Supongo que todos tenemos nuestros
límites de errores frente a quienes amamos. Las personas se cansan
rápido de soportar problemas ajenos, golpes al ego o promesas rotas.
Por mi parte, nunca ha existido límite con Louis y creo firmemente
que tampoco existe límite en sus sentimientos. Nos hemos perdonado
demasiadas cosas, algunas que son imposibles de siquiera imaginar. No
sé como puede amarme teniendo en cuenta que fui, soy y seré su
verdugo. Até su cuerpo, así como su alma, a esta tierra baldía
llena de infectos sentimientos.
Siempre que estoy lejos de él percibo
mejor su belleza, la emotividad de sus gestos, el tono suave, casi
aterciopelado, de su voz y las maneras extrañas que tiene de
demostrar que me ama. Por eso tal vez creo que magnifico el cúmulo
de sensaciones, emociones y milagros que él proyecta sobre mí. Sin
embargo, quedo boquiabierto cuando logro sostenerlo entre mis brazos.
Jamás me he considerado un alma mutilada, esperando su alma gemela,
pero cuando él está a mi lado me siento dichoso y especial.
Entonces sé que no he magnificado nada, sino que me he quitado la
venda y he visto la auténtica verdad que yace en nuestra relación.
Hace unas noches apareció en mi
castillo. Habíamos discutido semanas atrás y él se había
marchado. Tomó unos cuantos enseres, los guardó en un pequeño
maletín de cuero, y se fue. Dejó atrás algunos libros, diversos
objetos que le recordaban a su vida mortal y un par de chaquetas. A
eso se redujo la discusión que ambos habíamos tenido por Claudia.
Siempre era Claudia. Él decía que creía firmemente que aquel
fantasma, que le atacó y doblegó, era nuestra hija. Por otro lado,
yo seguía pensando que podía ser cualquiera usurpando su nombre, su
aspecto y sus sentimientos. Si bien, regresó, tal y como he dicho.
Apareció una noche pluviosa y poco
agradable. La tormenta había comenzado sobre las cinco y media de la
tarde, pero se había extendido hasta bien entrada la madrugada. Los
campos ya no podían absorber tanta lluvia y se mostraba anegado,
asemejándose a un lago enorme. Estaba preocupado por la vid que ya
estaba empezando a prepararse para dar frutos en unos meses, pero más
me perturbó escuchar su corazón, sus pasos hacia la puerta y
observar si figura empapada frente a mí.
Hacía frío, un frío terrible, pero
sólo tenía una camisa de chorreras y unos simples jeans. Ni
siquiera tenía zapatos. Estaba calado hasta los huesos. Los vampiros
podemos sentir las inclemencias del tiempo tan o más intensas que un
humano convencional. Por eso me lancé hacia él tomándolo entre mis
manos, llevándolo raudo hasta la chimenea que estaba a un costado de
mi sillón favorito y lo dejé allí sentado aguardando que dijese
algo.
—¿Qué haces aquí?—pregunté
apartando un mechón de su cabello que cubría su rostro.
—Amel me dijo que me echabas de
menos...—murmuró—. ¿Es cierto?—cerró los puños y agachó la
mirada—. Dímelo.
—Claro que es cierto. Siempre te echo
de menos cuando no estás a mi lado, e incluso a veces lo hago
estando a tan sólo unos pasos de ti. Te hundes en los libros de esta
biblioteca o en el dolor, en ese dolor que aún se clava
profundamente en tu corazón, y yo padezco esa sensación horrible de
no poder aproximarme a ti, enterrarme en tu alma y lograr salvar así
al hombre que siempre he amado—confesé asiéndolo de los brazos
por encima de ambos codos.
Rompió a llorar.
Me acerqué un poco más, lo rodeé con
mis brazos, deslizándolos por aquellas prendas húmedas y, hundí
rápidamente mi rostro en su cuello como si fuese a moderlo. Pude
apreciar que su alma se abría a mí, pues su llanto se volvió aún
más amargo. Entonces decidí comenzar a desnudarlo, pues noté que
estaba helado y parecía no entrar en calor. Además, creí
estúpidamente que acariciando su piel, deslizando mis dedos por su
torso y vientre, podría hacerle olvidar nuestra la distancia de
estos días.
Al tenerlo frente a mí, desnudo como
su madre lo trajo a este insano mundo, provocó que me quedara
paralizado y traspuesto por la belleza exquisita que poseía. Pude
escuchar entonces a Amel reír bajo, de forma encantadora, mientras
susurraba que había hecho traer con Louis algo que nos serviría
para ser aún más dichosos. Exigió que mirara en sus pantalones,
los cuales había tirado al suelo muy cerca del crepitar de las
llamas de la chimena.
Raudo tomé la prenda y busqué. Él se
sonrojó y miró hacia otro lado bastante nervioso. Pues saqué un
pequeño paquete del bolsillo derecho de este. Era un estuche donde
se hallaban dos pipetas de de la nueva y potente fórmula de
testosterona, la cual nos permitiría tener sexo como humanos comunes
y corrientes. Tomé una y se la entregué provocando que se viese más
nervioso, torpe y hermoso que nunca. Por mi parte abrí la mía, la
bebí y aguardé que él hiciese lo mismo.
Me sentí fascinado y excitado de
inmediato. Cuando me disponía a besarlo él lo hizo. Se lanzó a mis
brazos y logró que ambos cayésemos frente al fuego. Sus glúteos se
colocaron sobre mis caderas, mi espalda quedó completamente pegada
al suelo y mis manos se posicionaron en su cintura. Louis tenía unos
glúteos redondos, alzados, y suaves que se veían acentuados gracias
a sus caderas algo anchas y su cintura ligeramente femenina. Sus
muslos parecían cincelados por Miguel Ángel y su vientre
absolutamente plano. Tenía el cuerpo de un hombre algo más joven de
la edad en la cual paré su envejecimiento. Por mi parte, aunque era
más delgado y menos musculado que mi hijo, tenía un aspecto más
feroz cuando me desnudaba.
Mi miembro se vio agasajado por el roce
de aquel cuerpo de adonis. Louis comenzó a desnudarme sin dejar de
moverse como una serpiente gracias a las notas de un faquir. Mis
labios se abrieron deslizando la lengua por mis dientes, apreciando
mis crecidos colmillos, para luego palpar la comisura diestra de mi
boca. Él se inclinó hundiendo su rostro en mi torso, besando cada
pedazo de este, para acabar mordiendo uno de mis pezones. Sus manos
acariciaban mis costados, pero acabaron siendo garras que arañaban
encajándose en mis costillas y caderas. Aquello me revolucionó.
Hice un gesto drástico y lo tiré al
suelo, mientras me incorporaba y retrocedía un paso para apreciar
mejor su imagen. Él jadeó y yo reí tomando mi virilidad por la
base, acariciando ligeramente mis testículos, para incitarlo. Louis
gateó como un niño pequeño hacia mí, pero con los ojos lima de un
gato peligroso. Entonces apretó suavemente mi glande entre sus
labios y comenzó a juguetear con su lengua en el meato. Eché la
cabeza hacia atrás, permitiendo que mi rubia y ensortijada cabellera
rozara el aire. Su boca entonces se convirtió en una especie de
conducto cálido, estrecho y húmedo que finalmente engulló con
apetito mi miembro. Mis manos se pusieron entorno a su cabeza y
comencé a mover mis caderas con brío. Las suyas acariciaban su
torso desnudo, jugaban con sus caderas y comenzaban a pellizcar su
glande. Sabía que estaba conteniéndose para que yo pudiese
convertirme en una fiera. La misma fiera que acabó apartándolo,
tirándolo contra el suelo, alzando su cadera y penetrándolo de una
vez.
Un grito de dolor se unió a un trueno
y un relámpago, los cuales no tuvieron más que segundos de
diferencia. La habitación se iluminó por completo y la luz se fue.
Sólo quedaba la chimenea que parecía cada vez más avivada. El
sonido de mis testículos contra su trasero era cada vez más atroz,
igual que el ritmo que llevaba mis caderas. Él abría mejor sus
piernas, pegaba su torso al suelo y su rostro estaba girado hacia la
derecha. Tenía el cabello algo enmarañado, pero eso no le restaba
belleza a sus facciones.
—Te amo—jadeó aferrándose a la
alfombra que teníamos bajo nosotros.
Mi glande golpeaba su próstata.
Conocía bien ese lugar confortable y estrecho para mi miembro. No
era la primera vez que le ofrecía semejante muestra de amor y
libido. Entonces, cuando ambos subimos al cielo, él alzó su cabeza
y yo tiré de su cabello. Pude sentir a Amel regocijarse mientras mi
simiente llenaba sus entrañas y Louis gemía como una puta
cualquiera mi nombre.
—Has hecho bien, has hecho
bien—murmuró—. Él desea ser tu puta más que el amante sereno
que crees que es. Quiere ser el único al que trates de esa forma.
Acéptalo, es el regalo más preciado que puedes hacerte.
—Calla...—susurré agotado mientras
salía de su estrechez, para ver entonces el espectáculo de mi semen
corriendo por sus piernas y goteando junto a los restos del suyo.
Me senté en el suelo, con las piernas
ligeramente abiertas y flexionadas, intentando recuperar la cordura.
Sin embargo, Louis se giró y buscó hueco entre mis brazos, para
pegarse a mi torso y rodearme con los suyos.
—Te amo, Louis—susurré llevando
mis manos a su rostro, apartando cualquier mechón que me impidiese
ver su mirada cansada y su sonrisa bucólica—. Te amo. Me casaré
contigo si eso te hace feliz.
—Dirás que renovarás conmigo los
votos frente a todos, en la capilla de tu castillo y convirtiéndome
en tu esposo... porque yo me siento tuyo y tú eres mío. Nuestras
almas son una—murmuró cerrando los ojos mientras apreciaba en él
una calma única.
Tenía razón. Era sólo renovar los
votos sagrados que nos dimos aquel día en Nueva Orleans.
Lestat de Lioncourt
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