Mi madre no me hará cambiar de opinión jamás.
Lestat de Lioncourt
—Gabrielle, tiene que ayudarme—dije
entrando en la sala.
Sabía que estaba allí desde hacía
varias horas. No siempre aparecía por el castillo y a veces no se
dejaba ver más de unos minutos, los necesarios y rigurosos de las
múltiples reuniones, porque sólo venía en calidad de apoyo de su
hijo y de su pareja.
Al entrar la vi repantigada en el
diván, con las botas manchadas de barro subidas sobre el borde del
mueble, y con una mirada algo agresiva. Comprendía que estaba
enojada por los acontecimientos que se estaban dando, pero nadie
tenía la culpa. También entendía que estaba fatigada y no
necesitaba que alguien la molestase justo cuando la noche estaba a
punto de provocar que se resguardara en la cripta subterránea que su
hijo le había preparado.
—Otra vez usted—respondió
incorporándose.
Llevaba un traje de lana gris muy
serio, pero también elegante, acompañado de una camisa blanca
abierta en los primeros botones y su bonito cabello se hallaba
trenzado como sucedía de forma habitual. Su rostro era el de una
mujer que rondaba los cuarenta años, pero poseía una belleza
idílica como sucedía con su hijo. Era hermosa, pero también una
auténtica fiera. Se seguía comportando como una leona con su
cachorro al cual defendía a pesar que incluso este deseaba que no se
entrometiese en sus asuntos.
—Gabrielle, es la única que puede
lograr que entre en razón. Lestat tiene que aceptar y seguir las
reglas tal y como las firmó. Desea ser un buen dirigente, pero no
está siendo razonable—comenté con los documentos en la mano.
Lestat no deseaba seguir algunos puntos
importantes para la seguridad de su persona. Se negaba a llevar
escoltas y nosotros no podíamos permitirlo. Cualquier cosa que le
sucediese, por mínima que fuese, tendría consecuencias muy
negativas contra todos nosotros.
—¿Cómo puedo ser la voz de la
autoridad contra mi propio hijo cuando yo le enseñé lo que es la
libertad? Búscate a otro. Mira, David Talbot llegó hace unas
horas... Dile a ese imbécil que haga entrar en razón a mi
muchacho—comentó—. Ahora, si no le importa, voy a seguir
disfrutando de mi soledad entretanto Sevraine sigue contándole
algunas historias a los más jóvenes.
—¡Gabrielle!
—Así me llamo, Marius—dijo
mientras se desplazaba hacia la puerta sin mirar atrás.
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