¿En serio pasó? ¡Memnoch, lejos de Viktor!
Lestat de Lioncourt
—Malaquías, ¿eres tú?—pregunté
sorprendido.
Estábamos en mitad de Nueva York.
Ambos sujetábamos uno de esos vasos térmicos baratos llenos de
café. Nuestros ojos se enfrentaron como si fuéramos dos mundos
opuestos que se atraen demasiado. Mis labios se abrieron en señal de
sorpresa, pero no hubo gesto alguno por su parte. Una ligera brisa
corrió entre ambos como un pequeño desnudo corre sobre la arena
dorada de alguna playa caribeña.
—Memnoch...—pronunció con cierta
dulzura mi nombre, algo que me trajo recuerdos—. Justo estaba
buscándote.
—Ah, no—dije retrocediendo unos
pasos—. ¿Tengo que interceder entre tú y Dios por un alma en pena
en este lugar?—indiqué—. Bien sabes que la Tierra es el
purgatorio de las almas, donde estas se reciclan y purifican,
mientras que Satanás o Dios aguardan mi sentencia final.
—También es el lugar donde nacen—me
interrumpió—. Pronto nacerá un alma extraordinaria. Deberías
buscarla.
—Un alma extraordinaria, ¿qué tiene
de extraordinaria?—pregunté antes de dar un trago a mi café sin
azúcar. Nunca he dejado de pensar que el café con azúcar es
desagradable. El café debe ser intenso y amargo, ¿para qué deseas
algo dulce? Para eso adquiere un chocolate.
—Oh, eso lo tendrás que ver por ti
mismo—dijo con una risa fresca—. Te llevarás una sorpresa.
—¿Acaso es otro futuro asesino a
sueldo como Toby O'Dare?—contesté alzando una de mis perfectas
cejas.
Ante los demás éramos dos hombres
bien trajeados, él de mediana edad y yo ligeramente joven para ser
un empresario de relevancia. Sujetábamos elegantes maletines de
piel, los cuales parecían contener importantes documentos, y
llevábamos ese café que parecía calentarnos en una mañana de
primavera demasiado agradable. Pero la verdad es que él era un ángel
guardián y yo el arcángel que aún protegía este nuevo reino.
—Depende de como lo veas—me guiñó
un ojo y rió bajo—. Sólo diré que su padre ya te atrapó el
corazón al sentirte comprendido. Digamos que será el hijo de un
buen amigo quien nazca—comentó moviéndose hacia mi posición,
rebasándome y dejándome allí de pie como una estatua de sal.
De ese modo supe que Lestat tendría un
hijo. Malaquías, el ángel que finalmente condujo a Toby O'Dare a su
propia absolución, me estaba exigiendo que siguiera los pasos de
Viktor Lioncourt.
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