Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 27 de enero de 2017

Remordimientos

Remordimientos, ¿eh? Puede. Armand quizá no contó todo lo que ocurrió con Nicolas, pero aún así admito que su apoyo en estos tiempos ha sido maravilloso.

Lestat de Lioncourt


Desconocía porqué cedí a la idea de abrir las puertas de mi hogar, del lugar donde me refugiaba, a viejos recuerdos y desconocidos. Había acumulado una fortuna inmensa tras la venta de gran parte de mi vieja isla cargada de casinos, centros comerciales, parque de atracciones y lujosos hoteles. Tan sólo me quedé con un par de edificios, tal vez por añoranza o quizá porque sabía que en algún momento podría regresar para ocultarme allí, y busqué nuevo emplazamiento en Nueva York. Allí tenía numerosas empresas, acciones en bolsa e inversiones bastante aceptables en negocios locales de alto prestigio dedicados al espectáculo. No necesitaba más. No precisaba tener que conocer a nuevos inmortales y revivir con ellos los desagradables sucesos junto a Akasha. No obstante, lo hice.

Benjamín no dejaba de hablar en la radio contactando con numerosos jóvenes de todo el mundo. La mayoría moría a las pocas horas, eran heridos o se trataban de supervivientes a quemas de grotescas proporciones. Muchos quedaban atónitos o boquiabiertos por el buen manejo de mi muchacho en las redes sociales, donde adquiría información de primera mano, y también por su exitoso programa. Una radio que era tomada por los mortales como si del nuevo Orson Welles se tratase.

Recuerdo que leía a George Orwell, en su fantástica novela “Rebelión en la Granja”, cuando se acercó a mí, me quitó el libro de las manos y lo lanzó contra una de las múltiples estanterías de mi biblioteca francesa. Me miró airado, completamente fuera de sí, y me advirtió que había que hacer algo.

—¡Cómo puedes leer tan tranquilo en un momento como este! ¡Están matando a miles!—gritó furioso.

Su pequeña carita estaba algo oculta por el sombrero que llevaba. Parecía un hombre adulto, pero de baja estatura. A decir verdad, casi rebasaba la mía. Apoyó sus manos sobre los brazos de mi sofá y dejó la hoguera tras su espalda. Parecía un ángel venido del infierno para ajustar cuentas con un querubín cualquiera. Frunció el ceño, arrugó la nariz, y le escuché maldecir bajo.

—A nadie que yo conozca o me interese—respondí apoyando el codo derecho en el reposabrazos y dejé el dorso de la mano bajo el mentón.

—¡Son jóvenes como yo! ¿Acaso no lo ves? ¡Nos están aniquilando!

Parecía un hombre de negocios disgustado por el descenso o descrédito de su empresa. Uno de esos que se ahogan y piden ayuda a otra empresa, alguna similar en el sector, para que le salve a costa de cualquier cosa. Ya sólo faltaba que se arrodillara frente a mí y me implorara de rodillas ayuda. Yo sólo lo miré impasible intentando no recordar el fuego destruyéndolo todo a mi alrededor, los gritos de los humanos, el olor a carne quemada, Daniel absolutamente absorto ante la muerte tan horrible de los demás, la forma en la cual apareció Santino para abrazarme mucho antes que Marius, el desprecio de Pandora y la curiosidad agreste de Mael. Recordé como Akasha se envalentonó hacia nosotros, para destruirnos por no querer participar en la locura, y la forma en la cual Marius le habló para hacer entender sus errores. Furia, destrucción, caos y Khayman exigiendo su cabeza cuando apreció que no lograrían evitar un desenlace tan fatídico.

—Como si fuese la primera vez... —susurré.

—¡Da igual! ¡Si es la primera vez o no! ¡Nos están matando! ¡Haz algo!—seguía gritando, pero ya lejos de mí e intentando abrazarse así mismo para sosegarse.

—Hazlo tú—se giró para mirarme sorprendido por mi respuesta—. Tú eres quien desea evitar sus muertes, ¿no es así?—dije incorporándome del sofá para quedar frente a frente—. Te ofrezco los medios, pues de hecho todo lo que has montado ha sido sufragado con mi dinero, y también este lugar. Puedes reunir aquí a quien te de la gana.

Benji consiguió un canal de radio gracias a mi dinero. Fue un regalo. Decidí que debía fomentar esa ilusión que tenía por comunicarse y comprender. Era una forma menos agresiva y desmedida que las acciones de Lestat. No tuve que pensarlo mucho. Sin embargo, al montarla en Internet adquirió más fama y logró incorporar anuncios en su página, los cuales le dieron cierto dinero y este lo invirtió en una sombrerería, algunas tiendas de moda, restaurantes y bares.

—¿De verdad?—dijo sorprendido.

—¿Acaso no dices que David Talbot ha hablado en la radio enviando un mensaje?—pregunté recordando lo animado que estaba hacía tan sólo unas horas. No entendió el mensaje, pero yo pude comprender algo. Sabía que era una clave secreta para reunirse con alguien aunque no sabía si era Jesse Reeves, Lestat o alguien de Talamasca que pudiese ayudarnos. Merrick estaba muerta, pero no debía ser la única con grandes conocimientos esotéricos.

—Sí, justo ayer—asintió aún asombrado por mi comentario.

—Haz lo mismo. Lanza un mensaje—dije encogiéndome de hombros.

—¿Encontrarías tú a inmortales que no escuchen mi radio y sean importantes?—dijo como si no fuese suficiente que aceptara que viniesen hordas de imbéciles a mis puertas, tocaran mis cosas y se hiciesen con mi ciudad. Nueva York era ya mi ciudad, mi hogar, mi territorio...—. Sé que aún tienes cierto contacto con Daniel.

Daniel Molloy era mi gran amor, o al menos así quise creerlo. A veces niego que he amado, pero lo he hecho. He amado, como todo el mundo. He sentido caprichos, celos y necesidades. ¿Pero entender el amor? No. Quería ser amado, apreciado, codiciado, deseado y escuchado. Deseaba hacerlo igualmente, pero me costaba trabajo. Finalmente me di cuenta que él no era feliz a mi lado, que sólo lo destrozaba y que su locura podía no tener cura. Me enseñaron a destruir a cualquier inmortal que perdiese el juicio y el control de sus poderes, así como el control de su vida. Por eso, para evitar hacer tal atrocidad, lo envié con Marius como última solución. Lo último que escuché de él, por sus propios labios, fue una llamada hacía meses. Me aseguraba que estaba muy bien, me agradecía el haberlo enviado con mi viejo maestro y me comentaba que estaba disfrutando de Brasil. Fue quizás entonces cuando sentí un poderoso escalofrío. Había quemas en Brasil. Mi pulso se aceleró. No quería que le pasara nada a ese par de imbécil que, de algún modo, aún quería y necesitaba.

—Daniel escucha tu puñetera emisora—contesté para no delatarme.

—Pero quizá no pueda convencer a Marius si no lo avisas tú.

—Oh, demonios—dije poniendo los ojos en blanco.

Marius había venido hacía tan sólo unas semanas para ofrecerme un busto nuevo. Había encontrado una forma nueva de tallar y parecía ensimismado. También me comentaba que a veces, en algunas ocasiones nada más, se metía en viejos edificios para usar spray y pinceles. Era una especie de vándalo que actuaba como los grafiteros neoyorquinos dando rienda suelta a la adrenalina de lo prohibido.

—Armand, hazlo por mí. ¿Acaso no lo ves? ¡Sólo te pido ayuda!

Me pedía un milagro.

—No, me pides ayuda para otros—sentencié con la voz algo más gruesa, como si le desafiara a negármelo—. No me pides ayuda para ti. A mí los otros me dan igual—dije—. No eres tú, no es Sybelle y no es tampoco...

Sybelle apareció algo jadeosa. Estaba descalza, con los tacones en la mano, sus ojos parecían brillar como los de un ave rapaz. No sabía qué sucedía, pero me tomó del brazo derecho y me hizo caminar. Fuimos a la planta baja, junto a Louis que miraba intrigado por la ventana, y entonces lo vi. Había un violinista frente al edificio.

—Nicolas...—dije súbitamente sintiendo que el demonio mismo me jugaba una mala pasada. Me temblaron las piernas y la cabeza me daba vueltas.

—Oh, no—negó suavemente Louis—. Creo recordar que se llama Antoine—aseguró girando medio cuerpo hacia mí—. Es el músico francés que Lestat convirtió en Nueva Orleans. El mismo que yo creí haber destruido.

—Armand, hazle entrar—dijo aferrada a mi brazo. Sus ojos eran dos lagos convertidos en mares revueltos.

Estaba ojerosa, algo llorosa y parecía enloquecida. Era como si no hubiese descansado bien en semanas. Tal vez así era. Todos habíamos tenido pesadillas de algún modo debido a las quemas, todos nos encontrábamos alterados. A mí no se me notaba, pero a ella... Era tan bonita, tan dulce, tan bondadosa, tan necesitada de protección... Y a la vez tan fuerte, tan digna, tan resuelta a calmar el dolor ajeno... Me recordaba a una madre. Las madres son fuertes, aunque parezcan delicadas por la belleza que emanan. Toda mujer es una fiera indomable, pero las madres tienen un espíritu salvaje nacido del deseo de proteger, amar y alimentar a sus hijos. Ella protegía, amaba y alimentaba a su público con las interpretaciones a piano en la radio. Sabía que muchos oían su melodía antes de morir, como si fuese un ángel, y otros después de la tragedia sintiendo cierto confort.

—Sí, lo haré. No lo dudes, Sybelle—susurré tomándola del rostro.

—¿Qué? ¿Por qué tan rápido aceptas ayudar a ese músico?—farfulló mi adorado muchacho como si hubiese tenido celos.

—Tal vez por remordimientos—murmuró mi viejo amigo, el cual no podía apartar sus ojos de aquel inmortal.

—¡No son remordimientos, Louis!—dije furibundo—. ¡Si atiendo a lo que me pide Benji también tengo que hacerlo con ella! ¡Soy ecuánime!

—¡Ja!—respondió antes de echarse a reír. Sabía que no era así. Sabía que eran remordimientos, como él también sentía por haberlo intentado destruir.

—¡Rápido, mi abrigo! ¡Benji, busca mi abrigo!


Esa noche Benji lanzó mensajes nuevos, con mayor énfasis en la unión y en reunirnos de algún modo. Exigió a los más jóvenes que no se acercaran a las ciudades más pobladas, sino que fueran al campo y no estuvieran demasiado juntos en un lugar. Si bien, a los más antiguos empezó a telefonearlos. Fue entonces cuando empezamos a desvelar secretos... el hijo biológico de Lestat, milenarios tan antiguos como Maharet que no habían alzado la voz, el germen sagrado...  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt