Oberon me pareció un poco cínico, pero amo a los que son como él. Todo un caballero y un hombre lleno de dolor.
Lestat de Lioncourt
Hace años que esto ocurrió. Sin
embargo, aún recuerdo el sistema operativo que tenían los viejos
ordenadores de la sala de informática, así como el olor a playa
penetrando por la ventana e instalándose en la habitación como en
cualquier otra. Las noches se hicieron eternas en ese lugar.
Aguardaba un rescate que no ocurría mientras buscaba en Internet
diversa información acerca de la familia de mi madre, pues
necesitaba contactar con ellos de forma urgente. Había enviado
algunos e-mails al Hospital Mayfair, justo en el buzón de
sugerencias del paciente. Oculté los datos mediante claves no muy
difíciles de averiguar para Rowan, pues eran menos anagramas y
diversos juegos de palabras. Pero nadie vino.
Mis hermanos morían, mis padres
estaban muertos, y sólo podía tener la esperanza de seguir siendo
alimentado con un vaso de leche al día. Un único vaso. ¿Sabéis
qué es eso para un Taltos? Apenas una gota de lluvia en el desierto.
Sigo reviviendo los últimos momentos
de mi padre, pero los más felices fueron cuando viajamos en
helicóptero por primera vez. Jamás había visto uno aunque sabía
como se viajaba en él y el sonido de sus hélices. Esos viajes a San
Francisco, París, Londres, Madrid... viajábamos hacia una isla
cercana y después despegábamos hasta los confines del mundo.
También había travesías en barco y barcas motorizadas. Aquella
isla era nuestro hogar, el lugar donde regresar cargados de recuerdos
de aventuras deliciosas, apasionantes y necesarias para nuestro
desarrollo cognitivo.
Nací en el Caribe, cerca de arenas
blancas llenas de conchas hermosas y de palmeras cargadas de coco. No
soy un hombre de vivir en una ciudad como Nueva Orleans. Aquí me
siento alejado de quien soy. Camino por la calle y observo a los
hombres sin alma, sin fuerza, sin sueños y no me reconozco en ellos.
Quizá busco a mi padre en todos ellos. Tal vez los empresarios
jugueteros no siempre tienen la ilusión de un niño, ni la mente
ágil y tampoco la bondad de un santo sin templo.
Miro mis uñas azul eléctrico gracias
a perfecta manicura y deseo agarrar las estrellas, pese a saber que
son lejanas. Quizá más lejanas de mis recuerdos sobre mi madre.
Todavía puedo oler su fragancia como si me abrazara llorosa,
asustado y llena de ira. Aún puedo sentir como vibraba lo salvaje
bajo su pecho y como emanaba de este la leche más deliciosa que he
probado.
Sé que Rowan no vino antes a buscarnos
porque no creyó que la situación era tan grotesca. Pensó que
simplemente era una trampa de Ashlar para volver a verla, conversar y
plantear nuevos proyectos. Nunca sospechó que realmente estaba
muerto, igual que Morrigan. Pude ver en sus ojos dolor, rabia e
indignación. También un profundo respeto hacia mí, pero también
miedo. Sé que me teme porque soy un hombre Taltos, un macho de mi
especie. Mis hermanas para ella son inofensivas. Una de ellas incluso
le recuerdan a su hija Emaleth. Supongo que por eso nos cuida. Quiere
resarcir su pena, lamer sus heridas, aceptar sus errores y tener una
nueva oportunidad.
Yo sólo puedo mantenerme sentado
frente a este ordenador con los ojos llorosos. Lloro por lo que no
fue y por lo que tuvimos. Lloro por mi padre y mi madre. Lloro por
los errores cometidos por mis hermanos. Lloro por la maldad de los
hombres y su codicia que aplastó a mis hermanos, mis recuerdos, mi
vida y a mí mismo.
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