Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 30 de marzo de 2017

Bondad o malicia.

Rhosh y Benedict... son extraños, pero creo que se complementan bien.

Lestat de Lioncourt 




—El mundo siempre seguirá su curso de destrucción. De eso estoy seguro. No importa cuántos años pasen. Deja de llorar por ese motivo. Nadie merece tus lágrimas—decía observando como crepitaba la leña en la hoguera.

La familia de guardeses que se hallaban en las inmediaciones habían logrado al fin cierta paz. Su hija, discapacitada desde su concepción, había muerto hacía meses y ahora el luto parecía ser menos turbio y doloroso. Habían aceptado el hecho que esa criatura no estaba predestinada a vivir mucho tiempo. Yo había costeado costosos tratamientos para mejorar su vida y prolongarla, pero fue inevitable. Él los había visto y se compungió al saber cómo habían sido los hechos.

La joven murió por una negligencia médica, la cual ya ha sido “subsanada” por la justicia. Aún así, los dos se veían imposibilitados para mantenerse en pie. Por mi parte les ofrecí quedarse aunque no cumplieran su función. De todos modos jamás exigí que trabajaran. Siempre les dejé vivir a sus anchas y les hacía creer que eran imprescindibles.

—¿Ni siquiera tú?—preguntó con los ojos embarrados en lágrimas sanguinolentas.

—Benedict, no seas sentimental—dije algo frustrado.

Movía la pieza de ajedrez deseando que él hiciese un nuevo movimiento. Él sólo jugaba para entretenerme y contentarme, pues sabía que lo que más deseaba en esos momentos no lo tendría. Reconozco que a veces soy algo atroz y miserable, incluso frío. Tal vez lo hago porque no quiero que nadie vea lo débil que soy cuando él me contempla y sonríe.

—Maestro, eres algo más que un amor al cual no puedo negar nada—murmuró incorporándose para aproximarse a mí en un brinco, sentarse sobre mis rodillas e intentar limpiar sus lágrimas con el suéter fino que había elegido para cubrir su torso—. Ni siquiera puedo negarte mi llanto.

—Tu llanto me enfurece—comenté chasqueando la lengua.

—¿Por qué?—preguntó tomándome del rostro con esas manos suaves, algo pequeñas para su estatura, y blancas como si fuera una estatua de mármol. Siempre había sido hermoso, pero el paso de los años, o mejor dicho de los siglos, le había hecho aún más atractivo. Sus ojos eran de un color miel intenso y sus labios sonreían con el color típico de pétalos tiernos y pálidos de rosas rosas.

—Porque me duele ver tu dolor—expliqué—. Detesto que sufras. Abandona la piedad hacia otros.

—¿Cuál piedad?—sus ojos brillaron como los de un gato y luego se recargó contra mi pecho. Supongo que quería escuchar mejor los latidos de mi corazón para sosegarse—. Olvidé qué era eso cuando asesinamos a Maharet y Khayman—su voz se quebró, pero se mantuvo sereno. Al menos, no lloró.

—Olvídalo. No fuimos nosotros—dije acariciando sus cabellos castaños.

—No—contestó casi sin aliento—. Amel estaba en ti y yo sólo lo hice... Lo hice por mí mismo.

—Lo hiciste por mí, porque creías que yo te lo exigía—respondí.

—Soy un asesino—pronunció enterrando su rostro en mi pecho. Pude notar su perfecta nariz entre mis pectorales. En ese momento lo abracé con fuerza, como si alguien me pudiese arrebatar a aquel muchacho y suspiré.


—¿Quién de nosotros no lo es?—dije, pero no tuve respuesta. Él sólo se mantuvo en silencio durante horas permitiendo que lo acariciara y amara de una forma para nada pueril.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt