Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 11 de diciembre de 2010

Dark City - Novela - Capitulo 19 - Lluvias de otoño y nieves de invierno (XIlI)


Nos abrazamos intentando romper el viejo mito de “los hombres no lloran”. Los hombres sí lloramos, lloramos cuando vemos que todo lo que creemos se derrumba, que el amor se escapa y el dolor es tan fuerte que tenemos que dejarlo escapar. Los hombres como humanos con sentimientos también lloramos, también deseamos liberarnos mediante las lágrimas.

Esa noche fue terrible. Dos años atrás fue bastante distinto, podía sentir la magia de las fiestas con una renovada ilusión sobre el mundo y mis proyectos. El mundo había cambiado radicalmente, o tal vez nosotros, haciéndonos caer en el dolor.

Dormí con Jun. Él se aferró a mí con fuerza. Creo que le costaría adaptarse a la situación que vivíamos. Pero supuse que poco a poco se olvidaría incluso de Phoenix, como yo lo haría. Tenía que sacarlo de mi vida y nada más llegar a casa me desharía de todo.

Me desperté pasadas las nueve de la mañana. Jun se movía inquieto en la cama, sufría a veces pesadillas muy fuertes que le hacían empezar a llorar. Me desperté justo a tiempo para despertarlo poco a poco y tomarlo en brazos. Él se aferró a mí esperando refugio, yo me abracé a él deseando creer que todo lo que había sucedido era para bien.

Cuando regresé a casa, tras un desayuno gracias a Paulo, me senté en el sofá y miré todo. Se había llevado fotos suyas, de su hermano, con Jasmine y otros amigos. Todo lo mío estaba, lo suyo había desaparecido. Y lo único que se me ocurrió fue decorar la casa de nuevo, poner viejas fotografías y otras más actuales.

Me gustó ver mi hogar con un nuevo aspecto, mucho más serio y sereno. Era agradable tener un pequeño altar familiar para mi madre y mi hermano, además de poder plantar nuevas macetas sin que aquel enorme mastodonte me destrozara todo el trabajo. Disfrutaría de la nueva etapa de mi vida, lo haría al máximo, sintiéndome de nuevo cómodo en el mundo y sin que nadie vigilara mis pasos.

Jun se pasó el día en silencio, di por hecho que no deseaba hablar conmigo porque sentía todo demasiado extraño. No rechistó cuando lo duché y lo metí en la cama, es más tampoco cuando se quedó a cargo de una niñera. Usualmente hacía su pataleta habitual, pero aquel día se quedó en silencio mirando a la nada aferrado a su peluche.

Yo tenía que ver a Beauty. Así que no me importó dejar al niño dormido y acompañado de una chica de diecinueve años, no era la opción más sensata pero sí la necesaria. Tenía que confiar para así poder ser libre unas horas.

Me vestí de forma impecable, parecía un hombre sensato y de negocios. Uno de esos que van a divertirse un rato cansados de su esposa, sus hijos, su vida perfecta y sus negocios prácticamente en la ruina. Pero en realidad, aunque tenía negocios, mi situación ya no era esa y no iba por diversión. Necesitaba ver a Beauty cada noche, como una necesidad suprema.

Tomé un taxi, no quería líos con los fotógrafos indiscretos, solía pedir que hicieran cambios de rumbo y los marearan, y también contaba con la ayuda de los hombres de Kamijo.

Al ver el luminoso sentí un hormigueo y una impaciencia propia de un adolescente. Aparecí en el local deseando tenerla. La busqué en su lugar habitual, pero no estaba, entonces vi que bajaba de estar con un cliente. Aún la tocaba riendo a carcajadas, ella parecía perdida y con deseos de evaporarse. Yo sabía que no era el mejor momento, pero aparecí frente a ella mientras él se despedía pagando sus servicios.

Besé de forma dulce su mejilla, para luego llevarla con calma al sofá donde solíamos vernos. La senté sobre mis piernas acariciando sus cabellos, dejándolos tras su oreja, para ver así su rostro despejado.

-Quería verte.-susurré en su oído, justo antes de mordisquear su oreja.

-Me han reñido por el regalo.-murmuró algo temerosa, pero no sabía si por el cliente o por la bronca que decía haberse llevado.

-No te compraré otro así, no quiero que te veas en apuros.-pensé que no le compraría joyas, pero sí algo que pudiera usar o comer.-¿Podemos ir a tu habitación?-ella sólo asintió y yo besé leve sus labios de forma lenta.

Nos levantamos para marcharnos hacia las escaleras que daban al piso superior, allí la seguí por los pasillos hasta llegar al tugurio que era su habitación. Nada más entrar la subí nuevamente sobre mis piernas acariciando su rostro. Había llorado, pero no quise hacer que se sintiera mal contándomelo. Supuse que si se veía en la necesidad de contármelo lo haría, ella podía confiar en mí. Besé leve sus labios y la abracé pegándola a mí.

-¿Qué quieres?-preguntó antes de romper a llorar.

-Abrazarte toda la noche.-susurré en su oído.-Mi hermosa Beauty.-dije antes de besar sus labios y secar sus lágrimas.-¿Qué sucedió? En mí puedes confiar y contarme lo que desees. No te obligo a decirme nada que no quieras.

-Detesto a ese.-supuse que hablaba del cliente.-Odio que me golpee y me humille.

Involuntariamente apreté los dientes y la abracé contra mí. Ella era para mí una diosa, una joven atractiva con un alma dulce y fuerte. Quería cuidarla, me provocaba deseos de arroparla a mi lado y no resistirme a sus caprichos.

-No te mereces este mundo.-susurré acariciando sus mejillas con mis pulgares, la había separado para verla bien a los ojos.

-No digas eso, me lo merezco.-murmuró antes de romper a llorar.

-Deja que yo te calme y te haga olvidar.-dije besando su cuello.-No pienses en él, olvídalo.

Aquella noche llevaba un top muy ceñido y corto, era de color negro, y eso llamaba la atención de mis miradas. No dudé en quitárselo para usarlo sobre sus ojos, lo até a modo de antifaz, ya que aquello intensificaría todo lo que sentía. Con mi corbata até sus muñecas colocando sus brazos tras su espalda. Sin el sentido del tacto y de la vista todo sería aún mejor.

-¿Qué harás?-preguntó preocupada.

-Seducir a tu piel.-respondí besando leve su cuello.-Sólo déjate guiar.-susurré dejando mi nariz pegada a sus pechos. Olía aún a sexo, por culpa de ese inútil.

La bajé de mis piernas y saqué su escueta lencería, no quería impedimento alguno, luego la subí a mis piernas, otra vez, y la froté leve sobre mi entrepierna.

-Sí.-balbuceó.

Comencé a besar sus pechos, dejando un tímido camino sobre estos, hasta que la punta de mi lengua se deslizó lentamente por uno de estos. Ver la reacción de sus pezones era extremadamente excitante. Mientras hacía aquello introducía un dedo en sus labios, humedeciéndolo, para acariciar lentamente su vulva y terminar enterrándolo en su vagina mientras el pulgar masajeaba su clítoris.

Ella jadeaba bajo echándose hacia atrás por momentos y otros hacia delante. Mi boca se aferró a su pecho izquierdo succionándolo y mordisqueándolo de forma lenta. Quería que gritara de placer tan sólo con aquello, y lo logré al dar justo en el lugar que tan sensible la hacía. Dos de mis dedos terminaron moviéndose de forma rápida. Sus gemidos empezaron a ser muy sonoros y yo simplemente sonreí antes de bajarla.

Bajé mi cremallera y saqué mi miembro de entre la tela de mi boxer, para entonces arrodillarla. Su boca aceptó de buen agrado mi miembro, así como sus ojos al descubrirlos. Yo jadeaba bajo dejándola hacer, salvo cuando lo sacaba para rozarlo sobre sus labios y volver a introducirlo por completo.

Estuve con juegos hasta que la solté de cualquier atadura, la dejé ponerme el condón y se lo hice de forma lenta y profunda, hasta que terminé por desquiciarme entre sus piernas. Ella gritaba en cada arremetida. Era una sinfonía agradable para los sentidos.

La dejé recostada cuando acabé, lo hice besando su cuerpo para pegarla contra mí. No iba a permitir que dijera que ya tenía que marcharme. Yo quería estar más tiempo a su lado, al menos podría contar que ya era un hombre libre.

-Su pareja le espera.-dijo señalando mi anillo, aún no me lo había quitado.

-He dejado a mi pareja.-respondí acariciando su rostro.-No me hace feliz, soy más feliz con mi vida individual que en pareja.

-Ya es la hora.-dijo girándose hacia la pared.

-No, no lo es.-susurré abrazándola por detrás.-¿Has olvidado el porqué llorabas?-noté como sonreía antes de volverse hacia mí y abrazarme.-¿Es un sí?

-Sí.

Me daba por satisfecho. Hacerle olvidar los malos momentos aunque fuera de esa forma era sentirme superior. Me abracé a ella de una forma que únicamente se usa con los seres queridos, o con los amantes, palpando su vientre y deseando que no dijera que ya era hora de ir a buscar a otro cliente.

Sin embargo, lo hizo. Sabía que su trabajo era aquel, no estar conmigo. Yo simplemente suspiré mesado, sintiéndome un imbécil por creer que se quedaría calmada a mi lado y no buscaría a otro. No quería ver como lloraba, gritaba de dolor o simplemente se quedaba en otro mundo intentando no pensar. Ni ver, ni oír, ni saber.

-Mañana no vendré.-dije subiéndome la cremallera, después acomodé bien mis ropas.-Tengo que hacer negocios.-ella se colocaba el top para luego venir hacia mí. Me besó los labios abrazándose y haciéndome sentir un miserable al dejarla allí.-Toma este dinero, quiero que tomes esta propina.-ella se negó echándose hacia atrás.-Para ropa, maquillaje, colonias o dulces.-siguió negando y yo la tomé por la cintura.-No hagas que te convenza a mi forma.

-Un día devolveré todo esto.-susurró tomando los billetes y yo simplemente sonreí.

-Un día yo seré feliz de verte lejos de aquí.

Me marché antes que replicara nada. No quería sentirme tan vacío y que me recordara que no podía poseer todo su tiempo. Quería tenerla a mi lado, sentir la paz de su respiración agitada y acariciar su cuerpo joven maltratado por otros.

Nada más regresar a casa me senté en mi ordenador y comencé a buscar regalos navideños. No sé porqué además de comprar un pequeño presente a Clarissa, como siempre hacía desde que ya no éramos nada más que viejos conocidos, busqué como un estúpido algo que le hiciera feliz.

Encontré en una de tantas páginas artesanales el regalo perfecto. Era una enorme bola de nieve, la agitabas y caían copos sobre el Museo Nacional de Historia de Moscú. Era un edificio increíble y la verdad es que la bola de cristal con copos de nieve también. La compré por impulso, llegaría en unos días, junto a una pulsera con letras colgantes. Pedí que fuera su nombre Beauty, podía hacerse por encargo si no se hallaba el nombre en la web.

Al cerrar el ordenador me di cuenta que se estaba volviendo un veneno. No la amaba, de eso estaba seguro porque para mí amar era un reto. Amar a alguien era tener que entregarme por completo y no lo haría de nuevo. Sin embargo, me atraía de una forma salvaje y fuerte. Quería pegarme a su piel y moderla mientras juraba no hacerle daño.

A la mañana siguiente llevé a Jun a su guardería, y yo no tuve otra que marcharme a buscarla. Pocas veces lo hacía a plena luz de la mañana, pero tenía tantas ganas de estar junto a ella en la cama que no lo pensé.

-¿Y Beauty?-pregunté a la mujer de la barra, la cual nos presentó, nada más llegar.

-Con otro, pero no tardará. Creo que sólo quería que se la chuparan un rato.-comentó encendiendo un cigarrillo.-¿Vienes a por un polvo mañanero? Hay golfas que hacen incluso mejor el trabajo de esa estúpida ¿por qué no pides que te lo hagan?

-Porque quiero a Beauty, no a otra.-respondí y ella rió bajo.-¿Qué te hace tanta gracia?

-No sé qué le veis todos a esa.

Antes de contestar a su estúpido comentario, ella bajó. Lo hizo acomodándose el cabello. Se quedó descolocada por verme allí, sin embargo vino hacia mí y la besé ahogándome en sus labios. Apreté sus nalgas con mis manos pegándola a mí.

Regresamos juntos al mismo lugar de siempre, pero esta vez sólo deseaba aferrarme a ella besándola hasta quedar tranquilo. Me torturaba todo aquello. Sin embargo, terminé levantando su falda y echando a un lado su ropa interior.

-No he dejado de pensar en ti.-susurré.-En tu cuerpo balanceándose junto al mío.-dije antes de enterrar en ella dos de mis dedos. Pero no duré demasiado jugando con ella, estaba desesperado.

Me puse el condón y entré. Ella sólo respondió con gemidos que eran prácticamente gritos. El placer la inundaba, o más bien la desbordaba, mientras yo me aferraba a ella jadeando. Mi boca se pegaba a la suya y a sus pechos. No tardamos demasiado en acabar, estaba frenético y me movía de una forma desesperada, al igual que ella.

Pocos minutos después ya me había ido, pero regresaría esa misma noche junto a ella. Se estaba convirtiendo en una necesidad superior a cualquier otra.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt