la acción; y, el hombre que ahora era, pedía calma y confianza para
sus allegados, todos los jóvenes discípulos de la orden.
Aquellas noches no podré olvidarlas.
Fueron una pesadilla anticipada.
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