Espera, espera... ¿ha dicho algo más que amigos? ¡Leed!
Lestat de Lioncourt
Hacía algún tiempo que David solía
discutir a altas horas de la noche en su despacho. En ocasiones
pasaba por la puerta y veía la luz encendida surgiendo bajo la
puerta, indicativo que él seguía allí dentro, y de vez en cuando,
no siempre, era capaz de sentir a un segundo mientras él hablaba
condescendientemente o algo acalorado. No le había dado demasiada
importancia pues pensaba que si era algo realmente peligroso contaría
conmigo, cosa que acabó haciendo desvelándome el misterio. Aunque
ya sabía que había contactado con Lestat dudaba que siguiese
conversando con él, sobre todo porque ese vampiro podía ponernos a
todos en serio e inminente peligro.
—Me marcho—me dijo—. Confío en
ti para que me vigiles el fuerte.
—Espera...—le detuve en mitad del
pasillo. Habíamos chocado por casualidad, o eso creía, y necesitaba
una explicación.
—No iba a decirte nada en persona,
pues sabía que te preocuparías y querrías enjaularme en mi
despacho, pero sí estaba por dejarte una nota. No obstante, me
estaba arrepintiendo de irme sin decirte adiós—comentó soltándose
para luego colocar sus manos sobre mis hombros—. Tengo que hacerlo,
¿sabes? Irme.
—Pero, ¿adónde? ¿Qué se supone
que es tan importante?—pregunté frunciendo ligeramente el ceño,
para luego arrugar la nariz—. ¡Ah! ¡No! ¡Tú vas a seguir a ese
vampiro a una de las suyas!
—Algo así...—dijo con aquella
encantadora sonrisa.
Odiaba ese rostro bondadoso pese a ser
un descarado. Siempre lo fue. Recuerdo haber asistido a más de una
pelea en un bar. Sonreía, hablaba de forma cortés y la pelea
proseguía hasta que se remangaba las mangas, salía fuera con el
susodicho y le ofrecía su mejor golpe. David había sido educado
como todo un caballero, pero durante años vivió en lugares salvajes
e inhóspitos para gente de su distinguida posición. Su padre
viajaba demasiado debido a sus empresas y su hijo acabó
acompañándolo. Los Talbot eran hombres con corazón aventurero y
eso le llevó a caminar, casi en soledad, por las densas selvas y
junglas de este dichoso mundo. Había estado en la India, América
del Sur y África. Buscaba civilizaciones antiguas, rituales que ya
eran parte de la historia de la humanidad y en ocasiones cazaba
animales para sobrevivir. Si bien, ya no era un niño. Ninguno de los
dos lo era.
—Explícate—dije algo furioso
porque me estuviese guardando algunos detalles.
—Lestat ha hecho una mala transacción
con Raglan James, ¿lo recuerdas? Ese filibustero que ensució la
orden y que no pudimos atrapar. Se marchó un día y vimos el
desastre que nos había dejado—comentó haciéndome recordar a ese
sinvergüenza.
—¿Qué transacción hizo con esa
joya?—pregunté algo sorprendido porque Lestat hubiese dado con él
o viceversa.
—Ha cambiado su cuerpo. Un cuerpo
humano por otro, aunque no es el físico original de James—respondió
dejándome anonadado. Al final ese granuja lo había conseguido—.
Debo ayudarlo. Imagina lo peligroso que es para los vampiros y la
humanidad, sobre todo para la humanidad, que ese imbécil tenga esos
poderes tan destructivos.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Te
puedo acompañar?—estaba nervioso. De inmediato me empezaron a
sudar las manos. Era un viaje de improvisto, pero iría con él.
Dejaría mis indagaciones sobre los Mayfair, enviaría una carta a
Merrick que se hallaba investigando para la orden en París y le
pediría a un viejo amigo de la sede de México que estuviese en
contacto con nosotros continuamente.
—Quiero que estés aquí y vigiles
que todo va bien, Aaron—sus ojos brillaban cuando decían mi nombre
y eso me emocionaba. En el pasado fue más que un amigo y en el
presente era igual que un hermano.
—Lo haré, pero tú debes regresar—me
contuve las lágrimas porque sospechaba que quizá lo perdía.
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