Lestat de Lioncourt
Después de ver a Lestat, aquella
noche, decidí confesar mis pecados a mi viejo amigo y compañero
Aaron Lightner. Me dirigí a su despacho, toqué dos veces la puerta
con mis nudillos y esperé. Quizá debí ir a su habitación esa
misma noche, pero aguardé a la hora del té del día siguiente.
Solíamos conversar largas horas con un magnífico y humeante té,
aunque a veces era ponche o café, hablando sobre nuestras
indagaciones.
Él llevaba décadas tras los Mayfair,
una familia de brujos situada en Nueva Orleans, y yo, por el
contrario, me dedicaba únicamente a fantasmas y sus manifestaciones
más violentas. También había estado ante posesiones y problemas
con supuestas entes malignas. Vampiros, no. Para ambos los vampiros,
pese a existir, no era nuestro terreno. Conocíamos bien las
historias vinculadas con Lestat y toda la camarilla que le adoraba u
odiaba, pues era algo sumamente interesante. Si bien, quienes
indagaban sobre vampiros solían ser muy jóvenes porque eran ágiles,
podían seguirlos por el mundo y enviar correos electrónicos, cartas
o hacer llamadas telefónicas sobre lo que habían visto u oído. No
obstante Lestat nos evitaba el trabajo duro. Él aparecía
constantemente en los medios desde que decidió contraatacar las
memorias de Louis de Pointe du Lac.
—Adelante—dijo sentado en su
escritorio.
Al entrar lo miré, como quien ve a la
mujer que ama o un magnífico tesoro, sintiendo un amor y una
fraternidad inmensa hacia él. Iba a contarle algo que nadie sabía.
Me iba a confesar como si fuese un chiquillo que había cometido un
gran delito.
—¿Qué quieres contarme? Te veo muy
nervioso—comentó logrando que me echase a reír.
—Eres extraordinario—dije caminando
hasta una de las sillas frente a la mesa donde escribía. Me senté
en ella y sonreí maravillado—. He conocido a Lestat en persona.
—¡Qué!—exclamó.
—Oh, sí. Vino a mí. Estaba en mi
despacho y...
—¡Qué! ¡Cómo pudo vulnerar
nuestras medidas de seguridad!—se echó hacia atrás en la silla y
tembló—. David, eres el director de la orden y esto debería
preocuparte. ¡Guardamos muchos misterios aquí!—dijo horrorizado.
—Y un vampiro en el sótano—añadí.
—Estás loco, loco de verdad... ¿cómo
le has dejado descansar aquí? ¿Sabes todos los misterios y
artilugios que tenemos de otros vampiros? Él ahora sabrá que...
—Él ya sabía de nosotros, pero no
ha sido hasta ahora que le hemos despertado cierta curiosidad—confesé
logrando que se sosegara—. Creo que ha sido sólo una gran idea
para molestar a Marius, pero ahora quiere saber. Desea saber de
nosotros y tener una relación satisfactoria—comenté con una
sonrisa espléndida esperando que él lo viese bien, aunque no tenía
porqué verlo bien para que yo prosiguiera con esa amistad.
—Nos va a traer problemas, sobre todo
a ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario