Cuando llegó el viernes, justo el
viernes santo, me senté en aquel sillón a solas. No había nadie
más en la radio. Pedí que me dejaran a solas con el micrófono,
aunque sentía a Amel algo inquieto. Íbamos a dar una pequeña
lección a todos los oyentes, o al menos a quienes desearan quedarse
a escuchar, para que la verdadera humildad se removiera en las
conciencias que aún quedaran, por mínimas que fueran, deteniendo
así el estallido de odio, violencia y rechazo. Teníamos que
levantarnos.
Miré el micrófono y me coloqué los
auriculares donde podría escuchar a la perfección a Daniel Molloy
desde la cabina. Él sería el encargado de darme paso y de ofrecerme
soporte técnico, pero en aquellos reducidos metros de aquella
emisora, la cual se difundía por Internet casi al instante, sólo
estaba mi alma mezclada con el ser que se hallaba en cada uno de
nosotros, ese que nos hacía hermanos de Sangre y destino.
Tras un incómodo silencio, de apenas
unos segundos, comencé a hablar. Tenía un tono de profunda
consternación, pero a la vez poseía matices de esperanza. ¿Por qué
iba a hacer aquello si carecía de ella? Tenía esperanza y mi
esperanza era muy valiosa. Jamás me rendía y no podía permitir que
el mundo entero se postrara ante ese sentimiento de indefensión y
pérdida.
“Queridos hermanos y hermanas...
Me dirijo a vosotros sin importarme
cuál sean vuestros orígenes, raza o lugar en esta vida. No me
importa si sois huraños por naturaleza o porque así lo decidió
alguien más. Os hablo de todo corazón e intentaré ser lo más
conciso posible. Sé que son tiempos duros. Aún hoy nos estamos
adaptando a la verdad que os he ofrecido en una de mis últimas
aventuras, así como en las restantes que irán apareciendo con el
paso de los años. Estoy aquí para todos vosotros, para cumplir mi
misión en este mundo cada vez más perverso. Ya poco queda del
jardín salvaje que una vez observé, aunque los fallos son los
mismos pero multiplicados por millones.
Desconozco si todos habéis leído
“Memnoch el Diablo”. No soy vuestro profesor de literatura para
obligaros a ir a una biblioteca, librería o aplicación de móvil
para descargar la dichosa obra o encargarla por Internet. Ahora todo
es más fácil, ¿no es así? Podemos acceder a la información que
está al alcance de nuestras manos. De hecho, y muy posiblemente, la
mayoría está escuchándome desde una de esas aplicaciones para
emisoras de radio.
Todo está al alcance de un pequeño
click, movimiento de dedos sobre una minúscula pantalla o
simplemente ante las emisoras nacionales o internacionales. Y ya no
sólo de radio, también de televisión o prensa. En mi época la
prensa tardaba semanas en hacerse eco de lo ocurrido en otros países.
Por no decir meses o años. Las revistas científicas no existían y
los periódicos no estaban al alcance de la mayoría. Por así
decirlo, todos ansiábamos saber leer y escribir, pues sabíamos que
era la puerta a otro mundo, pero carecíamos de oportunidades de ir a
educarnos. Sin embargo, cuando tuve estos increíbles poderes pude
apreciar un buen libro, deleitarme con una poesía y leer algunas
obras de teatro que me parecieron sobrecogedoras tanto como en los
escenarios. Lloré leyendo algunas obras que se consideraban
prohibidas y me empapé de la supuesta historia que poseíamos los
vampiros allí donde me movía. Amé la cultura, amé la educación
privilegiada que estaba asumiendo.
Mi madre siempre intentó que me
interesara por averiguar qué había más allá de mis narices, leyó
para mí hermosos poemas y me indicó qué libros debía leer desde
que comprendió que era capaz de leer, escribir y asumir nuevos
idiomas con una velocidad de aprendizaje pasmosa. Desde entonces y
hasta ahora la cultura ha cambiado mucho. Como he dicho podéis
acceder rápidamente a cualquier aplicación y adquirir periódicos,
canales de noticias, libros, obras de teatro y cine. ¡Oh! ¡El cine!
Ha hecho grandes cosas y otras horribles, como destrozar películas,
¿no es así? Pero ha asumido el riesgo de hablar de guerras y
violencia. Tal vez por eso nos hemos insensibilizado, ¿no?
La violencia es el pan de cada día en
nuestra cultura. Ya no se ve como una tragedia, sino como un ritual
habitual. La ambición de los más poderosos llevada a la pantalla es
inferior a la real que vivimos a diario. Nos levantamos saturados de
odio, ira, indignación y luego nos adormecen hablándonos de lo
magníficos que son los grandes supermecados, que debemos ser
consumistas para que las industrias funcionen y malgastemos nuestro
tiempo de vida en objetos que no necesitamos. Os dicen que los
móviles quedan obsoletos en menos de un año, os inculcan que la
ropa debe ser barata porque las modas duran poco y no pensáis de
dónde sale tanto desastre. El medio ambiente muere a pasos
agigantados, las guerras por petróleo, ingrediente fundamental en
esta sociedad más allá de alimentar los motores de los
contaminantes vehículos que tanto amamos, se suceden y os dicen que
es en nombre de un Dios y de la libertad misma. Mienten, mienten y
mienten.
Habláis de terrorismo radical
islámico, pero olvidáis las víctimas por atentados a manos de
judíos o cristianos. Señaláis al “diferente” como culpable de
hurtos sólo por tener un color distinto de piel, pero quizá ni
siquiera ha sido él. Veis cargas policiales en manifestaciones y es
tan “normal” que ni os eriza el vello de la nuca. Asumís que las
muertes de niños, ancianos, mujeres y hombres jóvenes es normal en
una guerra. Creéis que las guerras son de hace cinco o seis años,
cuando estas se iniciaron justo en la Segunda Guerra Mundial. Porque
sí, en algunos países esta jamás desapareció y prosiguió
acallada para que los demás durmierais cómodos en vuestras camas,
sintiéndoos seguros, y creyendo que habíais salvado el mundo.
Volviendo al libro que os mencioné...
¿Recordáis el Sheol? El lugar donde las almas purgaban sus penas y
buscaban una “absolución” a sus malas conductas. Allí lloraban
soldados de ambos bandos aferrados unos a los otros, asumiendo que
habían hecho un mal innegable, sólo porque hacían lo que otros les
dijeron que estaba bien. Esos sois vosotros. Sois solados de las
multinacionales que os dicen qué pensar por medio de los gobiernos.
No os movilizáis lo suficiente, pues es demasiado cómodo quejaros
en redes sociales y echarles las culpas a otros.
Aún dividís. Dividís en géneros,
promulgáis machismo encubierto en “feminismo radical”, hacéis
propaganda racista al decir que “como son musulmanes...” y no
sabéis siquiera diferenciar verdad de manipulación. Os alimentan
con odio, rechazo, blasfemias y muchos lo solventáis cantando saetas
a figuras que Dios mismo exige que no construyáis. El racismo está
cada vez más en boga, aunque se camufla con la consigna de “nosotros
primero”, ¿quiénes sois vosotros? Somos una mezcla. No hay un
pueblo que sea cien por cien originario del lugar donde “nacen”
sus ciudadanos. Las banderas, las fronteras y los muros son política.
Política de ricos para dividir a los demás.
Detened esta locura. Salid a las calles
y exigid responsabilidades por las armas vendidas a unos y otros para
masacrarse. Esto no es el inicio de una Tercera Guerra Mundial, es la
Segunda Guerra Mundial avivándose de nuevo. Dejad de denigrar a
vuestras mujeres, pero también a vuestros hombres. Mostrad vuestros
sentimientos más honorables sin tapujos, sobre todo a vosotros los
“machos” que debéis asumir que sois más “fuertes” mostrando
quienes sois que ocultando todo en un machismo desproporcionado. Sois
iguales sin importar vuestro género, sexo o sexualidad. Dejad de
insultar y vejar a transexuales, bisexuales, lesbianas, gays,
intersexuales o pansexuales. Dejad eso. Unid vuestras manos sin
importar el color de piel, el lugar de nacimiento, la cultura o el
acceso a educación. Gritad sin importar el idioma que tengáis o que
conozcáis. Gritad unión. Somos Tribu. No hay “nosotros y ellos”.
Hay un simple nosotros. Nosotros tenemos que asumir la paz, el amor y
la libertad por encima del odio, el miedo y la desesperanza.
No importa si me escuchan dos o tres
personas, si sólo una es quien acepta este mensaje, pues al menos sé
que he hecho lo correcto. Al menos he avivado la conciencia de
alguien que hacía años que no la usaba.”
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