Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 19 de agosto de 2017

Religiones

«Ojo por ojo,
diente por diente,
y el mundo morirá
ciego de rabia
y callado por el miedo.»

Recuerdo cuando era joven y me llevaron a un lugar que ningún niño, joven o adulto debe conocer. El sacerdote tomó a los más pequeños y puros del pueblo, nos colocó en una fila después de la misa y nos hizo caminar hacia el bosque. Nos adentramos hacia una llanura, algo amplia, muy cerca de un cerro y allí se detuvo. Sus ojos severos, algo fríos como la nieve en invierno, se clavaron en mí por ser el más “débil” de los presentes. Me garró del brazo y me mostró la tierra ennegrecida, los árboles quemados y las piedras mal colocadas en forma de una especie de círculo ancestral.

—Míralo bien—dijo—. Míralo bien, bastardo blasfemo—añadió.

Mis ojos se quedaron fijos en esa tierra ennegrecida, fruto de numerosos incendios, sin comprender el motivo por el cual tenía que verlo. Yo sólo había preguntado si Dios amaba a todos sus hijos, incluso aquellos que no profesaban religión alguna o eran demasiado rebeldes para seguir las normas estrictas de la iglesia. Sólo fue una pequeña y miserable duda como para que nos llevase hasta allí, me sacudiera enérgicamente y casi me arrancase el brazo de cuajo diciéndome con odio esas palabras.

—No comprendo—susurré aturdido y asustado al borde del llanto. Nicolas, que era dos años mayor a mí, me miraba entre la multitud intentando decir algo, pero como buen cobarde, como el resto de niños, no dijo nada.

—Este es el lugar donde se queman a las brujas, a todos esos descerebrados hijos de Satanás. Si sigues una vida impía, una vida llena de lascivia y vas contra las órdenes divinas, Dios dará al hombre las medidas oportunas que son el fuego y la horca.

En ese momento el lugar me pareció aún más triste y miserable. Sentí un miedo inmenso que me atenazó los músculos y no podía ni siquiera pestañear. En silencio comencé a llorar. Imaginé a las mujeres ardiendo. Sus hermosos cabellos en llamas, sus vestidos, por simples que fueran, pegándose a su piel envueltos en llamaradas y sus gritos. Unos gritos tan horribles como los de mil parturientas.

—Sigue así, jovencito Lioncourt, y yo mismo pediré que te quemen aquí—al decir eso mis piernas flaquearon y caí al suelo, pero él me levantó agarrándome de la oreja.

El resto del camino lo hicimos en silencio, incluso yo que tenía que soportar esa mano retorciendo mi lóbulo y haciéndome sentir miserable. Cuando llegamos a la plaza me pude zafar y eché a correr. Sabía que tenía que encontrar a mi madre. Mi madre me salvaría, pues las madres lo pueden todo.

Al llegar al castillo me derrumbé sin saber como explicarle, pero al pasar un buen rato logré hacerlo. Lo único que se le ocurrió hacer fue encaminarse a la iglesia y pedirle explicaciones, para luego amenazarlo. Su fe basado en el odio, en la ira, en la justicia por medio de la violencia hacia los “traidores” e “infieles” sólo traía ruina. Ella le hizo saber que si volvía a aleccionarme de ese modo tomaría medidas contra su cochambrosa iglesia y su nauseabunda sotana.



Lestat de Lioncourt 

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt