Lestat de Lioncourt
Por alguna razón todos hemos intentado
encontrar nuestro lugar en el mundo. Algunos empiezan desde que son
tan sólo unos niños, otros no llegan a semejante conclusión y
deseo hasta que la edad adulta casi llega a su final. Soy de los
primeros. Siempre quise saber el lugar en el cual debo o pretendo
encajar. Me sentía excluido por mucho que intentaran que creyeran
que era parte de un todo.
Mi madre siempre se esforzó porque
tuviese una figura paterna a la cual idolatrar, aunque estuviese
ausente. Desde temprana edad, rondando los ocho años, supe quién
era mi padre y por qué fui concebido. Supongo que mi habilidad para
asumir retos, afrontar momentos difíciles y soportar cierto peso en
mis pequeños hombros, pues no dejaba de ser un niño, hizo que mi
madre afrontara con temeridad y necesidad el confesarse.
Fui un hijo programado. Al menos, por
parte de mi madre y el equipo de laboratorio. Mi padre no sabía
nada, era ajeno a lo que iba a suceder. Si bien, pudo imaginar que
inducirlo a tener encuentros sexuales, los cuales había deseado
desde hacía siglos, era por algún motivo sospechoso. Nadie da algo
por nada. Aunque todos sabemos como es él, ¿cierto? Lestat de
Lioncourt a veces peca de entusiasta, crédulo y confiado. Son sus
mayores defectos, pero asumo que pueden ser enormes virtudes. Sólo
alguien entusiasta, confiado en sus capacidades y en la colaboración
de sus compañeros, así como la creencia ciega en un futuro mejor
podría salvar las ruinas en las cuales quedó nuestra Tribu. Bueno,
ahora sabemos que somos una Tribu. Sin embargo, durante años hemos
estado a la deriva, sin un nombre, sin un líder, divididos entre
distintas razas y llenos de sombras sobre pequeños valles luminosos.
He hallado mi lugar. Un lugar distinto
al que creí. Siempre pensé que sería al lado de los vampiros, de
esa raza a la cual pertenecía mi padre desde hacía más de dos
siglos. Sí, quería ser igual que el héroe de cientos, el Dios de
unos pocos y el vampiro perfecto para muchos. Pero como he dicho, me
equivocaba. Siempre puede uno equivocarse y a veces de forma rotunda.
Mi lugar no era sólo con lo no-muertos, sino con ella.
Ella también buscaba su lugar en este
mundo. Había empezado a estudiar e investigar sobre su futuro. Jamás
había dejado de soñar, ilusionarse o pensar en posibilidades
imposibles. Supongo que mi padre influyó demasiado en su educación.
Él siempre le dijo que podía lograr todo lo que quisiera, todo lo
que se propusiera. Supongo que pese a todo había algo en ella que
exigía, de algún modo, encontrar un lugar donde poder desarrollarse
como una rosa eterna. Cuando supo que su adorado tío Lestan, quien
la salvó de una enorme catástrofe natural y le dio una vida cómoda,
era un vampiro y que poseía un hijo se asombró, tardó en asumirlo
algunas semanas y finalmente, con entereza y amor, se aferró a la
bondad que posee la oscuridad. Pues siempre en la oscuridad creen que
crecen las malas hierbas, pero en realidad lo hacen a plena luz del
sol. No somos tan distintos a los humanos. De hecho, somos una
mutación. Ella y yo ahora somos inmortales, hemos encontrado el
lugar donde germinar como grandes flores en un jardín cada vez más
salvaje. Somos las flores agrestes del ramillete aromático que
Lestat lleva entre sus manos.
Mi lugar está a su lado, el suyo al
mío. Jamás dejaremos de luchar por nuestros sueños, tal y como mi
padre me ha inculcado a lo largo de sus aventuras, porque si uno no
lucha ¿para qué vivir para siempre? Hay que luchar por el honor, la
verdad, el amor y la pasión.
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