Parte 8 - I
Je t'aime
Esa noche dormí fuera, igual que las
tres siguientes, sin dar señales de vida a otro inmortal. Me había
alojado en una de mis caras suites que solía tener alquiladas todo
el año. Estaba en un hotel de lujo en el barrio francés, el cual
poseía la belleza de la zona en su fachada y un hermoso jardín
interior que estaba lleno de vida. En la terraza del hotel solían
sentarse hombres de negocios a conversar sobre sus pretensiones,
mansiones y también lo estúpidas que eran sus esposas. Ellos
disfrutaban de un encantador hotel de pocas habitaciones, discreto y
lleno de confort mientras ellas pensaban que estaban de viaje fuera
del país.
Si bien, yo no bajé a reunirme con
ellos inventándome una vida, un negocio, una esposa sensata y por
supuesto no busqué un amante que calentara las frías sábanas de mi
enorme cama. No, ni siquiera salí de mi habitación. Me hundía en
mis pensamientos jugueteando con las múltiples posibilidades, así
como todo lo ocurrido durante las últimas semanas, y me sumergí en
una calma poco usual.
Cuando logré reaccionar a la cuarta
noche sin su compañía al despertar, tras tres noches sumergido en
la oscuridad más tétrica, salí decidido a comprar el mejor traje,
unos gemelos nuevos y perfumarme como de costumbre. Me veía
arrebatador. Muchas mujeres se paraban a observarme. Mis cabellos
dorados caían sobre mis hombros y rozaban suavemente el cuello de mi
camisa. Tenía unas gafas de sol violeta porque era primeras horas de
la noche, aún podía usarlas como una extravagancia más en un
hombre soltero en apariencia, apuesto, con una sonrisa seductora y
sin duda una elegancia inusual.
Me encaminé por una de las calles más
transitadas y llenas de tiendas que cerraban casi a media noche.
Había una prestigiosa joyería donde solía comprar algunos
complementos, como anillos que jamás usaba o camafeos que solía
llevar a la tumba de tía Queen.
Aquella mujer me demostró que la
belleza de un camafeo es intemporal y siempre increíble. La
recordaba vivamente como al llegar a las tierras de mi gran amigo
Quinn, al cual seguramente había defraudado, pudiese encontrarla por
el jardín con aquella bata de seda y esos zapatos de tacón que
tanto miedo daba a mi buen amigo. Sus cabellos dorados bien
colocados, sus manos con sus uñas pintadas y ese leve maquillaje
dándole un aspecto vivaracho y romántico. Toda una dama, toda un
enigma que disfruté y que aún disfrutaba cuando la recordaba como
una gran persona. Sin duda la amé nada más verla y en ella pensé
durante esas noches.
Me acordé de su esposo, el cual murió
en su deportivo al tener un accidente, y en como me sentiría si
Louis desapareciese. La aventura con Merrick, ese día donde vi a
Louis reducido prácticamente a cenizas, vino de golpe y me azotó
duramente. Quise llorar, pero no lo hice, y cuando me encontré con
fuerzas fui en busca de la citada joyería. Louis no se quedaría sin
mí, no me alejaría de él, no lo vería esfumarse quedándose en
recuerdos, y le compraría lo que tanto había deseado.
Dejé que la alegre música tintineara
avisando de mi llegada, besé a la joyera en las mejillas y ella me
tomó de las manos. Me adoraba y yo a ella, pues siempre acertaba
cuando le pedía un producto. No me importaba gastar mi dinero en
joyas que nunca usaría, ni comprar allí exclusivos relicarios que
Louis ocultaría como una urraca temiendo que le quitaran su tesoro,
pues sabía que era una inversión.
Pedí que me mostrara los anillos de
pedida más llamativos y a la vez los más elegantes. Quería que
deslumbrara, pero que no dejara de ser algo que Louis desease usar.
Sobre todo hice incapié que no debía ser demasiado femenino ni
sobrecargado. Así que me conformé con un perfecto diamante bastante
grande ensartado en una sortija de oro blanco.
Era sin duda el más caro de la tienda,
pero no deseaba que fuese en cualquier caja. Busqué una de
terciopelo verde con un encantador cierre en plateado. Me pareció
hermosa, simple y a la vez llamativa. Rogué que la metiera en una
bolsa de satén negro y la guardé en mi chaqueta.
Fuera hacía frío, pero podía
soportarlo porque el traje era grueso y llevaba una bufanda bastante
cálida. Al contrario que otras noches no nevaba, estaba despejado, y
por eso se podía ver la luna llena.
Cuando llegué a la mansión a penas
había mortales allí, todo estaba muy apagado y parecía lúgubre.
Sólo sentí la presencia de Nicolas en el piso inferior, el cual
deambulaba casi translúcido acariciando los muebles como si desease
recordar donde dejó su violín. Si bien, cuando me vio lo hizo sin
ojos en sus cuencas y en sus mejillas había gotas de sangre. Fue una
imagen espantosa que duró a penas unos segundos, después se esfumó.
Louis estaba en la habitación, podía
sentir que estaba cerca aunque no su estado. Por ello me senté en el
piano que había comprado recientemente mi amante y comencé a tocar
para él la vieja melodía de Haydn. Quería llamar su atención de
alguna forma.
No escuché sus pasos por la galería,
ni sus manos acariciando el pasamanos de la escalera, tampoco sus
brazos rodeándome de forma necesitada. Lo único que escuché fue el
ladrido de Byron, el cachorro que recientemente le había obsequiado,
el cual bajó precipitadamente hasta donde me hallaba para
mordisquear mi pantalón. Sin miedo alguno tiró de mi pie baboseando
los caros mocasines italianos que llevaba.
No comprendía que quería, pero
terminó por cansarse de su insistencia y le siguió. El cachorro
correteaba dando grandes zancadas, pues ya había crecido bastante.
Acomodé el sombrero que había comprado, era de ala ancha como los
de madre algo estilo ganster a juego con el traje, los zapatos,
calcetines y corbata así como la bufanda. Iba de negro impoluto
salvo la camisa que era lavanda, casi en el tono de mis ojos, mis
cabellos resaltaban tanto como ésta y mis gafas violetas.
Reconozco que cuando subí por las
escaleras, hasta la habitación, temí encontrarme cualquier cosa,
pero lo que encontró fue devastador. Se parecía al Louis de cuando
se incineró. Su rostro estaba sin vida y sus ojos, aunque abiertos,
no mostraban que su alma estuviese allí. La piel no estaba dañada
por el sol, pero parecía tan sólo la cáscara de un capullo de
mariposa. Frágil, suave y vacío.
-Louis... ¿podemos hablar?-pregunté
desde el marco de la puerta sacándome el sombrero.
No recibí respuesta alguna, aunque sí
un empujón por cortesía del cachorro. Parecía implorar que fuese
hasta él y entonces comprendí que estaba triste por como se
encontraba su amo.
-Pasa... -fue la única palabra casi
afónica que salió de su boca.
-Louis, ¿qué ha ocurrido?-pregunté
aproximándome a la cama para sentarme en el borde derecho. Allí me
quedé mirándolo con los ojos perdidos en los suyos. No sabía qué
decir hasta que recordé que llevaba en mi chaqueta el anillo-. Te
traje un regalo.
Lo escuchaba pero su mirada seguía
perdida en la nada. Tardaba bastante en responder. Tenía la voz
quebrada como si hubiese estado chillando. La habitación estaba
desordenada, los cajones abiertos y algunos libros parecían haber
perdido sus hojas una a una, el jarrón tenía las rosas que habían
sido colocadas sin agua y por eso estaban marchitas, dejando que
perdieran los pétalos sobre la pequeña mesita auxiliar. En el
suelo, junto al desorden de ropas destrozadas que sin duda eran mías.
Las ropas no las había roto él, sino Byron. Eché un vistazo al
cachorro y éste retrocedió, sin embargo algunos libros sí que
fueron rotos por él ante la desesperación.
-Estoy esperándote- me dijo mirándome
de reojo.
Saqué entonces del bolsillo el saco
negro, de éste salió la caja verde como sus propios ojos y los dejé
entre sus manos, las cuales tomé entre las mías esperando que la
abriera.
-Si no lo quieres puedo devolverlo.
Con mucha pereza y demasiada debilidad
se obligó a levantarse, tomó la caja abriéndola. Dentro descubrió
el anillo.
-¿Qué significa? -su voz denotaba
sorpresa aunque no lo pareciera. Aún así sacó cuidadosamente el
anillo, lo observó y miró con cierta ansiedad al rubio esperando
una respuesta.
-Sé que has dicho que no, pero soy un
hombre insistente-dije bajándome para arrodillarme frente a la cama,
colocando sus brazos sobre el colchón y dejando los pies juntos.
Parecía que fuese a rezar para dar las buenas noches a Dios, si bien
tan sólo esperaba que él respondiese-. Me pregunto si aún sigues
diciendo no ... ya que he visto que me desprecias hasta tal punto que
no te importa con quien vaya.
Miró una vez más el anillo, después
me miró a mí y lo dejó entre mis manos. Sentí que lo rechazaba
hasta que habló.
-¿Podrías ponérmelo por mí? -me
preguntó acariciando mi dorso con sus pulgares. Esa era su forma de
decirme que sí seguía amándome y que aceptaba el anillo.
Con cuidado tomé su mano y coloqué la
joya. Poco después, me incorporé y besé su boca dándole algo de
sangre para que dejara de consumirse miserablemente en dolor. Aceptó
el pequeño chorro de sangre junto con mi beso, pero al ver que me
ponía de pie actuó de inmediato. Me agarró esperando que
permaneciera allí.
-Descansa, Louis... yo deseo tocar el
piano ésta noche
-No -me detuvo y tembló- No te
vayas...
-Estaré abajo tocando el piano, no me
iré de la mansión Louis-dije notando que estaba realmente asustado
y me apresuró a a quedar a su lado-. ¿Qué te ha pasado Louis?
-Nada...-balbuceó- sólo quédate
conmigo, no quiero que te alejes...-temblaba como conejito asustado
ante un feroz lobo- Tiene unos ojos muy horribles ¿sabías? quería
matarme, por eso me quede aquí quieto y sin moverme así no me haría
nada.
-¿Quién Louis?-pregunté
aproximándome a él para acabar quitándome la chaqueta, tirándola
a un lado de la habitación justo sobre una silla-. Louis ¿de qué
hablas?-acaricié sus cabellos azabaches y me recosté a su lado
abrazándolo-. ¿Quién quería hacerte daño? Todos te aman en éste
lugar.
-No... -se dejó hacer sumisamente
mientras parecía estar sumergido en un cruel hechizo-. Nadie me
ama... -se aferró a mí como si fuese su única escapatoria-.
Lestat, sácame de aquí.
-¿Qué dices Louis? Éste es nuestro
nuevo hogar, nuestro jardín salvaje... estamos rodeados de amigos
que te aprecian, de gente que te quiere y te admira...-no comprendía
en absoluto la reacción y los balbuceos que me regalaba-.Ven, vamos
a dar una vuelta por el barrio francés ¿deseas eso?
-Sólo si es contigo -rodeó su cintura
con sus brazos bastante fuerte- No saldré solo...
-¿A qué temes Louis?-susurré
preocupado mientras acariciaba sus cabellos con cuidado, apartándolos
de su rostro y dejándolos tras su oreja.
-A que te vayas por siempre... -susurró
volviendo a sumirse en un estado ausente.
-Pero si vamos a casarnos, Louis- dije
aún atónito porque algo así saliera de mi boca, pero sabía que
eso era lo que necesitaba para que creyese realmente mis
sentimientos. Si lo hacía era sólo para demostrar cuanto le quería
y por supuesto la importancia que tenía en mi vida. De ser por mí
no me casaría jamás, pero deseaba arrojarme a los brazos de esa
aventura. No tenía porque ser demasiado serio, sino algo que ambos
recordáramos para mantenernos unidos-. Ésta vez te llevaré allá
donde vaya... pero por dios deja de decir tonterías.
-¿En serio nos casaremos? -poco a poco
comenzó a recuperar su cordura y miró una vez más el anillo-.
Pensé que era el otro -miró confuso sus dedos aún sin salir de su
asombro. El otro anillo estaba en la otra mano, era un anillo que
simbolizaba nuestro amor sin más. Era lo único que le había dado
para que se callara y dejara de pedir algo tan extraño para mí-.
Creí que estaba soñando.
-No, no es sueño. Estoy loco pero te
digo que me quedaré aquí, tendremos ese niño, nos casaremos y
saldremos de aventuras de vez en cuando ¿no te parece perfecto? Una
familia ambulante como si viviéramos en caravanas, pero en hoteles
de lujo.-dije echándome a reír mientras lo tomaba de las manos y
las llevaba a mis labios.
-Mon cher... -sus ojos esmeralda se
clavaron en los míos violetas, recuperando brillo y vida- Pero tú
siempre has dicho que el matrimonio es algo estúpido y que no
necesitamos de ceremonia alguna para estar casados -no dudó entonces
en acariciar mi rostro-. No lo entiendo...
-He comprendido que puedo perderte y he
decidido reconquistarte... intentaré ser el mismo de siempre, igual
de alocado, igual de idiota, pero contigo a mi lado como en aquellas
décadas que compartimos junto a Claudia.
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