Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 5 de marzo de 2013

Lo imposible - Parte 8 - I


Parte 8 - I
Je t'aime 



Esa noche dormí fuera, igual que las tres siguientes, sin dar señales de vida a otro inmortal. Me había alojado en una de mis caras suites que solía tener alquiladas todo el año. Estaba en un hotel de lujo en el barrio francés, el cual poseía la belleza de la zona en su fachada y un hermoso jardín interior que estaba lleno de vida. En la terraza del hotel solían sentarse hombres de negocios a conversar sobre sus pretensiones, mansiones y también lo estúpidas que eran sus esposas. Ellos disfrutaban de un encantador hotel de pocas habitaciones, discreto y lleno de confort mientras ellas pensaban que estaban de viaje fuera del país.

Si bien, yo no bajé a reunirme con ellos inventándome una vida, un negocio, una esposa sensata y por supuesto no busqué un amante que calentara las frías sábanas de mi enorme cama. No, ni siquiera salí de mi habitación. Me hundía en mis pensamientos jugueteando con las múltiples posibilidades, así como todo lo ocurrido durante las últimas semanas, y me sumergí en una calma poco usual.

Cuando logré reaccionar a la cuarta noche sin su compañía al despertar, tras tres noches sumergido en la oscuridad más tétrica, salí decidido a comprar el mejor traje, unos gemelos nuevos y perfumarme como de costumbre. Me veía arrebatador. Muchas mujeres se paraban a observarme. Mis cabellos dorados caían sobre mis hombros y rozaban suavemente el cuello de mi camisa. Tenía unas gafas de sol violeta porque era primeras horas de la noche, aún podía usarlas como una extravagancia más en un hombre soltero en apariencia, apuesto, con una sonrisa seductora y sin duda una elegancia inusual.

Me encaminé por una de las calles más transitadas y llenas de tiendas que cerraban casi a media noche. Había una prestigiosa joyería donde solía comprar algunos complementos, como anillos que jamás usaba o camafeos que solía llevar a la tumba de tía Queen.

Aquella mujer me demostró que la belleza de un camafeo es intemporal y siempre increíble. La recordaba vivamente como al llegar a las tierras de mi gran amigo Quinn, al cual seguramente había defraudado, pudiese encontrarla por el jardín con aquella bata de seda y esos zapatos de tacón que tanto miedo daba a mi buen amigo. Sus cabellos dorados bien colocados, sus manos con sus uñas pintadas y ese leve maquillaje dándole un aspecto vivaracho y romántico. Toda una dama, toda un enigma que disfruté y que aún disfrutaba cuando la recordaba como una gran persona. Sin duda la amé nada más verla y en ella pensé durante esas noches.

Me acordé de su esposo, el cual murió en su deportivo al tener un accidente, y en como me sentiría si Louis desapareciese. La aventura con Merrick, ese día donde vi a Louis reducido prácticamente a cenizas, vino de golpe y me azotó duramente. Quise llorar, pero no lo hice, y cuando me encontré con fuerzas fui en busca de la citada joyería. Louis no se quedaría sin mí, no me alejaría de él, no lo vería esfumarse quedándose en recuerdos, y le compraría lo que tanto había deseado.

Dejé que la alegre música tintineara avisando de mi llegada, besé a la joyera en las mejillas y ella me tomó de las manos. Me adoraba y yo a ella, pues siempre acertaba cuando le pedía un producto. No me importaba gastar mi dinero en joyas que nunca usaría, ni comprar allí exclusivos relicarios que Louis ocultaría como una urraca temiendo que le quitaran su tesoro, pues sabía que era una inversión.

Pedí que me mostrara los anillos de pedida más llamativos y a la vez los más elegantes. Quería que deslumbrara, pero que no dejara de ser algo que Louis desease usar. Sobre todo hice incapié que no debía ser demasiado femenino ni sobrecargado. Así que me conformé con un perfecto diamante bastante grande ensartado en una sortija de oro blanco.

Era sin duda el más caro de la tienda, pero no deseaba que fuese en cualquier caja. Busqué una de terciopelo verde con un encantador cierre en plateado. Me pareció hermosa, simple y a la vez llamativa. Rogué que la metiera en una bolsa de satén negro y la guardé en mi chaqueta.

Fuera hacía frío, pero podía soportarlo porque el traje era grueso y llevaba una bufanda bastante cálida. Al contrario que otras noches no nevaba, estaba despejado, y por eso se podía ver la luna llena.

Cuando llegué a la mansión a penas había mortales allí, todo estaba muy apagado y parecía lúgubre. Sólo sentí la presencia de Nicolas en el piso inferior, el cual deambulaba casi translúcido acariciando los muebles como si desease recordar donde dejó su violín. Si bien, cuando me vio lo hizo sin ojos en sus cuencas y en sus mejillas había gotas de sangre. Fue una imagen espantosa que duró a penas unos segundos, después se esfumó.

Louis estaba en la habitación, podía sentir que estaba cerca aunque no su estado. Por ello me senté en el piano que había comprado recientemente mi amante y comencé a tocar para él la vieja melodía de Haydn. Quería llamar su atención de alguna forma.

No escuché sus pasos por la galería, ni sus manos acariciando el pasamanos de la escalera, tampoco sus brazos rodeándome de forma necesitada. Lo único que escuché fue el ladrido de Byron, el cachorro que recientemente le había obsequiado, el cual bajó precipitadamente hasta donde me hallaba para mordisquear mi pantalón. Sin miedo alguno tiró de mi pie baboseando los caros mocasines italianos que llevaba.

No comprendía que quería, pero terminó por cansarse de su insistencia y le siguió. El cachorro correteaba dando grandes zancadas, pues ya había crecido bastante. Acomodé el sombrero que había comprado, era de ala ancha como los de madre algo estilo ganster a juego con el traje, los zapatos, calcetines y corbata así como la bufanda. Iba de negro impoluto salvo la camisa que era lavanda, casi en el tono de mis ojos, mis cabellos resaltaban tanto como ésta y mis gafas violetas.

Reconozco que cuando subí por las escaleras, hasta la habitación, temí encontrarme cualquier cosa, pero lo que encontró fue devastador. Se parecía al Louis de cuando se incineró. Su rostro estaba sin vida y sus ojos, aunque abiertos, no mostraban que su alma estuviese allí. La piel no estaba dañada por el sol, pero parecía tan sólo la cáscara de un capullo de mariposa. Frágil, suave y vacío.

-Louis... ¿podemos hablar?-pregunté desde el marco de la puerta sacándome el sombrero.

No recibí respuesta alguna, aunque sí un empujón por cortesía del cachorro. Parecía implorar que fuese hasta él y entonces comprendí que estaba triste por como se encontraba su amo.

-Pasa... -fue la única palabra casi afónica que salió de su boca.

-Louis, ¿qué ha ocurrido?-pregunté aproximándome a la cama para sentarme en el borde derecho. Allí me quedé mirándolo con los ojos perdidos en los suyos. No sabía qué decir hasta que recordé que llevaba en mi chaqueta el anillo-. Te traje un regalo.

Lo escuchaba pero su mirada seguía perdida en la nada. Tardaba bastante en responder. Tenía la voz quebrada como si hubiese estado chillando. La habitación estaba desordenada, los cajones abiertos y algunos libros parecían haber perdido sus hojas una a una, el jarrón tenía las rosas que habían sido colocadas sin agua y por eso estaban marchitas, dejando que perdieran los pétalos sobre la pequeña mesita auxiliar. En el suelo, junto al desorden de ropas destrozadas que sin duda eran mías. Las ropas no las había roto él, sino Byron. Eché un vistazo al cachorro y éste retrocedió, sin embargo algunos libros sí que fueron rotos por él ante la desesperación.

-Estoy esperándote- me dijo mirándome de reojo.

Saqué entonces del bolsillo el saco negro, de éste salió la caja verde como sus propios ojos y los dejé entre sus manos, las cuales tomé entre las mías esperando que la abriera.

-Si no lo quieres puedo devolverlo.

Con mucha pereza y demasiada debilidad se obligó a levantarse, tomó la caja abriéndola. Dentro descubrió el anillo.

-¿Qué significa? -su voz denotaba sorpresa aunque no lo pareciera. Aún así sacó cuidadosamente el anillo, lo observó y miró con cierta ansiedad al rubio esperando una respuesta.

-Sé que has dicho que no, pero soy un hombre insistente-dije bajándome para arrodillarme frente a la cama, colocando sus brazos sobre el colchón y dejando los pies juntos. Parecía que fuese a rezar para dar las buenas noches a Dios, si bien tan sólo esperaba que él respondiese-. Me pregunto si aún sigues diciendo no ... ya que he visto que me desprecias hasta tal punto que no te importa con quien vaya.

Miró una vez más el anillo, después me miró a mí y lo dejó entre mis manos. Sentí que lo rechazaba hasta que habló.

-¿Podrías ponérmelo por mí? -me preguntó acariciando mi dorso con sus pulgares. Esa era su forma de decirme que sí seguía amándome y que aceptaba el anillo.

Con cuidado tomé su mano y coloqué la joya. Poco después, me incorporé y besé su boca dándole algo de sangre para que dejara de consumirse miserablemente en dolor. Aceptó el pequeño chorro de sangre junto con mi beso, pero al ver que me ponía de pie actuó de inmediato. Me agarró esperando que permaneciera allí.

-Descansa, Louis... yo deseo tocar el piano ésta noche

-No -me detuvo y tembló- No te vayas...

-Estaré abajo tocando el piano, no me iré de la mansión Louis-dije notando que estaba realmente asustado y me apresuró a a quedar a su lado-. ¿Qué te ha pasado Louis?

-Nada...-balbuceó- sólo quédate conmigo, no quiero que te alejes...-temblaba como conejito asustado ante un feroz lobo- Tiene unos ojos muy horribles ¿sabías? quería matarme, por eso me quede aquí quieto y sin moverme así no me haría nada.

-¿Quién Louis?-pregunté aproximándome a él para acabar quitándome la chaqueta, tirándola a un lado de la habitación justo sobre una silla-. Louis ¿de qué hablas?-acaricié sus cabellos azabaches y me recosté a su lado abrazándolo-. ¿Quién quería hacerte daño? Todos te aman en éste lugar.

-No... -se dejó hacer sumisamente mientras parecía estar sumergido en un cruel hechizo-. Nadie me ama... -se aferró a mí como si fuese su única escapatoria-. Lestat, sácame de aquí.

-¿Qué dices Louis? Éste es nuestro nuevo hogar, nuestro jardín salvaje... estamos rodeados de amigos que te aprecian, de gente que te quiere y te admira...-no comprendía en absoluto la reacción y los balbuceos que me regalaba-.Ven, vamos a dar una vuelta por el barrio francés ¿deseas eso?

-Sólo si es contigo -rodeó su cintura con sus brazos bastante fuerte- No saldré solo...

-¿A qué temes Louis?-susurré preocupado mientras acariciaba sus cabellos con cuidado, apartándolos de su rostro y dejándolos tras su oreja.

-A que te vayas por siempre... -susurró volviendo a sumirse en un estado ausente.

-Pero si vamos a casarnos, Louis- dije aún atónito porque algo así saliera de mi boca, pero sabía que eso era lo que necesitaba para que creyese realmente mis sentimientos. Si lo hacía era sólo para demostrar cuanto le quería y por supuesto la importancia que tenía en mi vida. De ser por mí no me casaría jamás, pero deseaba arrojarme a los brazos de esa aventura. No tenía porque ser demasiado serio, sino algo que ambos recordáramos para mantenernos unidos-. Ésta vez te llevaré allá donde vaya... pero por dios deja de decir tonterías.

-¿En serio nos casaremos? -poco a poco comenzó a recuperar su cordura y miró una vez más el anillo-. Pensé que era el otro -miró confuso sus dedos aún sin salir de su asombro. El otro anillo estaba en la otra mano, era un anillo que simbolizaba nuestro amor sin más. Era lo único que le había dado para que se callara y dejara de pedir algo tan extraño para mí-. Creí que estaba soñando.

-No, no es sueño. Estoy loco pero te digo que me quedaré aquí, tendremos ese niño, nos casaremos y saldremos de aventuras de vez en cuando ¿no te parece perfecto? Una familia ambulante como si viviéramos en caravanas, pero en hoteles de lujo.-dije echándome a reír mientras lo tomaba de las manos y las llevaba a mis labios.

-Mon cher... -sus ojos esmeralda se clavaron en los míos violetas, recuperando brillo y vida- Pero tú siempre has dicho que el matrimonio es algo estúpido y que no necesitamos de ceremonia alguna para estar casados -no dudó entonces en acariciar mi rostro-. No lo entiendo...

-He comprendido que puedo perderte y he decidido reconquistarte... intentaré ser el mismo de siempre, igual de alocado, igual de idiota, pero contigo a mi lado como en aquellas décadas que compartimos junto a Claudia.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt