Iguales, idénticos... ¡Somos padre e hijo!
Lestat de Lioncourt
Nunca había pensado que algo así
pudiese ocurrir. Sinceramente, ni siquiera en mis peores pesadillas.
Creía que todo ese dolor, ese pasado tenebroso, había quedado
atrás. La maldad de Akasha, como su ceguera y necedad, había
quedado aplastada al fin por aquellos que iban en su contra. La
revolución aplastó a la tirana, ¿no era así? Nos equivocamos.
Caímos en un error tras otro y lo hemos pagado con creces.
Caminaba por los asépticos y
blanquecinos pasillos de aquel laboratorio bajo tierra, instalado en
uno de los desiertos americanos por excelencia, mientras metía mis
manos en los bolsillos y me preguntaba si Seth podría tranquilizarse
de una vez. Víctor cada vez estaba más impaciente, sobre todo desde
la llegada de Rose, la hija adoptiva de su padre, que significó un
revulsivo para él. Deseaba que la salvara. Supe que se había
sentido terriblemente afectado por la historia de vejaciones y
maltratos que padeció por culpa de la sociedad hacía años, cuando
fue castigada por una chiquillada, y por los últimos acontecimientos
con ese bárbaro que se hacía llamar profesor y amante.
Al pasar por uno de los cuartos,
justamente el despacho de Frannely, su madre, quedé estupefacto.
Víctor, ese chico que siempre había sido renuente a estudiar
biología, estaba allí plasmado frente al monitor y un par de
libros, algunas carpetas y una hoja en blanco anotando como habíamos
obrado el milagro. El milagro de devolver la vista a Rose tras el
ataque con ácido por parte de su amante.
—Víctor, ¿qué haces?—pregunté
encendiendo la luz, aunque podía verlo perfectamente.
—Necesitaba saber cómo es el
proceso. Rose despertará pronto y quiero explicárselo yo—dijo sin
apartar la vista ni un momento de la pantalla.
—Puedo explicártelo y transmitirle
el mensaje—expliqué con una sonrisa amable.
—No, demasiado técnico. Además,
quiero informarme bien por mi propia cuenta y riesgo.
Era igual que su padre. El
temperamento, la forma de fruncir ligeramente el ceño, su rostro,
tono de piel y esos cabellos rizados absolutamente revueltos. Incluso
la forma de mirar era suya. Me consideraba su padre porque yo obré
el milagro, pero fueron Lestat y Frannely, mi única creada, quienes
ofrecieron su genética para un ser tan portentoso.
—¿Y tú?—dijo al final girándose
para verme—. ¿Qué haces?
—Busco a Seth—respondí—. Hay
nuevos incendios en Europa y han ocurrido algunos en Japón—dije
con voz cansada—. Debo informarle.
—Los vampiros están reuniéndos en
Nueva York. Lo sé. Sé que lo están haciendo—dijo
incorporándose—. En cuanto Rose despierte y esté en condiciones
para viajar iremos. Vamos a ir. Di que lo haremos. Necesito ver a mi
padre, informarle de todo y...
—Ya veremos—respondí.
—¡No!—dijo dando un golpe en la
mesa—. ¡Iremos! ¡Oh, sí! ¡No me seas cobarde! Tú me creaste y
mi padre ni siquiera sabe que existo. ¡Merece saberlo!—decía cada
vez más furioso.
Entonces unos pasos rápidos por el
pasillo. Uno de mis científicos más joven, de menos de diez años
tras su conversión, se aferró a mis brazos y sonrió.
—La joven a despertado—dijo con
aquellos ojos verdes, tan poderosos y perturbadores, llenos de vida.
Estaba a punto de llorar de emoción—. ¡Al menos lo está
haciendo!
—¡Rose!—gritó Víctor corriendo
para poder hacer su aparición junto a ella.
Ese muchacho era todo una furia, pero
también un hombre que sabía lo que quería. Tenía miedo de
presentarlo frente a Lestat. Sin embargo, no podía negar el derecho
a conocerlo. Ya contaba con dieciocho años y había decidido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario